martes, 31 de agosto de 2010

Prensa libre

El 30 de agosto de 1914 Don Miguel de Unamuno es separado del cargo de Rector de la Universidad de Salamanca. Había ostentado el cargo 14 años.

Se había esforzado por renovar el espíritu de la cuatro veces centenaria Universidad, especialmente en el absentismo de los catedráticos.

En estos 14 años había tenido muchos enfrentamientos con las autoridades del Ministerio de Instrucción Pública y con las fuerzas vivas de la ciudad de Salamanca, sobre todo el obispo y los jesuitas.

Quiero traer aqui una frase de un discurso que hizo a los dos meses de su separación en el Ateneo Científico, Literario y Artístico de Madrid:

"...De la prensa nada diré...,todos sabeis que esa administradora del silencio y del semi-silencio forma con los políticos profesionales una asociación a la que no deben ser gratos los que rechazan las hierras de las mesnadas que asaltan el presupuesto de empleos y subvenciones directas e indirectas. "

Esta frase fue dicha en noviembre de 1914, hace ahora 100 años casi, nuestra España no ha aprendido nada. O, siendo más cínico, ha aprendido lo mejorcito de cada casa. Los periodistas cobran de los políticos y sólo conocemos las noticias que interesan al que manda, mientras hacen profesión de independencia y libertad.

Pobre España

domingo, 29 de agosto de 2010

Una pequeña anécdota divina

El rey de los dioses, Zeus, era bastante casquivano. Se sentía atraído por todas las mujeres, especialmente las esposas de los reyes humanos. Las había gozado de múltiples maneras: como lluvia dorada, como cisne, como toro o, lo más habitual, tomando la forma del marido cuando éste estaba guerreando contra los vecinos.

Pero estaba casado, y como todo casado tenía que ocultarse de su esposa, Hera, para poder llevar a cabo sus aventurillas. Asi que Zeus utilizaba a todos los habitantes del Olimpo que querían llevarse bien con él. Al fin y al cabo era el rey de los dioses.

En una de sus aventurillas extra-maritales contó con la ayuda de una mujer amiga de su esposa. Esta mujer, una gran charlatana, entretuvo a la diosa Hera con sus historias mientras Zeus consumaba sus divinos deseos.

Pero Hera, como buena conocedora de las debilidades de su marido, estaba alerta. Cuando Zeus regresó al Monte Olimpo estaba esperándolo y le soltó un buen rapapolvo.

A la mujer que había tratado de engañarla con su charla, la diosa Hera la condenó a mantenerse en silencio y sólo repetir la última palabra de aquellos que le hablasen.

La mujer se llamaba Eco.

viernes, 27 de agosto de 2010

Centurión, la película

Atención aviso. Esto no es un spoiler. Esto es una disección a lo bestia de la pinícula Centurión. Si no quieres seguir leyendo, te lo pondré fácil. Si vas a ir a verla no siguas leyendo. Si no vas a ir a verla o simplemente la vas a descargar de internet como yo: La pinícula es un truño de padre y señor mío.

Empezamos.....

Mal empezamos, un fuerte del Lejano Oeste lleno de romanos. Sí, un fuerte del Far West, he dicho bien. Una empalizada, con un par de torreones de centinela, varias tiendas de campaña en el interior. Todo muy cuco y recogido, sin muestras de la organización interna de un campamento romano, y eso que la voz en off nos dice que llevan dos años en ese infierno luchando contra los pictos; en el exterior no se ve un foso de protección, ni un muro de estacas puntiagudas, seguro que el enemigo puede llegar hasta el muro sin ser visto. Los centinelas merecen morir.

Coño, ya han atacado los pictos. Sabemos que son pictos porque lo dice el narrador. Yo sólo veo un puñado de tipos a pecho descubierto (estamos en invierno en Britania) sin el característico color azul que usaban los pictos. ¡Una mujer!, una mujer arquero está masacrando a los romanos sin tomar puntería. Han cogido prisionero al protagonista principal o, como decíamos en mi infancia, el muchachito.

Joderrrr, el general de la Novena Legión, bebiendo, echando pulsos y peleando en una taberna, junto con algunos de sus hombres. Un romano no se arrodillaba ante otro romano, ya puestos, no se arrodillaba ante nadie.

El muchachito tiene muchos cojones, a pesar de que lo están torturando los salvajes, sigue defendiendo a Roma hasta la muerte. Tiene una dentadura perfecta, me gustaría tener el odontólogo romano que lo atiende a él.

El general de la Novena está reunido con el gobernador Agrícola en Carlisle, un esclavo intenta matar al gobernador y hace aparición la fémina con cojones, aún no sé si es la muchachita, una muda que conoce a los pictos y podrá servir de exploradora a la Novena Legión.

En el campamento de los romanos se ven un montón de corazas segmentatas, no sé si es la correcta para este momento histórico. Los soldados de infantería llevan lanzas, la clásica lanza que conoce todo el mundo, un palo largo y una punta pequeña de metal en forma de hoja. ¿Donde carajo están las azagayas romanas de toda la vida?. Bueno, tenemos dos mujeres de armas tomar, una arquera picta y una muda que maneja la lanza con virtuosísmo. No pidamos mucho sentido histórico.

No sabemos cómo, el muchachito ha escapado de sus captores, aunque tiene las manos atadas, afortunadamente por delante. Corre, muchachito, corre. Mientras la Novena Legión está en camino, el héroe corre huyendo de los pictos. Inexplicablemente, corre por un sendero claramente delineado a través del bosque. Esto no puede terminar bien. Le persiguen cuatro pictos a caballo. De pronto, cuando todo está perdido y el muchachito se ha resignado a perder la cabeza, los pictos se han puesto a dar vueltas a su alrededor sin decidirse a matarlo, y claro. Llega el general de la Novena y se carga al jefe de los pictos. El resto de los pictos huyen a pie, ¿porqué han dejado los caballos atrás?. Estos bárbaros son idiotas, así no hay forma de librarse del Imperio Romano.

Al muchachito le dan un nuevo uniforme, ahora sí lleva una coraza de anillo de mallas, parece más histórica.
Siguen avanzando en busca de los pictos. En un bosque, una emboscada. Y claro, como los soldados llevan lanzas, pues no pueden defenderse bien contra enemigos que blanden espadas y hachas de tamaño reducido. El cuadro romano no está ni se le espera. La defensa es una mierda pinchá en un palo. Durante la marcha los romanos llevaban esa lanza y el clásico escudo cuadrado. En el combate nadie parece estar usando el escudo como defensa y nadie ha lanzado las lanzas, ¡que pasa aquí!, pero ya están luchando con espadas, espadas tan largas como las de los pictos, ¿dónde está el gladio?, esa espada corta que tan bien sirvió a las legiones junto con el escudo para hacer frente a un enemigo sin conocimientos de táctica de combate. Los romanos parecen tan bárbaros como sus contrincantes.

Eso sí, un montón de sangre y de cabezas cortadas. La arquera picta ha debido dejarse el arco en casa, digo en la cabaña, y está matando romanos con un hacha de una mano. Debe tener un brazo más grande que Terminator, la he visto cortar la cabeza a un romano, sin casco, de un solo tajo.

A pesar de que los pictos se han cargado a casi toda la unidad, creo que era una avanzadilla de la Novena Legión, el muchachito ha conseguido salvarse al caerle encima varios cuerpos de soldados muertos. Los malos han capturado con vida al general. La muda que hacía de exploradora es una traidora, la vemos con el jefe picto.

Vaya mierda. Los pictos debían tener repuestos militares a tutiplén, o no les gustaban los romanos, pues vemos que todos los cadáveres romanos siguen teniendo puesta toda su impedimenta. Nadie les ha robado nada. Estos pictos no saben cómo ganar una guerra. Resulta que han sobrevivido 7 u 8 legionarios y un mozo de cocinas. Se me olvidaba: es que soy muy politicamente correcto: ¡uno de los legionarios es negro!. Pero negro, negro. Negro de África, lo que llamaban un nubio. Y yo que creía que en las legiones sólo se podía alistar ciudadanos romanos; o sea, blancos y asimilados. Vemos que se han cargado a TODA la Novena Legión. ¡Bien por los pictos!. Lástima que los Anales no recojan nada sobre una Legión destruida completamente en Britania. La Historia es una mierda. ¡Viva Jolibú!.

Todo esto ha pasado en la primera media hora de película. Nos queda una hora de persecuciones campo a través. 7 romanos contra todos los pictos de Britania. ¡Apostad sobre el ganador!.

El negro corre más que todos los blanquitos juntos. Nos cuenta el cocinero que aquel era corredor de maratón en su juventud. Entonces el negro no era de Nubia, sino de Etiopía, seguro. Lo que se dice primos hermanos. Está en Britania con un grupo de blancos, yo apostaría que lo van a matar, o se va a sacrificar para salvar al general.

El campamento picto está desguarnecido, ya que los hombres no han vuelto después de masacrar a los romanos. Deben estar tomandose unas pintas en el pub. Nuestros 7 valientes van a asaltar el poblado enemigo. Seguro que los guardias nocturnos son fácilmente eliminables. Como si lo viera. ¡Alto!, si lo he visto miles de veces.

Eliminan a los guardias nocturnos. Llegan hasta donde está encadenado el general. ¡Y son incapaces de cortar una simple cadena de hierro!. ¡Qué mierda de héroes!. Tienen que retirarse sin poder llevarse a su general pues se acerca un grupo de caballería picta.

Uno de ellos ha matado al hijo del jefe picto, porque éste estaba jugueteando con el casco del general y eso no se hace. Una cosa es matar romanos y otra muy distinta jugar con los símbolos de poder. Me pregunto cómo es que ninguno se preocupa por rescatar las águilas: el símbolo sagrado de la legión romana.

El general romano lleva varios días encadenado a una roca, suponemos que sin comer ni beber. Los pictos lo liberan y le dan una espada. De pronto vemos aparecer a la muda con su lanza. Nos han informado que su familia murió a manos de los romanos y ella, aunque niña pequeña, fue violada y después le cortaron la lengua. Se entabla un combate singular. Por supuesto, parece que el romano va a ganar pero la muda se rehace y consigue matar al malvado opresor, enemigo de la alianza de cvilizaciones.

¡¡¡Una mierda!!!. Los pictos queman el águila romana. ¡Anda ya! ¡papa frita!. Hasta la tribu más ignara sabía que un águila romana era como dinero en el banco, la podían intercambiar por cualquier cosa que quisieran. A no ser que los pictos estén por encima de las cosas materiales de esta vida, y quieran demostrarnos que el imperio puede desaparecer cuando nos lo propongamos.

Nuestros siete valientes deciden dirigirse al Norte, pues, al no tener caballos pueden ser alcanzados por los pictos fácilmente. Así que deciden dar un laaargo rodeo.

¡Ahh! Ya tardaba. En un contraluz he visto los estribos de los caballos. Hasta ahora habían estado tapados con mantos o pieles o la toma elevada no permitían verlos. Pero el realizador no ha podido evitar mostrar unos bellos planos, lo digo en serio, de las montañas. En uno de esos se han visto varios caballos pictos galopando por la cima de una colina y se han visto claramente los estribos de los caballos. Este párrafo es un homenaje a Máximo y su comentario sobre los Rohirrin en la película del Señor de los Anillos. Comprendo que es muy difícil montar a caballo sin estribos, seguro que el seguro pedía mucho dinero para asegurar a los especialistas. Digo lo del Señor de los Anillos porque llevamos varios minutos viendo correr a siete tipos en la distancia en largos planos de una naturaleza salvaje, a través del hielo y por altas montañas.

El negro da las primeras señales de querer morir. Ha propuesto eliminar al peor corredor ya que les ralentiza la marcha. Perdón, digo el nubio de Numidia, o sea, un subsahariano de mierda. Vemos, por fin, a los pictos de azul. Se pintan la cara para indicar que están en una persecución a vida o muerte. Aunque se han pintado una raya cada uno, muy molona eso sí. Seguimos con las imágenes a vista de helicóptero, al estilo Señor de los Anillos, ¿lo he dicho antes?, muy chulas.

No comprendo cómo siete tipos a pie pueden mantenerse por delante de un grupo de caballeros. Todos los que de chico veíamos las pinículas de John Wayne sabemos que en las largas distancias el caballo es mejor que el hombre. Cuando por fin los alcanzan, tenemos un homenaje a Dos hombres y un destino; pero con mejor resultado, aún nos quedan 40 minutos de pinícula.

Pobre nubio, lo han puteado, pero bien. Al final me ha dado pena.
La pinícula se ha convertido en una aventurita de huidas y persecuciones. Aún falta el interludio amoroso. Supongo que la muda o, mejor aún, la arquera picta, se follará a un romano antes de cortarle los huevos.

Si antes lo digo antes ocurre. Los tres que quedan. ¿Cómo, sólo tres?. Claro no voy a destripar la pinícula completamente, así podréis verla. Los tres que quedan encuentra refugio en la cabaña de una bruja. Pasan allí dos noches y se produce el interludio amoroso, entre el muchachito romano y una bruja picta de muy buen ver. La muda y la arquera no han tenido sexo, lástima.

El desenlace final es una estupidez. Si un centinela ve a alguien acercarse galopando por terreno abierto hasta su puesto de guardia, gritando y gesticulando, a una persona sola, ¿qué debe hacer?. Pues eso, dispararle un flechazo y matarlo, porque él lo vale.

Después de lo mal que lo han pasado los pobres soldados, el gobernador decide que en Roma no deben enterarse de la destrucción de la Novena Legión. Ahora me explico porque los Anales no dicen nada de esa legión.

Y como toda pinícula de Jolibú, al final el muchachito se queda con la muchachita. Po fale, po m´alegro.

Conclusión:

La pinícula tiene dos momentos bastante buenos, dos peleas muy conseguidas. No es el típico caso de un montón de malos que van atacando al bueno de uno en uno, son dos peleas bien hechas, bien coreografiadas, siempre que olvidemos el sexo de una de las luchadoras.

Si teneis una hora y media y no sabeís que hacer, descargadla de Internet y pasad un ratito relativamente entretenido dejando vuestros conocimientos históricos a un lado.

Una de tapas

Como toda costumbre que se precie, el origen de las tapas ha dado pábulo a toda clase de leyendas, normalmente protagonizadas por un rey o personaje de alta alcurnia. Aquí van tres de ellas:

Primera, hacia 1260

El rey Alfonso X el Sabio sufría una enfermedad a la que su médico personal no sabia cómo hacer frente. Desesperado, el galeno recomendó al rey tomar vino acompañado por pequeñas cantidades de comida para que aquel no le sentara mal. Obediente, el autor de la Crónica general, bebió y comió, con moderación, y...... se recuperó.

Asombrado, quiso compartir con el pueblo la bondad de este remedio y promulgó una ley que obligaba a las tabernas a servir un pequeño aperitivo con cada vaso de vino...

Bien se lo agradecemos hoy, aunque no consta en ningún lugar del amplio Corpus legislativo del Rey Sabio.

Segunda, hacia 1490

Gracias a la mano dura de los Reyes Católicos con los señores banderizos, los caminos de Castilla estaban tranquilos, lo que hizo aumentar el comercio, y esto trajo otros problemas.

Las tabernas en los caminos estaban siempre llenas de carreteros en tránsito, estos rudos hombres bebían vino y cerveza en exceso, lo que llevaba a un incremento de enfrentamientos cuando la sangre se calentaba y el alcohol nublaba los sentidos. Los RRCC consideraron que la mejor forma de paliar los enfrentamientos era obligar a los dueños de las tabernas a servir algo de comida con cada consumición alcohólica. Normalmente un trozo de pan con algo encima que servía de tapa al frasco de vino, para protegerlo de las moscas.

Tercera, hacia 1920

En el reinado de Alfonso XIII, el rey chulapo, tenemos una de las versiones más extendidas. Estaba el Rey recorriendo el sur de la provincia de Cádiz, de buenas a primeras decidió parar en un mesón que estaba a pie de carretera para tomarse un jerez. Estaba sentado en la terraza exterior disfrutando de su copa cuando una ráfaga de viento amenazó con llenar de arena el vaso regio. Uno de los camareros mostró grandes reflejos y colocó una rebanada de jamón que tenía en la mano sobre el vaso para taparlo. Un poco azorado se dirigió al Monarca: “Perdón Majestad, le he puesto una tapa para que no entre arena en su vaso”. El rey, divertido, se comió el jamón y le pidió otro vaso de jerez, “que lleve tapa”.

jueves, 26 de agosto de 2010

Irlandeses en el ejército español 1

En el siglo XVIII numerosos apellidos irlandeses ocuparon cargos de la más alta responsabilidad en el ejército y la administración española, a pesar de que la propia Irlanda permanecía bajo la férula de hierro de la Gran Bretaña. Recordemos algunos nombres, Ricardo Wall (Nantes, 1694) ocupó el puesto de secretario de Estado entre 1754 y 1763, compaginándolo con el de secretario del Despacho de Guerra entre 1759 y 1763; Alejandro O´Reilly, nacido en Cavan, uno de los mayores reformadores del ejército español del XVIII y fue gobernador de Madrid, Andalucía (1775) y Cataluña (1794). En las Américas se dieron casos extraordinarios como el de Ambrosio O´Higgins, nacido en Ballenary (Sligo) y que terminó su carrera en 1795 como virrey del Perú y presidente de la Real Audiencia de Lima. El último virrey de Nueva España (México) también llevaba apellido irlandés, Juan O´Donoju (Sevilla, 1762), quién ocupó el cargo en 1821.

Aunque hemos citado algunos casos no debemos creer que fueron accidentales o circunscritos a determinadas individuales. Nos encontramos ante un extraordinario éxito del exilio irlandés en España, aunque no todos los emigrantes irlandeses pudieron beneficiarse de las sinecuras de la corona española a la nación irlandesa desde el s. XVII. Para la nobleza irlandesa el exilio no fue una experiencia traumática: las autoridades españolas reconocieron los antiguos títulos nobiliarios irlandeses (algunos ya sin valor en la propia Irlanda) y, cuando fue necesario, se crearon otros nuevos. Una vez reconocida la nobleza irlandesa, los exiliados y sus descendientes pudieron alcanzar en los ejércitos españoles los grados más elevados.

Todo comenzó a mediados del s. XVI cuando las siempre difíciles relaciones angloespañolas contribuyeron a un natural entendimiento hispanoirlandés: desde Felipe II todos los monarcas de la rama de los Austrias estuvieron en guerra con Inglaterra alguna vez.

Durante toda la Edad Moderna varias zonas de Europa, densamente pobladas y/o económicamente atrasadas, destacaron como áreas proveedoras de hombres para unos ejércitos en continua expansión: la confederación helvética, el Mezzogiorno italiano, las Highlands escocesas y la propia Irlanda. Miles de irlandeses encontraron en las armas una forma de sobrevivir en el Continente: entre 1586 y 1622 en los Países Bajos españoles hubo más de 10.000 irlandeses católicos. En la Gran Armada de 1588 muchos lucharon como “aventureros sin sueldo”, y solicitaron su incorporación como tropa de servicio tras la constitución de la Armada del Mar Océano en 1594. Cuando se decidió el nuevo desembarco en las islas británicas (Kinsale, 1601) los españoles fueron conscientes de la necesidad de mantener en nómina a un equipo de pilotos irlandeses.

Las fuentes contemporáneas coinciden en exaltar el valor y la fidelidad de los irlandeses en los ejércitos españoles. Aunque, curiosamente, los mandos españoles arremetieron durísimamente contra las técnicas de guerrilla y la escasa organización mostrada por los irlandeses en el desembarco de Kinsale.

El permanente estado de tensión bélica vivido bajo los Austrias hispanos en los Países Bajos ofreció a la comunidad irlandesa en el exilio una magnífica oportunidad de integrarse en la maquinaria bélica de la Monarquía española. Desde fines del XVI se constituyeron unidadesirlandesas en el Ejército de Flandes siguiendo tres fases: desde el regimiento del coronel inglés William Stanley (1587-96), hasta la constitución de compañías irlandesas específicas (1596-1604) y por último la formación de tercios de la nación irlandesa (desde 1605 hasta 1610 bajo la coronelía de Enrique O’Neill y desde 1610 hasta 1628 bajo la de John O’Neill).

La falta de recursos humanos para los ejércitos de la Monarquía española alcanzó niveles alarmantes a mediados del XVII. Con frentes abiertos en los Países Bajos desde el reinicio de las hostilidades con las Provincias Unidas en 1621, con Francia desde 1635 y en la propia Península, con las sublevaciones de Cataluña y Portugal desde 1640, la Monarquía hispánica entró en un estado de emergencia total. La Monarquía hispánica intentó sacar provecho de su especial relación con Irlanda para traer a España al mayor número de irlandeses posible. Sin embargo, el programa “armas por hombres” ofrecido por Madrid a la Confederación de Kilkenny no funcionó, porque encerraba en sí mismo una gran contradicción: ¿cómo se podían enviar soldados a España cuando desde 1641 Irlanda estaba en un permanente estado de rebelión? Aún así, llegaron hasta los frentes de Portugal y Cataluña miles de irlandeses gracias a la iniciativa privada de mercaderes sin escrúpulos (españoles, ingleses, pero también irlandeses). El reclutamiento no siempre era voluntario y el transporte marítimo se hacía en unas condiciones durísimas

Las ventajas de servir en el exterior eran considerables. En todo grupo militar se crean especiales relaciones de solidaridad difíciles de encontrar en la vida civil. Particularmente, en el caso de agrupamiento y formación de unidades militares irlandesas, los lazos vasalláticos siguieron teniendo gran importancia. Para los irlandeses el servicio en las armas significaba la posibilidad de mantenerse activos, entrenados, armados y preparados para cualquier eventualidad, incluída su vuelta a Irlanda. Esto era sin duda un buen método psicológico de autodefensa del grupo exiliado.

Unida a esta tradición, la reputación de los soldados irlandeses en Europa era excelente. Desde principios del XVII España y Francia entraron en una durísima disputa por sus servicios e incluso la República de Venecia llamó la atención sobre sus cualidades. Distintos consejeros militares coincidían al señalar que una tierra áspera tenía su reflejo en una población dura.

Tiempo después, en 1653 el rey Felipe IV quedaría muy desilusionado cuando un millar de irlandeses desertaron y se pasaron a los franceses, ya que “era una accion tan indigna de nación de quien yo me servia en mis exercitos con la seguridad y confianza que se haze de la española”.

Con la llegada de los Borbones a comienzos del s. XVIII las relaciones entre Madrid y Londres empezaron mal y continuaron así: la disputa del espacio comercial americano provocaba constantes desencuentros entre ambos gobiernos.

lunes, 23 de agosto de 2010

La vida diaria de los piratas 2

La hermandad de los piratas a bordo era muy democrática, tomando esta palabra con muchas precauciones: Excepto en el combate, por lo general las decisiones importantes se tomaban con una votación de mano alzada, y si había una minoría disidente lo suficientemente grande, abandonaba el barco y emprendía una carrera por su cuenta. El privilegio se consideraba el primer paso hacía la autocracia. “Sólo le permiten ser capitán con la condición de poder se capitanes por encima de él”. El capitán carecía de autoridad constitucional y no tenía ningún privilegio especial excepto una parte doble del botín. Aunque usaba el camarote del capitán, cualquiera podía entrar y sentarse cuando y donde quisiera.

Excepto en el combate, “el poder del capitán es incontrolable en la persecución o la batalla, y puede apalear, cortar e incluso matar a cualquiera que no acate una orden.”

El hombre fuerte del barco era el cabo de mar. Era el magistrado y castigaba los delitos menores. Los delitos graves se juzgaban ante el jurado. Era el primer hombre en pasar al abordaje. Era el responsable de la selección y reparto del botín.

A los especialistas los llamaban “artistas”: carpintero, velero (fabricante de velas), cirujano. El piloto estaba a cargo de la navegación y de la elección de las velas. El contramaestre era responsable del mantenimiento, de los aparejos y pertrechos y del trabajo cotidiano del barco.
El artillero se hallaba a cargo de las municiones, del entrenamiento de las dotaciones de artillería y de dirigir las andanadas en el ataque. Los especialistas más populares eran los miembros de la orquesta. Casi la única diversión a bordo era escuchar música, tanto en el tiempo libre como en los momentos de duro trabajo.

No aceptaban marineros corrientes, había muchos voluntarios. Y casi nunca obligaban a enrolarse a hombres casados. Cuando un hombre era obligado a unírseles, el cabo de mar le entregaba un documento en el que exponían que lo habían obligado; dicho documento lo podía usar, y de hecho se usó muchas veces, como defensa en un juicio cuando esos piratas eran capturados.

Si un pirata mataba a otro, el castigo consistía en atar juntos al cadáver y a su asesino y tirarlos por la borda. Un castigo terrible era el abandono en una isla desierta. Al abandonado se le daba una botella de ron y una pistola con sólo una carga de pólvora y una bala.

jueves, 19 de agosto de 2010

La vida diaria de los piratas

Los barcos de vela de madera eran sitios húmedos, oscuros y tristes, que apestaban con el hedor del agua de la sentina y la comida podrida. Sea cual fuere el clima, un barco de madera tenía filtraciones; rara vez se podía calafatear todo el maderamen. Con mal tiempo el agua caía sobre las escotillas y la cubierta inferior quedaba anegada y, una vez húmedo, el interior del barco era difícil de secar.

Los hombres sufrían mucho de calambres, resfriados y catarros, empeorados por la falta de ropa seca y por el incesante esfuerzo. Cuando un marinero iba abajo sólo podía disponer del castillo de proa, en la malsana lobreguez iluminada por una sola vela, compartiendo una manta mojada con otro compañero.

Los piratas se libraban de la ordalía del frío, pues operaban en aguas cálidas. Sufrían el intenso calor del trópico en barcos atestados. A veces había unos 250 hombres en un barco de apenas 30 metros de eslora (largo) y 15 de manga (ancho). Dormían “como perros en cubierta”. Todas las tripulaciones se esforzaban al máximo para combatir la pestilencia. Lavaban las cubiertas con vinagre y agua salada. Los piratas, a veces, las rociaban con coñac francés si tenían mucha cantidad. Bajo cubierta lo habitual era fumigar con azufre caliente. Nada podía detener la acumulación de residuos y la invasión de alimañas.

No era inusual para un capitán perder a la mitad de la tripulación por causa de la enfermedad durante un viaje. La fiebre tifoidea y el tifus eran endémicos. El escorbuto, por falta de fruta fresca, también era omnipresente. Disentería, malaria y fiebre amarilla nunca faltaban. Las enfermedades venéreas eran tal maldición que cuando asaltaban un navío saqueaban el baúl de los medicamentos en busca de los compuestos de mercurio para la sífilis.

Los barcos de la época solían llevar un pequeño cargamento de exquisiteces culinarias, como lonchas de beicon y lenguas curadas, mermelada, grosellas y almendras y jerez. La comida habitual era arroz, siempre arroz. El agua apestaba, la carne y el pescado se pudrían pronto. El bizcocho (pan horneado dos veces) tenía gusanos de cabeza negra. Para los piratas la sed y el hambre eran compañeros constantes.

Padecían prolongadas agonías de aburrimiento, aliviadas por juegos de dados y cartas. La bebida era su mayor confort, especialmente el ron. Los que sabían leer se solazaban con la Biblia y los libros de oraciones. A veces organizaban la llamada “pantomima pirata” que era un juicio simulado. Todos participaban, uno hacía de juez, otros de jurados, había un abogado defensor y otro acusador, incluso alguaciles para imponer orden. Se lo tomaban tan en serio que muchas veces acababa en una trifulca monumental, con heridos y muertos.

sábado, 14 de agosto de 2010

El mayor botín pirata

Seguro que recordaís una entrada anterior: Una de piratas, de mayo pasado, en la que vimos que conseguir un botín de oro y piedras preciosas era algo poco usual en el mundo de los piratas. Pero, a veces, algunas veces la fortuna sonreía con dientes de oro.

El mayor golpe individual de la Edad de Oro de la piratería tuvo lugar el 26 de abril de 1721. El capitán Taylor a bordo del Cassandra entró en el fondeadero St Denis en la isla de Bourbon en el archipiélago de las Mauricio. Iba con él el Victory mandado por el francés La Buze.

Anclado en el puerto estaba el barco de bandera portuguesa Nossa Senhora do Cabo, que venía desde Goa, en la India. Estaba cargado hasta los topes con los lujos de Oriente: sedas y textiles hindúes y chinos, porcelana y productos exóticos de todo tipo. Pero lo mejor estaba por descubrir, kilos y kilos de diamantes, la mayoría pertenecientes al virrey de Goa, Dom Luis Carlos Ignacio Xavier de Meneses, V Conde de Ericeira.

Los dos barcos piratas se pusieron a los lados del barco portugués y soltaron, simultaneamente, dos descargas sobre los desprevenidos marinos portugueses. Los piratas saltaron al abordaje, más de 200 piratas completamente armados contra 130 marineros con su puñales y únicamente 34 mosquetes.

El Conde presentó batalla en el alcázar, en un combate cuerpo a cuerpo contra el capitán Taylor su espada se partió en dos, siguió dando estocadas con lo que restaba de su arma. Viendo esa muestra de hombría el capitán Taylor gritó ofreciendo cuartel a los portugueses restantes. Los piratas se reagruparon y la lucha terminó.

La valentía del Conde de Ericeira le ganó el respeto de los piratas que lo trataron con suma cortesía, y le devolvieron la espada rota a pesar de que la empuñadura estaba engarzada con oro y diamantes. Cuando el gobernador de Bourbon hubo pagado 400 libras de rescate, los piratas lo enviaron a tierra en un bote engalanado y dispararon una salva de 21 cañonazos, el saludo real.

Cuando los piratas calcularon el botín, este alcanzó a más de un millón de libras al cambio. En el reparto cada uno de los piratas recibió más de 4.000 libras y 42 diamantes.

La mayoría de los piratas se largaron con el botín. Unos 140 hombres con Taylor intentaron conseguir un perdón inglés del gobernador de Jamaica, al no conseguirlo pusieron proa a Portobelo en Panamá. Allí consiguieron el perdón del Rey de España. Sin duda debido al tremendo valor que la capacidad de gasto de los piratas tendría sobre la economía de la colonia.

El capitán Taylor pasó el resto de su vida activa como un acaudalado oficial al mando de un navío-patrulla español en aguas centroamericanas.

martes, 3 de agosto de 2010

Colonización

La Española fue el primer ensayo de colonización americana; es un hecho comprobado que los primeros viajeros que se han puesto en contacto con un país nuevo han exagerado considerablemente su población, esto pasó en Groenlandía, en Tahití... y también en las Antillas. La Española fue por unos años El Dorado americano.

Se le atribuye una población máxima en 1492 de 100.000 habitantes, en el 1508 tenía unos 60.000, unos 30.000 en 1514 y unos 500 en 1570, desapareciendo lentamente en los siglos siguientes, principalmente a causa del fenómeno del mestizaje. Todos los investigadores del tema convienen en que los indios, una vez sometidos, sufrieron una rápida disminución. La presencia de los españoles dislocó la economía indígena, introdujo enfermedades y les hizo sucumbir en un trabajo agrícola normal a ojos del europeo, pero insuperable para un pueblo primitivo.

Ya durante el reinado de Felipe II se evitaba la palabra “conquista” y empezaba a hablarse de “pacificación” o “población”. No creamos que es privativo de nuestra sociedad el jugar con las palabras.

Los trabajos en las minas y agricultura, la encomienda y los repartimientos; el alcoholismo -de tan gran importancia, que se pensó en implantar la ley de los incas que castigaban a los borrachos como a envenenadores públicos, y el mestizaje fueron causas coadyuvantes en la despoblación, pero desde luego de importancia secundaria. El motivo de mayor influencia es, sin duda, el aumento de mortalidad debido a las enfermedades que a América llevaron españoles y negros. La llegada del negro y su fracaso en las minas vino a perjudicar al indígena, al que suplantó especialmente en la agricultura.

Aunque lo hemos aprendido en el s. XX, el ejército de los microbios hace en toda conquista más víctimas que las armas. Las sucesivas epidemias de viruela y sarampión causaron efectos catastróficos entre los indígenas que estaban indefensos ante ellas. A lo que hay que añadir la monótona dieta impuesta por los conquistadores, basada en la ingestión de yuca, con una gran falta de proteínas. Con la llegada de los españoles no se había conseguido evitar las hambrunas.

Entre todo este cúmulo de circunstancias destaca el negativo efecto psíquico que los españoles produjeron en los aborígenes: los indios vieron aniquilada su vida espiritual, desintegradas sus estructuras económicas y sociales y desprestigiadas o anuladas sus jerarquías. Les era imposible adaptarse a las nuevas circunstancias, y como consecuencia, los abortos provocados, la huida en masa a tierras pobres alejadas de los conquistadores, las desesperadas rebeliones contra éstos, los suicidios que llegaron a hacerse colectivos, etc. Los efectos demográficos de tal desmoralización fueron graves, bajando la tasa de natalidad a niveles que hacían imposible contrarrestar la alta tasa de mortalidad infantil de la época.

La violencia en guerra no parece que tuviera efectos notables; la duración de la conquista fue corta, seguida de un régimen estable y pacífico si lo comparamos con épocas anteriores donde los indígenas estaban en guerra continua con otras tribus.

España, al considerar sus posesiones ultramarinas como parte integrante de su territorio, elaboró una legislación indiana más justa que la establecida por otras naciones en sus colonias. Los españoles del s. XVI no podían concebir mejor trato hacia el indígena que forzarle a “civilizarse”, es decir, a que adoptara el sistema cultural del occidente cristiano; esta ha sido la actitud colonizadora de las potencias europeas hasta bien entrado el s. XX. No puede sorprendernos que desconocieran hasta qué punto destruían las fuerzas físicas e intelectuales del indio, al que, en realidad, deseaban conservar y mejorar.

Como dice L. Hanke: “otras potencias que tuvieron colonias en el Nuevo Mundo no se preocuparon grandemente por las cuestiones teóricas. No surgió ningún protector de los indios en las colonias inglesas o francesas de América. Los puritanos consideraban a los indios como malditos salvajes, a los que era preciso destruir o esclavizar.”

Desde el primer momento surgieron protectores, tanto religiosos como seglares, de los indios. A la vez que se creaba todo un nuevo cuerpo jurídico para la administración de los nuevos territorios, un conjunto de leyes y ordenanzas en donde otras naciones aprenderían y ensayarían fórmulas de expansión y de dominación.

El gran homenaje a los españoles del s. XVI y XVII se encuentra en las calles de México, Perú, Bolivia y tantos otros lugares. La legislación protectora, la posibilidad de matrimonio legal entre españoles e indios, junto con la necesidad de mantener a la población para la obra de colonización, trajo consigo un fenómeno de importancia capital: el mestizaje. Al contrario que la América anglosajona que aniquiló al salvaje, mientras acusaba a los católicos españoles de genocidio y ansia de oro.

Independientemente de los saqueos de los aventureros, la empresa americana consistió, fundamentalmente, en una cruzada religiosa emprendida por los reyes de España para promover el catolicismo.

Como dijo Restrepo Mexía, (discurso ante la Academia Colombiana de la Historia, 12 de octubre de 1930):
"Sobre los horrores de la conquista, porque toda guerra los produce, hubo una acción piadosa, conciliadora, cristiana, mezcláronse las dos razas y resultó la hispanoamericana, prueba irrefutable del humanitario concepto con que estas tierras fueron conquistadas.”

domingo, 1 de agosto de 2010

Un poco de medicina

Practicamente todo lo que sabemos de la antigua medicina griega está asociado con el nombre del gran Hipócrates (460-380 a.C.). Vivió y trabajó en la isla egea de Kos durante la edad dorada de Grecia justo después de la victoriosa lucha contra Persia. La escuela médica de Kos preservó y mejoró las técnicas de Hipócrates, ésta es probablemente el origen de los escritos hipocráticos, el sumario definitivo de la antigua medicina griega.

Siempre ha sido muy discutible cuantos de estos conocimientos pertenecían directamente al propio Hipócrates, pero, lo más importante es que fundó una tradición médica que ha llegado hasta nosotros desde el siglo V a.C.. Hipócrates debe ser, y es, considerado el padre de la medicina occidental.

Su técnica era bastante científica, basada en la detenida observación de su paciente y selección del tratamiento más adecuado. La mayoría de los escritos que se le atribuyen se preocupan por la salud general del individuo opuesta a un malestar específico.. El papel del doctor, como él lo entendía, se basaba en ayudar a la naturaleza a curar al paciente.

Sus sucesores aprendieron que la prevención era mejor que la cura. La mejor manera de tener buena salud era a través de un dieta moderada acompañada de ejercicio habitual. El caminar era la recomendación habitual para una persona sedentaria.

Parece que los médicos actuales piensan lo mismo.

Más adelante, los ricos romanos tenían un médico residente en casa. La mayoría de los doctores, sin embargo, eran trabajadores públicos, pagados por el consejo local de la ciudad para que tratasen a cualquier vecino. Esto no servía para atraer a los mejor preparados; tenemos constancia que Catón el Viejo lanzó una diatriba contra un médico griego al que llamaban “El carnicero”, aunque Catón pensaba que todos los médicos griegos eran parte de una conspiración mundial para matar a todos los habitantes de Roma..

Lejos de nuestro eurocentrismo, los chinos tenían también un sistema de médicos pagados por el sistema público. Estos estaban pagados por el gobierno central. Establecido allá por el s. II a. C., al principio en las ciudades grandes, y a mediados del s. I d.C. ya llegaba a todos los rincones del Imperio. Algo que no se conseguiría en el mundo occidental hasta el s. XX.

Los chinos implantaron un sistema de entrenamiento que recogía a todos los futuros doctores, a lo largo de los siglos posteriores. Tenemos noticias de profesores de medicina en la Universidad Imperial de Lo-yang hacia el 493 d. C. En el mundo occidental, los primeros profesores universitarios de medicina los encontramos en Bagdad hacia el 931 d. C. (si podemos considerarla parte del mundo occidental de la época) y hacia 1140 en la Sicilia musulmana..

Los médicos chinos tenían la obligación de poner una linterna en el quicio de su puerta por cada paciente que se les moría. Cierta vez, un atribulado marido salió a buscar a un medico que atendiera a su esposa a punto de dar a luz. Recorrió las calles buscando, cada vez que llegaba ante la casa de un médico veía que tenían muchas linternas, doce o trece, descorazonado, pues adoraba a su joven esposa, seguía buscando. Después de mucho caminar llegó a un barrio alejado de su morada, le indicaron donde podría encontrar a un joven médico. Al llegar ante su puerta sintió una gran alegría, pues sólo vio 3 linternas. Se dijo que, por fín, había encontrado a un buen médico. Se apresuró a llamar a la puerta y explicar su problema. El joven médico se vistió rápidamente y se hizo acompañar hasta la casa de la parturienta.
Antes de entrar a ver a la mujer, el marido le felicitó por tener tan pocas linternas colgadas de su puerta. El médico le respondió entrando en la habitación:

- No es nada. Empecé a trabajar en esta ciudad esta mañana.