jueves, 30 de septiembre de 2010

La primera republicana

Lo cuenta Tito Livio en su Ab Urbe Condita. Sexto Tarquinio, hijo de Tarquinio el Soberbio soberano de Roma, se encapricha ciegamente de una aristócrata romana, casada por más señas, llamada Lucrecia.

Como correspondía a una digna matrona romana, ella se negó a ceder a los avances del Tarquinio, y éste la forzó. Ultrajada, Lucrecia opta por el suicidio, no sin antes reclamar venganza: el exterminio de su violador.

El padre y el esposo se ocuparon, junto con otros patricios, de que los Tarquinios fuesen los últimos reyes de Roma. El pueblo juró solemnemente que jamás aceptaría la autoridad de un rey, y a continuación se instituyó la República. Lucrecia quedó encumbrada como la "heroína de la castidad".

Se la consideró la primera republicana.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Camino a Trafalgar

El tratado firmado entre España y Francia el 19 de octubre de 1803 hizo a nuestra nación subsidiaria de la de Napoleón al facilitarle recursos de guerra y comprometió la neutralidad española, con lo que se justificó en cierto modo la actitud beligerante inglesa del año en curso. Esta contribución se vio incrementada al entrar en guerra. 1804, con la firma en París del Tratado Secreto, por este, nuestro país se comprometía a armar tres escuadras que estarían dispuestas en los primeros meses del 1805 en El Ferrol, Cádiz y Cartagena.

Los planes de guerra naval perseguían un interés exclusivamente francés y estaban basados en la consecución de un objetivo terrestre: situar los ejércitos napoleónicos en las islas Británicas mediante un desembarco. Nuestra subordinación era total, además de aportar 30 navíos aceptábamos la imposición de un almirante francés, Villeneuve.

Es aquí donde hay que buscar una parte del fracaso táctico de nuestra Marina, sin que sea un eximente. El error fundamental está en la estrategia marítima de Napoleón, al tratar de evitar el combate naval decisivo para obtener un dominio marítimo circunstancial, que facilitase el desembarco.

Su planteamiento estratégico se basaba en una maniobra de diversión en la que una escuadra franco-española se dirigiría a las Antillas con intención de atacar las posesiones inglesas, dividiendo así a las fuerzas navales británicas, posteriormente se intentaría obtener un dominio marítimo en la zona del Canal de la Mancha, concentrando en estas aguas grandes efectivos navales.

Según las órdenes de Napoleón, lo que interesaba era asegurar la posesión de las islas francesas de las Antillas y atacar a las inglesas que fueran susceptibles de conquista, mientras que se esperaba la unión de la escuadra de Rochefort con los españoles de El Ferrol al mando del general Grandallana y la división francesa surta en este puerto, para que juntas arrumbasen a Brest para romper el bloqueo inglés y con todas las fuerzas, reunidas bajo el mando de Villeneuve, recalasen en Boulogne donde recibirían órdenes directas del Emperador. Mientras, las armadas de Cádiz y Cartagena mantendrían a las otras flotas inglesas ocupadas en sus respectivos teatros de operaciones.

Pero el almirante francés era un pusilánime: el 8 de junio, en ruta a la isla Barbuda, las fragatas francesas descubrieron un convoy inglés al que se le dio caza, apresándose quince buques. Este convoy se había hecho a la mar desde la isla Antigua, rumbo a Inglaterra, al conocer la llegada de Nelson a las Antillas, en persecución de la escuadra aliada.

Esta noticia produjo un cambio radial en las operaciones: Villeneuve se dirigió a El Ferrol para evitar un posible encuentro con la escuadra de Nelson, con lo que no se efectuó el ataque a Barbuda, ni los que se pensaban llevar a cabo contra las posesiones enemigas en las Antillas.

La escuadra combinada con destinoa El Ferrol fue interceptada por la inglesa del almirante Calder, al noroeste del cabo Finisterre, el 22 de julio; se entabló combate en medio de una gran niebla y en él fueron rendidos y apresados dos navíos españoles. El resto de la escuadra arrumbó a Vigo, donde 3 navíos, dos españoles y uno francés, fueron excluidos con lo que quedaron sólo dos navíos, el Argonauta y el Terrible, para unirse al resto de la flota en El Ferrol el 2 de agosto, bajo el mando de Gravina.

La flota sale de El Ferrol y se dirige a Cádiz, olvidándose del plan inicial de romper el bloqueo inglés sobre Brest pues los navíos franceses de este puerto no hacen nada por enfrentarse a los ingleses. El Príncipe de la Paz ordenó a la flota de Cartagena que se dirigiera a Cádiz, con la idea de bloquear Gibraltar y propiciar un golpe de mano sobre dicha plaza para destruir un convoy inglés fondeado en su puerto. Pero, entre el bloqueo que sufría el puerto de Cádiz y que llegaron órdenes de Napoleón, la escuadra de Cartagena no se unió a la de Cádiz; sus órdenes serían realizar un crucero por el norte de África capturando todo navío inglés que pudiesen encontrar en su periplo.

La armada de Cartagena nunca recibió esta orden de operaciones ya que se decidió la salida de la escuadra combinada de Cádiz el día 19 de octubre de 1805, formada por 32 navíos, de los cuales 15 eran españoles, con rumbo al Mediterráneo.


Lo que pasó ante el cabo Trafalgar el 21 de octubre es ampliamente conocido.


Cuando el Emperador, iniciada la campaña en las Antillas y el Mediterráneo, comprende su error y la necesidad de batir decididamente a las fuerzas navales británicas, ya era tarde y tanto Finisterre, pequeña derrota táctica, como Trafalgar, gran derrota estratégica, salvan a Inglaterra de la invasión napoleónica.

La política general de España en este año de 1805, como en los precedentes, fue un devaneo continuo que convirtió a España en un juguete, no sólo de los grandes intereses de otras naciones, sino de personajes de tercer orden, de pequeñas intrigas y de la más inconcebible incapacidad de nuestros Gobiernos.

La Armada española moriría de abandono; con sus barcos hundidos, no precisamente en Trafalgar, donde sólo se perdieron diez, cinco en combate y cinco como consecuencia del temporal que siguió a éste, sino años más tarde en nuestros arsenales por falta de carena, decepcionados sus hombres por la incomprensión y el olvido de su propia nación

jueves, 23 de septiembre de 2010

La batalla de Bailén

A unos 60 kms de la actual ciudad de Bailén tuvo lugar una batalla muy famosa.

Bueno, muy famosa, no, simplemente conocida.

Corre el año 208 a.C las tropas romanas y cartaginesas están envueltas en un guerra global entre las dos superpotencias de la época, la conocida como Segunda Guerra Púnica. Tras diez años de conflicto, que se inició tras la destrucción de la levantisca ciudad de Sagunto por los soldados de Anibal en el 219 a.C., Roma decide plantar cara a Cartago en la península ibérica. Dos grandes generales se encuentran en el campo de batalla. Al frente de las tropas imperiales, se encuentra Publio Cornelio Escipión, “el africano”, el único militar romano que consiguió derrotar a Aníbal. Al frente de los cartagineses, Asdrúbal Barca, hermano de Aníbal y que tenía como misión asegurar los suministros de las tropas africanas que debían tomar Italia.

El encuentro entre ambos ejércitos se produjo en la zona alta del Guadalquivir, un enclave importante para dominar el sur de Hispania, junto a un pueblo llamado Baecula. El general romano sabe que la tropa cartaginesa está dispersada en tres ejércitos. Sabe que no puede perder tiempo y lanza un ataque sorpresa al encontrar el campamento cartaginés. Asdrúbal cae en la trampa de Escipión, que hace creer al cartaginés que su ataque es una simple escaramuza, escondiendo a la mayor parte de sus soldados en la retaguardia y consiguiendo rodear a la tropa norteafricana.

La victoria fue para las legiones itálicas que, sin embargo, permitieron que una parte del ejército cartaginés, con sus temibles elefantes, huyeran del campo de batalla y consiguieran cruzar los Pirineos para unirse a los ejércitos de Aníbal en Italia.

Lo más importante para Roma fue que consiguió consolidar su poder en Hispania, al pasarse muchas tribus hispánicas a su lado como aliadas.

La otra batalla, la famosa, famosa, famosa......

Fue un 19 de julio de 1808, por cierto, hace un par de años las juventudes de un conocido partido político se cubrieron de gloria cuando pidieron al Ayuntamiento que cambiara el nombre del Instituto de Educación Secundaria, 19 de julio, porque era un nombre que ensalzaba a los franquistas.

La batalla se inició de noche, unos 9.000 franceses bajo el mando de Dupont se encontraron con 13.000 españoles al mando del general Castaños. Los dos bandos contaban con poca información sobre la tropa y movimientos del enemigo. Se inició de noche como hemos dicho y encontrándose por sorpresa ambos bandos, contó con la amenaza de tropas auxiliares que llegaron tarde y terminó con un calor sofocante que terminó de derretir al ejército francés, que carecía de agua. Al final se enfrentaron unos 20.000 hombres por cada bando, las cifras de bajas son importantes, hubo más de 17.500 prisioneros, 450 muertos y 1.500 heridos entre los galos (ya que los refuerzos franceses llegaron cuando Dupont se había rendido). Castaño,por su parte, informó de 189 muertos y 567 heridos.

Lo realmente importante fue la repercusión de la victoria hispana. Por toda Europa corrió la noticia de la derrota de un ejército imperial napoleónico, por primera vez, en campo abierto, lo que supuso un aire de libertad y esperanza para muchos países amenazados por los franceses.

“Cuando Napoleón se enteró del desastre de Bailén derramó lágrimas de sangre sobre sus águilas humilladas, sobre el honor de las armas francesas ultrajadas..... ¿por quién?. Por los que, en la política de Napoleón eran tratados como pelotones de proletarios insurrectos....” Memorias del general francés Foy.

martes, 21 de septiembre de 2010

El transporte de los Cruzados

Durante las Cruzadas la forma más habitual y rápida de dirigirse a Tierra Santa era en barcos, tanto para los peregrinos como para los combatientes. A nuestros ojos del s. XX, las embarcaciones de madera de la Edad Media parecen feas y sin gracia, poco más que pequeñas bañeras redondeadas. La nave mercante típica tenía unos treinta y tres metros de largo por nueve metros de ancho, aproximadamente. Compárense estas cifras con la medidas de un avión moderno como el Airbus A320, que tiene algo más de treinta y seis metros de largo por cinco metros de ancho; este avión transporta hasta ciento cincuenta pasajeros y ocho tripulantes en vuelos de (normalmente) cuatro horas y media, al cabo de las cuales la mayoría de los pasajeros tienen calambres y se sienten nerviosos.

Los barcos de transporte medievales podía llegar a llevar hasta seiscientos pasajeros además de una tripulación de entre ochenta y cien hombres. En cada uno de los extremos estas naves poseían estructuras de madera conocidas como castillos, que hacían que la altura global del casco superara los doce metros. Los camarotes de los caballeros se ubicaban en la torre más alta y proporcionaban lo que entonces era considerado un alojamiento de lujo, donde al menos podía permitirse algo de privacidad. El grueso de los hombres se alojaba en la parte central de la nave, hacinados en el espacio más estrecho posible (unos sesenta centímetros por metro y medio por persona, leemos en un estatuto de mediados del siglo XIII). Los crujidos de la madera y el chasquido de las velas, el olor del mar y del sudor, unidos a la proximidad de tantísima gente convertían el viaje en una experiencia increíblemente dura.

Los medievales estaban acostumbrados a compartir alojamiento en el gran salón del castillo, pero aquí se añadía su falta de familiaridad con el viaje por mar y el hecho de que los marineros tenían que llevar a cabo sus tareas entre los cruzados. Mientras se acurrucaban en la oscuridad bajo las cubiertas y rodaban de un lado a otra en las entrañas húmedas y frías de la nave, muchos viajeros debían de arrepentirse de haber abandonado tierra firme. Sobre ellos se elevaban mástiles de más de treinta metros y velas que chasqueaban azotadas por el viento. De acuerdo con los estándares actuales , estas embarcaciones eran lentas y un viaje entre Venecia y Acre ( menos de tres mil kilómetros en línea recta) podía tardar entre cuatro y seis semanas.

La naves que llevaban los caballos, esenciales para la supremacía de los caballeros occidentales en sus temibles cargas, se llamaban taridas, eran movidas por remeros principalmente y para impulsar cada una se requerían unos cien hombres. Solían llevar unos treinta caballos cada una, y almacenaban grandes cantidades de comida y agua para alimentarlos, cada animal debía ser suspendido de eslingas para impedir que cualquier movimiento brusco de la nave le hiciera perder pie y provocarse heridas; además, era necesario limpiarlo y tirar el estiércol por la borda. Los caballos se encontraban en la parte más baja de la embarcación, cuya entrada principal quedaba por debajo de la línea de flotación cuando su carga estaba completa. Una vez preparados para la batalla, la nave se hacía varar en la costa, con lo que esta puerta podía abrirse y los caballos, ensillados y con sus jinetes completamente armados encima, atravesaban una rampa y salían de la nave para entrar de inmediato en combate.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Venecia

Levantada sobre un puñado de islas en una laguna al norte del mar Adriático, la ciudad de Venecia era una fuerza poderosa e independiente en el mundo medieval. Las islas que conforman la ciudad habían estado habitadas por pescadores desde la época de los romanos. Con el declive del Imperio romano, entre el siglo IV y V la mayor parte de Italia quedó bajo el dominio de las tribus germánicas. Una de las excepciones fue el territorio conocido como Venecia, que permaneció bajo el control de funcionarios enviados desde Constantinopla.

La invasión de Italia por los lombardos en el año 580 obligó a muchos refugiados procedentes del continente a establecerse en las islas de las lagunas.. Diversos asentamientos fueron creciendo y para 697 los funcionarios bizantinos decidieron nombrar al primer dux encargado de gobernar la zona. En el año 810, Pipino, hijo de Carlomagno, intentó conquistar la región en nombre del Imperio franco, pero fue incapaz de llegar hasta la isla de Rialto, que ya entonces era el centro neurálgico del asentamiento.

Un tratado de paz firmando en esa época aclaraba que Venecia pertenecía al imperio bizantino, pero los habitantes pronto empezaron a afirmar su independencia. Un vivo símbolo de ello tuvo lugar en el año 829 cuando las reliquias de san Marcos fueron robadas en Alejandría y la ciudad lo adoptó como su patrono. Sin embargo, la pérdida de vínculos políticos no supuso una ruptura total entre Venecia y Constantinopla y las relaciones comerciales entre ambas siguieron siendo fuertes, al igual que la influencia cultural griega, determinante, por ejemplo, en la arquitectura.

Los venecianos concentraban sus conocimientos como navegantes en la multitud de valles que forman distintos ríos al pie de los Dolositas, en el norte de Italia. Estos marineros se convirtieron en magníficos comerciantes que vendía sal y pescado procedentes de su propia región, así como productos del Mediterráneo importados por mercaderes bizantinos (especias, seda, incienso), a cambio de los granos y demás alimentos de primera necesidad que no podía cultivar en sus pequeñas y arenosas islas.

Durante los siglos IX y X, las regiones vecinas se fueron pacificando, la economía prosperó y los venecianos comenzaron a viajar cada vez más lejos para satisfacer la creciente demanda de productos suntuarios. Sus naves se adentraron el Mediterráneo con mayor frecuencia para comerciar con los musulmanes del norte de África, así como de Asia menor y Levante. Este aumento del comercio, unido a ala disponibilidad de la madera, redundaron ene le surgimiento de una industria veneciana de construcción naval que ayudó a sostener la supremacía comercial de la ciudad.

En el siglo XI, Venecia era una potencia económica y política fuerte, rica y llena de energía. A diferencia de sus rivales, Pisa y Génova, había conseguido mantener su independencia frente al emperador germánico que gobernaba la mayor parte de la Italia septentrional.

domingo, 19 de septiembre de 2010

El torneo medieval

Para nosotros un torneo medieval tiene un marco más o menos formal: dos caballeros se enfrentan el uno al otro en una justa, con sus lanzas en posición horizontal; a continuación se produce un choque y las lanzas de madera se astillan en el momento en que cada uno golpea a su adversario; un ruido sordo se escucha cuando uno de los combatientes cae al suelo; quien ha resultado triunfante es aclamado por la multitud que se agolpa en las tribunas luciendo sus mejores galas.

Este cuadro quizá resulte creíble en el siglo XIV, pero antes de esa época los encuentros eran mucho más caóticos y bastante más brutales.

En el siglo XII, antes del comienzo de la Cuarta Cruzada, los torneos eran acontecimientos desordenados y anárquicos, aderezados con sangre y venganzas. No tenían lugar en recintos cerrados como la liza de las justas, sino que se desplegaban por un territorio de muchas hectáreas. Por lo general, el campo de batalla estaba definido por dos poblaciones o castillos. Era necesario un espacio tan abierto porque era muy inusual que los hombres lucharan individualmente y lo común era que los combatientes se dividieran en dos grupos de hasta 200 caballeros cada uno. La formación de los grupos era, con frecuencia, reflejo de alianzas políticas verdaderas y podía convertirse en motivo de tensiones muy agudas. El torneo comenzaba con una carga con lanzas. Los dos grupos salían disparados el uno contra el otro a gran velocidad, y los gritos de los hombres se mezclaban con el estruendo de los cascos y el traqueteo de los arneses. Venía luego el tremendo impacto que producía el encuentro de los contingentes, el ruido sordo de los cuerpos chocando entre sí, el violento sonido del metal contra el metal, la carne cediendo al impulso de la carga, los primeros gritos de los heridos. Entonces estallaba la lucha cuerpo a cuerpo y los golpes hacían repicar los yelmos con gran estrépito. No era inusual que los hombres resultaran heridos; en algunos casos alguien moría.. Las reglas eran muy pocas y, además, no había árbitros. El combate podía degenerar en tumulto o refriega más seria, un enfrentamiento caótico en el que el grupo que consiguiera mantener mejor el orden era el que tenía mayores posibilidades de hacerse con la victoria. No se tenía en cuenta el entorno en que se producía el combate: huertas, viñedos y cosechas eran pisoteados o arrasados; los caballeros podía utilizar un granero u otras edificaciones para esconderse y preparar emboscadas, y las calles de un pueblo podían de repente convertirse en escenario de una contienda a gran escala.

El propósito de estas brutales confrontaciones era practicar y prepararse para la guerra de verdad, y la única diferencia entre ambas actividades era que aquí el objetivo no era matar al oponente sino capturarlo. Por supuesto, en el calor del combate – y también cuando alguien se topaba con un viejo adversario- las espadas quizá llegaban a blandirse con demasiada dureza y alguien podía perder la vida. Otros podía quedar lisiados por accidente: el conde Godofredo de Bretaña, hermano pequeño de Ricardo Corazón de León, murió en un torneo en 1186. La desgracia podía sorprender a un hombre dejándolo atrapado en su armadura. Guillermo el Mariscal, el guerrero más grande de su época (1145?-1219), en un torneo especialmente duro desapareció sin que nadie se diera cuenta. Cuando terminó el combate y los contendientes volvieron a sus reales, alguien se dio cuenta de la falta del Mariscal. Después de mucho rato de búsqueda, consiguieron localizarlo en la herrería local, doblado sobre la forja y sometido a los golpes del herrero, que intentaba retirarle el yelmo, tan deformado que nadie había podido quitárselo de la cabeza.

El trepidante combate de un torneo ofrecía, de lejos, la preparación más realista para la guerra de verdad que cualquiera pueda imaginar. Los torneos eran enormemente populares en el norte de Francia y en Flandes, mucho menos en el sur de Francia y prácticamente desconocidos en Italia

martes, 14 de septiembre de 2010

La exaltación de la Santa Cruz.

Hoy es el día de la exaltación de la Santa Cruz.
Para los católicos, exaltación significa la subida al Cielo, no por uno mismo sino por intercesión directa de Dios. Mientras que Jesús “ascendió” por si mismo y en el caso de la Virgen María se habla de “asunción”
La cruz fue el primero de los instrumentos de la Pasión que fue venerado en forma de reliquia.

Hacia el año 326, la madre del emperador Constantino, Elena, de 80 años de edad, decidió ir a conocer la tierra que había hollado el Salvador del Mundo. Al llegar a Jerusalén hizo interrogar a los judíos más sabios para que confesaran todo lo que supieran sobre el lugar en el que Cristo había sido crucificado.

En el Gólgota, el monte de la calavera, hacía el año 125, el emperador Adriano había construido un templo en honor a Venus. La emperatriz Elena lo hizo demoler y excavar en busca de la cruz de Jesús.

Mientras esperaba, la emperatriz fue a Jerusalén a intentar localizar el Santo Sepulcro, que se hallaba perdido, y así seguiría por siempre.

Milagrosamente en la excavación se encontraron tres cruces. Cómo no había forma de saber cual era la que correspondía a Jesucristo, la emperatriz hizo traer a un hombre muerto. Al ponerlo en contacto con una cruz resucitó inmediatamente, así se supo cual era la Vera Cruz.

La emperatriz y su hijo hicieron construir un fastuoso templo sobre el lugar del hallazgo, la llamada Basílica del Santo Sepulcro, en la que guardaron la reliquia.

En el año 614 el rey persa Cosroes tomó Jerusalén y, tras la victoria, se llevó la Vera Cruz y la puso bajo los pies de su trono, como símbolo de su desprecio a la religión de los cristianos.

Tras quince años de luchas, el emperador bizantino Heraclio lo venció definitivamente en el año 628. Poco después, en una ceremonia celebrada... sí... el día 14 de septiembre, la Vera Cruz regresó a Jerusalén. Llevada en persona por el emperador a través de la ciudad.

Con el tiempo aún los "clavos santos" que fueron usados para clavar a Cristo a la cruz, fueron milagrosamente hallados, elaboradamente montados en reliquias y venerados por los cristianos.

Numerosas reliquias se disputan ser pedazos de la Vera Cruz, de hecho Erasmo de Rotterdam en el siglo XVI bromeaba diciendo que se podría construir un barco con toda esa madera. En España se alberga el mayor trozo que se conoce, el “Lignum Crucis”, en el Monasterio de Santo Toribio de Liébana. Aún un gran trozo de la cruz del "buen ladrón" (De nombre Dismas según una leyenda medieval) es reverenciada en Roma en el altar de la capilla de las reliquias en la Basílica de Santa Croce in Geruslemme

Como curiosidad típicamente hispana: en la Iglesia de la Concepción de Santa Cruz de Tenerife se guarda la cruz fundacional de la capital canaria, considerada una reliquia en sí, se guarda en una urna de cristal con forma de cruz.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Dos españoles que se hicieron indios

Cuando Hernán Cortés arribó a la isla de Cozumel, frente a la península del Yucatán, en los primero días de marzo de1519, se propuso localizar a varios españole que según las noticias permanecían allí cautivos. Un grupo de soldados trajo a seis o siete nativos casi desnudos armados con arcos y flechas,

¿Quién es el español? -preguntó Cortés.
Yo soy – respondió uno de los presentes.


Cuentan las crónicas que “de su natural color era moreno, venía trasquilado como un indio esclavo, traía un remo al hombro, una ruin manta, sus partes cubiertas con un paño a modo de braguero y en la manta un bulto, que después se vio era un libro de oraciones.” Cortés le mandó vestir camisa, jubón y unos calzones, y calzar unas alpargatas, y le dieron para cubrirse una montera.

Era Jerónimo de Aguilar, natural de Écija. En 1512 se había embarcado con Juan de Valdivia con la intención de llevar a La Española noticias y riquezas del Darién. Pero el barco naufragó cerca del Yucatán. Sólo dos miembros de la tripulación pudieron sobrevivir al naufragio y a los indios: el propio Aguilar y Gonzalo Guerrero, natural de Palos de Moguer. Este último asimiló la cultura indígena de sus captores, mientras que Aguilar se mantuvo fiel a sus fuertes creencias religiosas.

En 1517 la expedición de Francisco Hernández de Córdoba dio cuenta de la presencia de españoles en aquellas tierras al gobernador de Cuba, Diego Velázquez, quién encargó a Cortés una exploración de las tierras del oeste, donde se creía podía haber un rico y poderoso imperio. Aguilar se convirtió en una pieza imprescindible para Cortés, pues había aprendido el maya, en la conquista de México junto a la traductora o “lengua” doña Marina Malinalli, la famosa Doña Malinche, hija de unos caciques de Olutla, quienes como muchos otros pueblos mesoamericanos tenían una gran aversión a los aztecas, víctimas de su militarismo y de su práctica de obtener cautivos para sacrificios humanos.

Así, Cortés se dirigía a Aguilar en español, este traducía sus palabras al maya y Marina lo hacía al nahuatl, la lengua de los aztecas. Como premio por aquellos servicios y después de participar en la conquista de México, Aguilar fue nombrado regidor de la capital y recompensado con tres encomiendas al norte, donde vivió hasta su muerte.

Por su parte, Gonzalo Guerrero, a quien parece que el mundo maya le dio más alegrías y seguridad que el europeo del s. XVI, decidió quedarse con los que en principio fueron sus captores, para convertirse con el tiempo en “indio blanco”, cacique y llegar a ser incluso “general”, según cuentan las crónicas.

Tras pasar de mano en mano como sirviente cayó en las del cacique Nanchacan, el cual residía en Chetumal, donde hoy miles de turistas visitan las pirámides de Tulum. Fue así, Guerrero el primer europeo en contemplarlas. Con el tiempo y por sus bravas y valientes actuaciones Guerrero supo ganarse la confianza del cacique y pidió servir en su ejército; además contrajo matrimonio con la hija de aquel líder, Xzazil, con quien tuvo tres hijos, una de las primeras estirpe de mestizos indianizados. Tanta fue su integración en la cultura maya que llegó incluso a luchar contra las huestes de Francisco Hernández de Córdoba, primero, y contra las de Francisco de Montejo después, siempre según los testimonios de los cronistas, que escribían de oídas, por boca de soldados que habían entablado combate con “barbudos de orejas horadadas”, símbolo esto último de los mayas.

El fin de su vida es tan incierto como su vida. Andrés de Cereceda escribió al emperador Carlos V contando que se había encontrado con el cuerpo de un cristiano vestido de indio, tatuado, con las orejas horadadas y con las armas y los atributos de un general maya.

El mito despertó y sigue despertando pasión por el estudio de este personaje, el primer “mártir” blanco de los indígenas de América.


Para saber más:
http://es.wikipedia.org/wiki/Jerónimo_de_Aguilar
http://es.wikipedia.org/wiki/Gonzalo_Guerrero

jueves, 9 de septiembre de 2010

Una de "paseos"

Cuando parecía que Madrid estaba a punto de caer en manos facciosas el Gobierno republicano decidió trasladarse a Valencia, una ciudad más segura. Se organizó también el traslado de reconocidos intelectuales, entre los que se contaban Antonio Machado y Moreno Vila.

Después de un duro día de viaje, por culpa de los controles de carretera realizados por todas y cada una de las organizaciones obreras, a las que no les convencían aquellos republicanos de chaqueta, corbata y sombrero, llegaron al pueblo de Tarancón donde fueron alojados en una casa grande, con algunos lujos impensable en el Madrid sitiado.

Antonio Machado y su esposa se disponían a dormir cuando se les ocurrió preguntar de quién era la casa que ocupaban. Un miliciano les respondió: “Es del cacique del pueblo, pero no se preocupe camarada, le dimos el paseo antier a toda la familia”.

Machado, por delicadeza, no deshizo aquella cama, y pasó esa noche durmiendo sobre la alfombra.

Moreno Villa por su parte, al preguntar por la familia recibió la escalofriante declaración: “Les matemos ayer”. Esto le hizo recordar una conversación que tuvo en Madrid en la Residencia de Estudiantes: “(...) Todas las noches oíamos descargas de fusilamientos en las cercanías, y cuando nos levantábamos oíamos contar a las criadas, que nos miraban como a burgueses dignos de ser arrastrados, cómo eran las víctimas de los famosos “paseos”. “El de hoy era un señorito fascista, tenía zapatos de charol y estaba envuelto en una bandera monárquica. El de ayer era un pobre de alpargatas.” Se fijaban mucho en el calzado y en las manos.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Juan Bermúdez, descubridor español

Nacido en Palos de la Frontera (Huelva) hacia 1450.

De linaje de navegantes se hizo a la mar desde muy joven. Entre 1495 y 1519 viajó a América once veces en calidad de piloto o maestre, lo que significa que en veinticinco años cruzó el Atlántico, en uno u otro sentido, en veintidós ocasiones. Toda una plusmarca, diríamos hoy, que no fue superada por ningún marino en los siglos XVI y XVII de los que se tenga noticias. Debemos añadir aquellas navegaciones que debió hacer antes para que pudiera ser reconocido como piloto con experiencia, especialmente los conocidos como “viajes menores andaluces” entre 1501 y 1509.

Aquí queremos hablar del viaje que lo haría pasar a la Historia, la historia se inicia en Sevilla, en el mes de julio de 1505, al salir de este puerto como piloto de la carabela Garza con el encargo de llevar vituallas y pertrechos a los asentamientos españoles en las Indias. La singladura de ida se llevó a cabo felizmente y sin contratiempos. Cuando inició su regreso dirigió su proa al norte, quizás porque ya se sabía que una fuerte corriente marina, que puede llegar a alcanzar los cuatro nudos, circulaba muy pegada a las costas de Florida en dirección sur-norte: el descubrimiento de la conocida como Corriente del Golfo es de otro marino palermo, Antón de Alaminos. Es posible que tomara esa dirección despistado por una tormenta.

Cuando llevaba apenas unos días en la mar, Bermúdez alcanzó a ver un grupo de islas con evidente riesgo para la navegación a las que les dio el nombre de su carabela, Garza, ¡que bello gesto! cuando lo normal era dar el nombre del descubridor, de su monarca, de su tierra de origen o de la efeméride religiosa que se celebraba el día de la arribada.

Pero la posteridad no quiso fijarse en la carabela y sí en el descubridor, por lo que hoy en día conocemos ese grupo de islas por el nombre de su descubridor: las islas Bermudas.

Juan Bermúdez murió en su Palos natal hacia 1520

martes, 7 de septiembre de 2010

Unamuno y Millán Astray

El 12 de octubre de 1936 en el paraninfo de la universidad de Salamanca se celebraba el Día de la Raza con la presencia de Carmen Polo, esposa del general Franco recién nombrado Jefe del Estado. Millán Astray había llegado escoltado por sus legionarios armados con metralletas, afectación que conservaría a lo largo de toda la guerra. Varios oradores soltaron los consabidos tópicos acerca de la “anti-España”. Un indignado Unamuno, de setenta y dos años, que había estado tomando notas sin intención de hablar, se puso de pie y pronunció un apasionado discurso. “Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la civilización cristiana, yo mismo lo hice otras veces. Pero, no, la nuestra es sólo una guerra incivil (...) Vencer no es convencer, y hay que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión (...). Se ha hablado también de catalanes y vascos, llamándolos anti-España; pues bien, con la misma razón pueden ellos decir otro tanto. Y aquí está el señor obispo, catalán, para enseñaros la doctrina cristiana que no queréis conocer, y yo, que soy vasco, llevo toda mi vida ensenándoos la lengua española, que no sabéis...”

En ese punto Millán Astray empezó a gritar: “¿Puedo hablar? ¿Puedo hablar?” Su escolta presentó armas y alguien del público gritó: “¡Viva la muerte!”. En lo que fue un exhibicionismo fríamente calculado, Millán habló: “¡Cataluña y el País Vasco, el País Vasco y Cataluña, son dos cánceres en el cuerpo de la nación!. ¡El fascismo, remedio de España, viene a exterminarlos, cortando en la carne viva y sana como un frío bisturí!”. Se excitó sobremanera hasta tal punto que no pudo seguir hablando. Resollando, se cuadró mientras se oían gritos de “¡Viva España!”. Se produjo un silencio mortal y unas miradas angustiadas se volvieron hacia Unamuno. “Acabo de oír el grito negrófilo e insensato de ¡Viva la muerte!”. Esto me suena lo mismo que “¡Muera la vida!”. Y yo, que he pasado toda la vida creando paradojas que provocaron el enojo de quienes no las comprendieron, ha de deciros, con autoridad en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. Puesto que fue proclamada en homenaje al último orador, entiendo que fue dirigida a él, si bien de una forma excesiva y tortuosa, como testimonio de que él mismo es un símbolo de la muerte. ¡Y otra cosa!. El general Millán Astray es un inválido. No es preciso decirlo en un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero los extremos no sirven como norma. Desgraciadamente hay hoy en día demasiados inválidos y pronto habrá más si Dios no nos ayuda. Me duele pensar que el general Millán Astray pueda dictar las normas de sicología de masas. Un inválido que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, que era un hombre, no un superhombre, viril y completo a pesar de sus mutilaciones, un inválido, como dije, que carezca de esa superioridad de espíritu, suele sentirse aliviado viendo cómo aumenta el número de mutilados alrededor de él(...). El general Millán Astray quisiera crear una España nueva, creación negativa sin duda, según su propia imagen. Y por ello desearía una España mutilada....”

Furioso, Millán gritó: “¡Muera la inteligencia!”. En un intento de calmar los ánimos, el poeta José María Pemán exclamó:”¡No!. ¡Viva la inteligencia!. ¡Mueran los malos intelectuales!”. Unamuno no se amilanó y concluyó: “¡Éste es el templo de la inteligencia”¡Y yo soy su supremo sacerdote!. Vosotros estáis profanando su sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, profeta en mi propio país. Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta; pero no convenceréis porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta, razón y derecho en la lucha. Me parece inútil pediros que penséis en España.”

Millán se controló lo suficiente como para, señalando a la esposa de Franco, ordenarle: “¡Coja el brazo de la señora!”, cosa que Unamuno hizo, evitando así que el incidente acabara en tragedia.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Américo Vespucio, el hombre que dio su nombre a un continente

Hijo de un notario miembro de la nobleza mediana florentina, su familia se encontraba integrada en la red clientelar de Lorenzo de Médici el Magnífico, quién ejercía el mando en Florencia sin ocupar ningún cargo.

A partir de 1480 la familia perdió el amparo de El Magnífico y Américo tuvo que ganarse la vida mediante ocupaciones a veces poco respetables, principalmente agente de compras especializado en perlas y otras joyas. En 1491 buscó su fortuna, como muchos otros jóvenes de su patria, en España trasladándose a Sevilla, allí trabajó con un de los principales armadores de Colón, Giannotto Berardi. En 1499 cuando los RRCC eliminaron el monopolio de la navegación atlántica concedida a Colón, Vespucio fue uno de los primeros que se aprovecharon.

Se unió a la expedición de Alonso de Ojeda, recaló en las pesquerías de perlas de la isla Margarita, descubiertas por Colón el año anterior. Redactó una crónica del viaje poco fehaciente; se retrató como uno de los capitanes de la expedición. Insistió también en su competencia en materia de navegación científica, con el uso del cuadrante y astrolabio, y decía que los pilotos profesionales confiaban en su mayor conocimiento. Vespucio, al igual que Colón, creía que el planeta era más pequeño de lo que es, y que las riquezas de Asia se hallaban a poca distancia de sus descubrimientos.

Hacia fines de 1501 se trasladó a Portugal, En 1502 desempeñó un cierto papel en la exploración de unos 4.000 kms de la costa del actual Brasil y en su propia relación aseguró haber navegado hasta los 50º de latitud sur. No consta prueba alguna de tal hazaña.

Por razones desconocidas rompió con los portugueses y volvió a España, donde solicitó sin éxito permiso para realizar más viajes. Se sabe que pasaba mucho tiempo con Colón en su casa, y que se ganaba la vida arreglando abastecimientos para las flotas de Indias. En 1503 se editó su obra de mayor divulgación, Mundus Novus, un breve resumen de sus viajes, pero no aportó ninguna novedad importante, si bien su latín apacible y sus detalles sobre el uso de cuadrante y astrolabio llamó la atención de los cosmógrafos que lo leyeron. En 1505 llegó a manos de Martín Waldseemüller y Mathias Ringmann en Saint-Dié (Lorena), donde un grupo de humanistas estaban trabajando en una nueva edición de la Geografía de Ptolomeo.

Sin más reflexión, aclamaron a Vespucio como el nuevo Ptolomeo y en 1507, en la introducción a su edición, en el espléndido mapa impreso que la acompañó, propusieron el nombre de “América” para aquel nuevo continente. En la edición de 1513 Waldseemüller retiró la propuesta y reconoció la preeminencia de Colón pero el nuevo nombre ya se había establecido entre los especialistas en geografía.

En marzo de 1508, tras una larga campaña de solicitudes, el rey otorgó a Vespucio el cargo de piloto mayor, con un salario elevado y la responsabilidad de recopilar datos sobre la carrera de Indias y de enseñar técnicas avanzadas a los pilotos. No constan pruebas de que cumpliera con ninguna de estas tareas, pero siguió cobrando el salario hasta su muerte en 1512.

Post Scriptum: Siempre ha habido quién tiene una flor en el culo, y algunos tienen un jardín.