miércoles, 14 de octubre de 2020

Entre Australia y Nueva Guinea

Luís Váez de Torres

Portugal, ¿? - 1613

Australia y Nueva Guinea están unidas por una plataforma submarina que asoma a la superficie en forma de numerosos arrecifes. Ese espacio se llama Estrecho de Torres en honor a su descubridor, el capitán Luís Váez de Torres, un magnífico navegante nacido en el Portugal que formaba parte de la Corona de España.

Razones de Estado hicieron que sus descubrimientos quedaran escondidos a los codiciosos ojos de los enemigos de España.

Váez fue piloto de la expedición puesta al mando de Pedro Fernández de Quirós, enviada por Felipe III en 1605 en busca de noticias de la Tierra Austral. La flota partió de Veracruz y, tras llegar a la isla de Espíritu Santo (hoy Vanautu), Quirós y su nave desaparecieron. Váez decidió poner rumbo a Manila con los dos barcos restantes, el San Pedro y el patache Los Tres Reyes Magos. Allí tuvo noticias de que Quirós había conseguido llegar a México y, tras informarle por carta, encaró la misión original de la expedición: llegar a Austrialia.


Su viaje, que inició el 26 de junio de 1606, puede dividirse en tres partes. Primero navegó a través del mar del Coral, entre las Nuevas Hébridas y las Luisiadas, fondeando en la derrota de numerosas islas, entre ellas Táguila y Sideia, además de Nueva Guinea y la bahía de Orangerie. Desde allí hasta que dobló el llamado Cabo Falso, su navegación fue incierta, puesto que los datos que suministró estaban sujetos al llamado “error de compás”, la diferencia entre la aguja magnética y la situación geográfica real. En un segundo sector, su viaje estuvo ligado a la travesía por el golfo de Papúa, donde recaló en la isla de Manubada y en la bahía Redscar, además de en Port Moresby. Por último, dedicó treinta y cuatro días de navegación a explorar el Estrecho de Torres, en donde descubrió el “placel” sumergido, superficie llana cubierta de arena. Váez de Torres abandonó el Estrecho saliendo de Malandanza, y de allí fue a Volcán Quemado, luego al cabo de York y retornó por el oeste de Nueva Guinea, cuya insularidad comprobó. Más tarde, se dirigió a las islas de las Especias y finalmente puso fin a la aventura en Manila.


Para saber más: El viaje de Torres de Veracruz a Manila.Bret Hilder. Ministerio de Asuntos Exteriores. Madrid 1992

viernes, 9 de octubre de 2020

Un portugués, ¡uno de tantos! al servicio de la Monarquía Hispánica

Pedro Fernández de Quirós

Évora (Portugal) 1565 – Panamá 1615

A pesar de haber nacido portugués, Fernández de Quirós merece un lugar destacado entre los navegantes españoles. No sólo fue el piloto del segundo viaje de Mendaña, sino que empleó todo su talento náutico en librar a Isabel Barreto y a unas decenas de supervivientes de lo que podía haber sido una tragedia como la de La balsa de la Medusa.

Luego, en lugar de buscar horizontes más tranquilos, puso todo su empeño en conseguir de la Corona española un nuevo viaje por el Pacífico, consiguiéndolo en 1605, como Almirante en jefe.

Tenía la arraigada convicción de la existencia de una Tierra Austral, y no lejos de la zona de Santa Cruz, donde habían ido a parar en el segundo viaje de Mendaña.

La Tierra Austral, lejos de ser una quimera, suponía la cuarta parte del mundo, o como decía Quirós con florido estilo, un lugar de una longitud “igual que la de Europa y Asia Menor hasta el Mar Caspio y Persia, con todas las islas del Mediterráneo y el del océano que la rodean, incluyendo las dos islas de Inglaterra e Irlanda”.

 


Este viaje estuvo plagado de logros geográfico, auqnue partes del mismo permanezcan envueltas en dudas. Tal vez este experimentado navegante pasara por la isla de Tahiti. Es seguro, en cambio, que atravesó las Tuamotu, bordeó las Cook, desembarcó en Tikopia y, por fin, llegó a las islas que hoy conforman Vanautu y que él bautizó como Austrialia del Espíritu Santo; aquí evocaba tanto a la Casa de Austria (gobernante en España y Portugal) como a la Tierra Austral.

Pedro Fernández de Quirós no andaba falto de imaginación ni de informaciones australes, y era un marino ducho en los caminos del mar como pocos en su tiempo. El problema era conocer la latitud, aunque no la longitud, lo que hacía casi imposible volver a un sitio determinado, trazar un plan y conseguir un adecuado abastecimiento. Se zarpaba, pero no se sabía adónde se iba a llegar, ni cuando, palabras mayores en el Pacífico.

Quirós, siempre práctico, creó un aparato para destilar agua salada. En la isla que bautizó como Espíritu Santo (hoy Vanautu) intentó fundar una colonia. Estableció una capital, Nueva Jerusalén, junto a un pequeño río, Jordán. Todo al lado de la bahía de San Felipe y Santiago, uno de los mejores abrigos de todo el Pacífico Sur. Pero los enfrentamientos contra los indígenas, y entre los españoles (en especial con el piloto Váez de Torres, ninguneado por Quirós) condujeron al desastre.

Este intrépido navegante decidió volver a América, y nada más salir perdió a Váez de Torres. Este, otro portugués, decidió volver por un camino diferente, navegando hacia el oeste por rutas desconocidas. Fue todo un éxito para él, descubrió el estrecho entre Papúa-Nueva Guinea y Australia que a día de hoy todavía lleva su nombre, el estrecho de Torres; además de, posiblemente, algunas islas y fondeaderos en tierra firme de la isla-continente.

Quirós buscó una nueva ruta para ir a México, tal vez más septentrional. El viaje se complicó por las tempestades y sobre todo por el desconocimiento de la longitud. Con todo, Quirós logró finalizar en Colima (México) un accidentado periplo de nueve meses. No acabarón ahí sus peripecias: “…..llegué a Cádiz y para pasar a Sanlúcar vendí la cama… Llegué sin blanca a Madrid a 9 de octubre de 1607”.

Quirós no se dió por vencido, quería volver a la Tierra Austral, a su Austrialia, convencido más que nunca de su existencia. Escribió hasta 54 memoriales al Rey solicitando lo que creía justo para él y para España. Sin embargo, un informe del Consejo de Estado elevado al rey de España el 25 de septiembre de 1608 lo mantuvo en tierra: “Nuestra opinión es que a este hombre tan experto debe retenérsele aquí en calidad de cosmógrafo, para que preste sus servicios en la confección de cartas marinas y globos…”

Quirós no cejó en su empeño, y consiguió volver a América pasados ocho largos años. Viejo y agotado, murió en Panamá en el año 1615. No sabemos el cómo.


Para saber más: Las islas del rey Salomón. En busca de la tierra austral. Luis Pancorbo. Laertes. Barcelona. 2006

Tomado de Atlas de los exploradores españoles. Sociedad Geográfica española. Ed. Planeta. 2009


 

miércoles, 7 de octubre de 2020

El matrimonio de los curas

El papa Benedicto VIII lamenta que "incluso los clérigos que pertenecen a la servidumbre de la Iglesia -si es que se les puede llamar clérigos-, como quiera que se ven privados por las leyes del derecho a tener mujer, engendran hijos de mujeres libres y evitan a las esclavas de las iglesias con el único propósito fraudulento de que los hijos engendrados de la mujer libre también puedan ser libres, de alguna manera. ¡Oh, cielos y tierra! - se lamenta el Papa- éstos son quienes se alzan contra la Iglesia. la Iglesia no tiene peores enemigos. Nadie está más dispuesto a perseguir a la Iglesia y a Cristo. Mientras los hijos de los siervos conserven su libertad, como falazmente pretenden, la Iglesia perderá ambas cosas, los siervos y los bienes. Así es como la Iglesia, antaño tan rica, se ha empobrecido."

Exactamente en esto consiste el problema. NO hay peor enemigo del papa que quien reduce su patrimonio. Pues el patrimonio garantiza el poder, el poder, dominio feudal, y el domino feudal lo es todo.

Visto esto, el Vicario de Cristo en la tierra, dispone: "todos los hijos e hijas de clérigos, hayan sido engendrados por una esclava o por una mujer libre, por la esposa o por la concubina -pues en ninguno de estos casos está permitido, ni lo estuvo (?), ni lo estará- serán esclavos de la Iglesia por toda la eternidad".

Gran sínodo de Pavía, siglo XI

 

Esta ley sería aplicada en Alemania, agravada, por el emperador Enrique II (sínodo de Goslar, 1019), quien las elevará a rango de leyes imperiales. De manera que los jueces que declararan libres a los hijos de sacerdotes serían privados de su patrimonio y desterrados de por vida, las madres de esos hijos serían azotadas en el mercado y también desterradas, los notarios que levantaran un acta de libre nacimiento o un documento similar perderían su mano derecha.

El emperador Enrique II todavía es venerado en Bamberg como santo


A comienzos del siglo VII tuvo lugar el Concilio Trullano al que asistieron más de doscientos obispos. Aquí fue donde por primera vez se arremetió contra las relaciones sexuales de los obispos dentro del matrimonio, aunque las autoriza en el caso de los subdiáconos, diáconos y sacerdotes, siempre que se hubieran casado antes de adquirir la dignidad subdiaconal.

El famoso canon dice así: "Tras advertir que en la Iglesia Romana la costumbres es que quienes adquieren la dignidad diaconal o sacerdotal prometan que no pretenden mantener trato matrimonial con sus esposas, ordenamos, según la antigua ley del cuidado y disposición apostólicos, que los matrimonios legales de los santos hombres deben mantenerse en lo sucesivo, y que de ninguna manera disuelvan la unión con sus mujeres, y que de ninguna manera evitan la cohabitación cuando sea conveniente".

Hubo hijos de sacerdotes que se convirtieron en papas hasta el siglo X: Bonifacio I, Félix III, Agapito I, Teodoro I, Adriano II, Martín II y Bonifacio VII entre otros. Varios de ellos fueron canonizados: San Bonifacio I, San Silverio y San Diosdado. Y hasta hubo papas que fueron hijos de papas, como Silverio, el hijo del papa Hormisdas, o Juan XI, el hijo de Sergio III.

Pero.....

Roma quería gobernar; para ello necesitaba instrumentos ciegos, esclavos sin voluntad, y a éstos los encontró en un clero célibe que no estaba ligado por ningún lazo familiar a la patria y al soberano, cuyo principal -y único- deber consistía en la obediencia incondicional a Roma.

Se comenzó por defender la "pureza" del celibato; basándose en la antigua y extendida creencia de que el éxito del ritual dependía de la castidad del sacerdote. Para justificar esta idea, se recordaban la exigencias del Antiguo Testamento (tomadas del paganismo) que había desterrado toda clase de sexualidad del ámbito del Templo; una obsesión purificadora que el Nuevo Testamento ignora por completo. En cualquier caso, en Oriente, donde por lo general sólo había oficios los domingos, miércoles y viernes, la Iglesia sólo exigía la abstinencia del sacerdote en esos días; en cambio, en Occidente, donde la misa tenía lugar a diario -la costumbre se inició en Roma- se insistía en la continencia absoluta en la vida matrimonial. Esta renuncia casi sobrehumana aumentaría el prestigio del religioso ante el pueblo, le proporcionaría credibilidad y respetabilidad, le convertiría en una especie de ídolo, en una figura por encima de los mortales, líder y padre a la vez, a quien la gente miraría con admiración, dejándose gobernar por él.

Esto, claro, indujo a los clérigos más al libertinaje que a la castidad. El ser humano es así, señora. Un motivo político-financiero entró pronto en escena: como es natural, los religiosos solteros les resultaban más baratos a los obispos que los que tenían mujer e hijos. El motivo económico aparece en innumerables leyes y decretos sinodales hasta nuestros días. Los primeros gobernantes cristianos no discriminaron ni a los religiosos casados ni a sus familias. Pero en el año 528 el emperador Justiniano dispuso que quien tuviera hijos (¡y no quien estuviera casado!) no podría llegar a ser obispo.

Sólo dos años después, Justiniano arremetió también contra quienes se casaban tras ser ordenados "y engendraban hijos de mujer". Declaró nulos todos los matrimonios celebrados tras la ordenación sacerdotal y a toda su descendencia nacida o por nacer, ilegítima, infame y sin derecho a sucesión.

A mediados del s. VI, el papa Pelagio I consagró obispo de Siracusa a un padre de familia, estableciendo, sin embargo, que sus hijos no podrían heredar ningún "bien eclesiástico".

Demos un salto de un milenio.....

Durante el Concilio de Trento (1545-1563) el emperador alemán Fernando I y los reyes de Francia y Bohemia reclamaron la autorización del matrimonio de los clérigos, los prelados se opusieron decididamente. "¿el matrimonio de los sacerdotes? ¿no habéis reflexionado que, desde ese momento, ya no dependería del Papa sino de su príncipe, hacia el que mostrarían su satisfacción en todos los sentidos, en perjuicio de la Iglesia y por amor a sus mujeres e hijos?" apostrofó el cardenal de Capri al Papa.

 

miércoles, 23 de septiembre de 2020

La primera Almirante en España

Isabel Barreto

Un cúmulo de circunstancias, si no de fatalidades, hizo que Isabel Barreto fuese la primera mujer Almirante de una flota española, y en pleno siglo XVI. A la muerte de su marido, Álvaro de Mendaña, en la isla Santa Cruz, el 18 de octubre de 1595, Isabel Barreto tomó el mando de lo que quedaba de la expedición: dos embarcaciones en estado lamentable y tripulaciones mermadas. No hay duda de que Isabel Barreto dio muestras de ser una mujer de acerada voluntad.

Otra cosa fue la galanura de su mando. La nueva almiranta tenía como único objetivo ponerse ella a salvo. Lejos de recoger el sueño de su marido, a ella no le preocupaba la gloria de ser almiranta ni adelantada, sino concluir por la vía rápida aquella empresa de las islas Salomón salvando el tipo y lo que pudiese de hacienda.

Isabel se había casado en 1586 con un ya cuarentón Mendaña y en él había volcado sus apetencias de éxito social en Lima, la capital del virreinato de Perú. Isabel fue una de las cortesanas favoritas de la nueva virreina Teresa de Castro, esposa del marqués de Cañete, y su influencia pesó para que el virrey concediera a Mendaña volver a las Salomón para rematar el intento de su primer viaje austral.

Tenemos pocos datos sobre sus orígenes, lo más probable es que fuera descendiente de Nuño Barreto, hombre de armas que se había hecho famoso en Perú, en sus combates contra los piratas ingleses. Al parecer, Nuño se quedó arruinado al adelantar 40.000 ducados a Isabel para que los invirtiera en la empresa de las Salomón. Y no solo eso, también animó a que se sumaran al viaje nada menos que tres de sus hijos, Lorenzo, Diego y Luis Barreto. Por otro lado, Lope de Vega, marido de una hermana de Isabel Barreto, obtuvo el mando de la Santa Isabel, la nave almirante. Todos ellos acabaron muertos o desaparecidos.

Mendaña fue el jefe teórico de la segunda expedición a las islas Salomón de 1594-1595, pero su mujer dominó aquella aventura a través de su clan familiar. Tras fallecer Mendaña, Isabel se impuso a los supervivientes, incluso a Quirós, el experimentado piloto. Asumió el mando y tomó decisiones muy controvertidas. Isabel insistió, enfrentándose a Quirós en volver a América, pero no por el camino más corto, sino dando la vuelta por Filipinas.

Aquel viaje de regreso de los supervivientes de la segunda expedición de Mendaña, errando más de dos meses por el Pacífico, se convirtió en una desdichada epopeya. Pasaron por Guam, por Papúa y por otras islas donde apenas pudieron detenerse mientras las calamidades, y en especial la sed y el hambre de los tripulantes, no hacía mella en la almirante; incluso llegó a usar el agua potable para lavar sus vestidos. La tripulación tenía a su disposición “medio cuartillo de agua lleno de podridas cucarachas, que la ponían muy ascosa y hedionda”. Palabras de Quirós que compaginaba su trabajo de piloto con el de mediador entre las intemperancias de la Barreto y los hombres hambrientos y hartos de injusticias.


Isabel Barreto era una mujer dispuesta a sobrevivir a toda costa y lo consiguió. La famélica expedición llegó a Filipinas y allí Isabel pareció encontrar su paraíso particular. La llamaron la Reina de Saba (por ser la dueña teórica de las terribles islas Salomón), y en noviembre de 1596 (al año de morir su marido) se casó con Fernando de Castro, general de la Carrera de Filipinas, tanto como decir comandante de la travesía Acapulco-Manila. Un buen partido. Con él regresó a Perú, donde pasó el resto de sus días en una encomienda que tenía en Guanuco, lejos del almirantazgo inusitado que le había tocado vivir, lejos también de las olas del Pacífico Sur, y de los oros ilusorios de las Salomón.


Para saber más: Las islas del Rey Salomón. En busca de la tierra austral. Luís Pancorbo. Laertes. Barcelona. 2006

Las islas de la imprudencia. Robert Graves. Novela (esta hay que tomarla con cuidado, a fin de cuentas, don Roberto era un inglés de su tiempo)

 

sábado, 19 de septiembre de 2020

El descubridor de las islas Salomón y las Marquesas

Álvaro de Mendaña

Congosto, el Bierzo (León) 1542 – Isla de Santa Cruz (Islas Salomón) 1595

Álvaro de Mendaña no era un hombre especialmente ducho en la milicia, ni un experimentado marino conocedor de las trampas de la longitud, aunque a él se deben descubrimientos de la importancia del de las islas Salomón y de las Marquesas, entre otros logros geográficos obtenidos de sus dos grandes expediciones por el, hasta entonces, incógnito mar del Sur.

Hombre discreto, negociador, dotado de cierto carácter galaico, Mendaña podía ser, al mismo tiempo, firme y tenaz para aguantar las incomprensiones, envidias y zancadillas que más de una vez pusieron en serio peligro sus viajes. Pero le sonrió el azar, ese otro ingrediente imprescindible de la Historia.

Su tío, Lope García de Castro, fue nombrado presidente de la Audiencia de Lima con funciones además de virrey de Perú. Esa cercanía con el poder permitió a Álvaro de Mendaña encabezar una primera expedición, año 1567, en el curso de la cual cruzó el Pacífico Sur hasta alcanzar las islas Salomón.

Su vena exploratoria no estaba colmada aún. En su segundo viaje, en el año 1595, descubriría un imponente arco de islas, desde las Marquesas hasta Santa Cruz, el grupo más meridional del archipiélago de las Salomón.


Todo se inició cuando tenía 22 años. Viajó a América acompañando a su tío, y al poco tiempo consiguió hacerse con el mando de una armada con una misión de envergadura: debía zarpar de Perú y explorar el mar del Sur, con el objetivo de encontrar la Terra Australis Incognita, o una nueva ruta a la Especiería, o simplemente, más tierras y oro. Un viaje, en todo caso, de una enorme ambición geográfica teniendo todavía un continente apenas explorado.

El 19 de noviembre de 1567 el bisoño Mendaña mandó una flota de dos naves Los Reyes de 200 toneladas, y Todos los Santos de 140 toneladas, que recorrió 1.600 leguas de mar hasta llegar, el 7 de febrero de 1568, a la isla de Santa Isabel de la Estrella, primera y cierta de las islas Salomón, Mendaña las llamó así porque pensó que eran un lugar digno del bíblico y salomónico Ofir, un país repleto de minas de oro y secundariamente de gentes susceptibles de ser bautizadas en el cristianismo.

A partir de Santa Isabel (que conserva su nombre como Isabel Island), los españoles de Mendaña exploraron buena parte del archipiélago. Mendaña soñaba con establecer allí una colonia pero sus hombres sólo quería retornar al Perú. Permanecieron en las islas Salomón un total de seis meses y cuatro días, no encontrando riquezas de especial relevancia: poco oro y poca canela.


La vuelta al Perú fue una completa y total odisea que duró seis meses desde la última isla, San Cristóbal, tocando en diversos lugares que aún hoy no pueden marcarse en los mapas con certeza, pero se cree que subieron hasta la isla de San Francisco (actual Wake) y llegaron a California, desde donde bajaron costeando hasta El Callao.

El deseo de Álvaro de Mendaña era completar la empresa de las Salomón. Le costó nada menos que 27 años de espera, manejos y zozobras, pero consiguió otra expedición, y mayor que la primera.

Por entonces, ya se había casado con Isabel de Barreto, y ella lo acompañó junto con un buen plantel de militares y marinos, entre los que destacaba Pedro Fernández de Quirós. Por fin, el 16 de junio de 1595 zarparon cuatro navíos con 368 personas a bordo, entre las que se contaban numerosas mujeres. Iban a poblar las Salomón. Mendaña no consiguió dar con las islas de su primer periplo (Santa Isabel, San Cristóbal, Guadalcanal…), sino con Santa Cruz, en una latitud más meridional. En Santa Cruz las relaciones con los nativos se enconaron y las diferencias entre los españoles explotaron con virulencia. Así pues, el intento de colonización fracasó. Mendaña murió en la isla y su mujer, Isabel Barreto, tomó el mando.

Comenzaba otra aventura……..

 

 

Para saber más: Las islas del Rey Salomón. En busca de la tierra austral. Luis Pancorbo. Laertes. Barcelona, 2006



 

jueves, 17 de septiembre de 2020

Dio el nombre de Gran Isla a Nueva Guinea

Íñigo Ortíz de Retes

Retes de Llantero (Álava), primera década del s. XVI - ¿?

En los anales de la Historia de la Navegación debería estar escrita con letras de oro la crónica de la dificultosa navegación que llevó a cabo éste admirable marino por la Gran Isla de Nueva Guinea, a la cual nombró así por el color de la piel de los indígenas y de la que tomó posesión el 20 de junio de 1545. Nada más que 800.000 kilómetros cuadrados de tierra que añadir al Imperio Español de Ultramar.

La aventura de Ortíz de Retes comenzó en Tidore, isla moluqueña a la que había llegado con la flota de Ruy López de Villalobos procedente de Nueva España y cuya misión era explorar el vasto Pacífico Sur. Al mando de la nave San Juan, partió de aquella isla en mayo de 1545 con intención de llegar a Nueva España, pero por una ruta diferente de regreso a la usada infructuosamente con anterioridad por Bernardo de la Torre.

Únicamente cuando los vientos fueron favorables tomaron rumbo Sur en busca de buenas corrientes que los impulsaran en dirección a América. Al cabo de un mes avistaron las islas de Sevillana (actual Supiori) y Gallega (Noemfer), luego las Mártires y las Padaido. Pero hacia levante se distinguía ya la imponente silueta de Nueva Guinea. 

 

Desembarcaron en la desembocadura de un río que bautizaron con el nombre de San Agustín (Mamberano) y pusieron pie en aquella inmensa tierra (tercera isla más grande del mundo), que ya había sido hollada por Álvaro de Saavedra Cerón en el año 1528 pero de la que no tomó posesión. Tras la ceremonia pertinente, la embarcación siguió costeando hasta llegar a la isla de Mo, para descansar un tiempo y aprovisionarse antes de partir de nuevo.

Los vientos apartaron de la costa a la nave, que, en navegación adversa, se dirigió hacia el grupo de las islas Wululu y luego fue lanzada de nuevo hacia Nueva Guinea y Magdalena. Tras sufrir algunos ataques por parte de los nativos, pudieron al fin fondear en la rada de Abrigo.

En un nuevo intento de de hallar la ruta de tornaviaje a América, partieron, contra la opinión de varios oficiales y buena parte de la marinería, rumbo a oriente, pero ni las corrientes ni los vientos fueron favorables. Finalmente, la San Juan atracó en el puerto de Tidore tres meses y medio después de comenzada la singladura. La mayor parte de la información sobre la expedición la conocemos gracias a la excelente crónica Relación del viaje que hizo desde Nueva España a las Islas de Poniente Ruy López de Villalobos por orden del virrey Antonio de Mendoza, escrita por uno de los marineros de la expedición, el cántabro García de Escalante Alvarado


Para saber mas: Conde-Salazar Infiesta, L. (2009). «Íñigo Ortiz de Retes, dio el nombre a Nueva Guinea». Atlas de los Exploradores Españoles. Barcelona, España: Editorial Planeta, S. A. y Sociedad Geográfica Española.


 

martes, 15 de septiembre de 2020

A la búsqueda de españoles perdidos en el Pacífico Su

Álvaro Saavedra Cerón

Baeza (Jaén), ? - Islas Hawaii, 1529

Las gestas del Descubrimiento del Mar del Sur están llenas de éxitos, fracasos e intentos repetidos una y otra vez, veamos uno de ellos.

Hernán Cortés recibió, en el año 1526, una orden del emperador Carlos en la que este le insta a utilizar las naves que construía en el Pacífico para una expedición que tenía por fin recabar noticias de las empresas de García Jofre de Loaysa y Sebastián Caboto en los mares del Sur, ofrecerles ayuda, si fuera menester; conocer el paradero de Gómez de Espinosa, miembro de la tripulación de Magallanes; trazar mapas de los lugares recorridos, y hacerse con especias para su posible cultivo. Y, ya de paso, ejercer labores de espionaje sobre los portugueses en las islas Molucas.


Como jefe de aquella flota compuesta por tres navíos y una tripulación de cien hombres, Cortés nombró a su primo, Álvaro de Saavedra Cerón. Partieron en 1527 de Zihuatanejo (actual México). Tras una devastadora tormenta, dos de las naves se perdieron y solo quedó la Florida, en la que iba Saavedra. Cuando llegaron por fin a Mindanao, en las Filipinas, encontraron a un desertor de la flota de Loaysa, quien les aportó valiosas informaciones para la navegación entre islas, así como importantes datos geográficos. Encontraron también españoles en las islas de Sarragán y Gilolo. Llegados a Tidore, se toparon con más compatriotas y fueron recibidos con algarabía, ya que estos eran hostigados por los portugueses, que se había hecho fuertes en algunas islas cercanas. Después de reparar la nave, pertrecharla y abastecerse de agua, iniciaron el viaje de vuelta a casa con una petición de auxilio y mucho clavo en las bodegas. 


Pero de nuevo la meteorología cruel del mal llamado Pacífico con los vientos y corrientes adversos les hizo regresar a las Filipinas, no sin antes recalar en las islas de Misory y Almirantazgo, pasar por las islas Carolinas y las Marianas y descubrir Nueva Guinea. Lo intentaron de nuevo en mayo 1529, no solo sin éxito, sino también con una importantísima pérdida: la del propio Álvaro Saavedra Cerón, que encontró la muerte cerca de Hawaii. La tripulación decidió llegar a Nueva España, tal y como ordenaba la misión, pero ni los vientos, ni las mareas, ni las corrientes, ni la nave (muy deteriorada) estaban por la labor. Tomaron la decisión de retornar a Tidore, en la Molucas y permanecer en el Índico.

La ruta del tornaviaje de Asia a América todavía tardaría tres décadas en descubrirse.

 

domingo, 13 de septiembre de 2020

Juan de Oñate

Minas de Pánuco, Zacatecas (México), 1549 – Guadalcanal (Sevilla) 1626

El norte de Nuevo México era, aún a finales del s. XVI, un territorio casi sin explorar. También, en el acervo de los mitos, era el lugar en el que se encontraba la prodigiosa ciudad de Quivira, en la que esperaban tesoros de incalculable valor para aquellos arriesgados que se decidieran a encontrarla.

En el año 1595 Juan de Oñate, hijo del conquistador Cristóbal de Oñate, que fue gobernador de Nueva Galicia, nacido en México y casado con Isabel de Tolosa, nieta de Hernán Cortés, obtuvo permiso de la Corona para explorar y conquistar aquellas tierras, sólo hollada por algunos misioneros franciscanos.

Consiguió de su amigo Luis de Velasco, virrey de México, una financiación notoria, avalada por sus propios bienes materiales y que atrajo a cientos de personas. Entre soldados - muchos de ellos indígenas tlaxtaltecas -, religiosos y colonos, llegaron a formar una columna de casi quinientos integrantes.

Partieron de Santa Bárbara, cruzaron el río Gila y llegaron al Balsas, donde fundaron San Francisco (hoy Chamita), para trasladarse luego a San Juan, donde quedó parte de la expedición. La otra parte siguió hasta el río Conchos, cruzó el Paso del Norte, por él descubierto, y alcanzó el famoso río fronterizo que los del norte llaman Bravo y los del sur Grande. Animados por la poca oposición que encontraban entre los indígenas siguieron hasta Acoma, la ciudad de las Nubes. Allí todo cambió: la resistencia de los valerosos nativos se hizo notar y sólo la superioridad militar de los españoles le dió la victoria. 

 

Amanecía el nuevo siglo y el control de Nuevo México era ya total. El criollo Oñate se había convertido en el gobernador de ese territorio, pero quiso explorar más, así que fue hacia las llanuras de Kansas y, siguiendo por el curso del Pecos, llegó a Texas y por el del Colorado a Oklahoma, para tomar luego rumbo sur y tocar las fértiles tierras del golfo de California, donde fundó la ciudad de Santa Fé en 1605.

Sus riquezas eran ya inmensas y las envidias que suscitó también. Por eso fue acusado de desobedecer las órdenes del virrey y se le obligó a regresar a la capital virreinal para ser juzgado. Oñate fue declarado inocente de las causas que se le imputaban, pe aun así, fue desposeído de sus bienes. Estaba claro que había sido objeto de una intriga política. Su idea de la colonización se llevó a cabo, pero sin él. Frustrado, regresó a España, donde el rey Felipe IV ordenó el reembolso de sus bienes y finalmente, en 1624, fue designado inspector de minas del reino, u
n cargo sin remuneración pero de gran prestigio y autoridad.

Murió visitando las minas de Guadalcanal.

Ultimamente su figura ha sido ensalzada en los EEUU y México con la creación de la Fundación Hispanoamericana Juan de Oñate y la estatua ecuestre de 16 metros de altura que se inauguró en la ciudad fronteriza de El Paso en Nuevo México en el año 2007.



Para saber más: El legado de Juan de Oñate: los últimos días del Adelantado. José Antonio Crespo-Francés y Valero. Arboleda Ediciones. Sevilla, 2003

 

miércoles, 9 de septiembre de 2020

El descubridor de las fuentes del Nilo Azul

 Pedro Páez

Olmeda de las Fuentes (Madrid), 1664 – Gorgora (Etiopía), 1622


Pedro Páez fue explorador a su pesar, al igual que, dos siglos y medio más tarde, le pasaría al misionero anglicano David Livingstone. La tarea a la que encomendó su vida fue la evangelización del pueblo etíope y, en el curso de esa empresa, no solo llegó a las fuentes del mítico río, sino que fue también, años antes, el primer europeo que cruzó a pie los infernales desiertos de Hadramaut y de Rub´al Khali, en Yemen.

Páez viajó a Goa, en la India, para incorporarse a las misiones jesuitas de Oriente en el año 1588, y apenas un año después fue enviado a Etiopía, junto con el jesuita catalán Antonio de Montserrat, para reforzar la misión jesuita establecida años antes en el norte de Etiopía.

El barco en el que viajaban, disfrazados como mercaderes armenios, fue capturado por un navío pirata, y en la costa de la península arábiga fueron vendidos a los turcos. Atados a las colas de los camellos de la caravana turca, marcharon hasta la ciudad de Haydan. La región que hubieron de atravesar de tal guisa durante diez días fue Hadramaut “el recinto mortal”, un territorio de la península arábiga que limita al sur con el Océano Índico y al oeste con el Rub´al Khali “la habitación vacía”. Paéz dejaría, años más tarde, escrito en su libro Historia de Etiopía algunas notas de aquella penosa travesía, señalando que viajaron “sin hallar gente ni caminos, porque el viento nos cegaba con la arena”.

Eso era en 1589, hasta el año 1931, en que lo hizo Bertram Thomas, ningún otro hombre blanco cruzaría la región. Wilfred Thessiger atravesó Hadramaut en 1945, rindiendo homenaje a Páez y Montserrat en sus escritos sobre la región.

Durante su cautiverio, que duró 6 años, Páez y Monserrat recorrieron también la región de Rub´al Khali, obligados a viajar desde Haydan a Saná, reclamados por el pachá turco de la ciudad. Eso aconteció en 1590.

 
Rescatado en 1595, Páez intentó de nuevo entrar en Etiopía en 1603, viajando sólo en esta ocasión, y lo consiguió. Su tarea misionera lo llevó a convertir al catolicismo a dos emperadores, Za Denguel y su sucesor Susinios. Este último lo nombró su capellán y, de ese modo, en una expedición militar, Páez llegó a la montaña de Gishe en 1618 y se convirtió en el primer europeo que contempló las fuentes del Nilo Azul, el día 21 de abril de aquel año, al sur del lago Tana. Su humildad no lo llevó a proclamarse “descubridor” del río, sino que sencillamente escribió en su libro: “Y confieso que me alegré de “ver” lo que tanto desearon antiguamente el rey Ciro y su hijo Cambises, el gran Alejandro y Julio César”. Hasta diez años después no llegaría otro europeo, el jesuita portugués Jerónimo Lobo. El escocés James Bruce, que se atribuyó falazmente el “descubrimiento” fue el tercero en el año 1769, 151 años más tarde.

 

Por otra parte, el descubrimiento de las fuentes del Nilo Blanco, la fuente principal del río, se deberá a John H. Speke, que alcanzaría el lugar en 1862, 244 años más tarde que Pedro Páez.


Para saber más: Dios, el diablo y la aventura: la historia de Pedro Páez, el español que descubrió el Nilo Azul. Javier Reverte. Plaza & Janes. Barcelona, 2001

lunes, 7 de septiembre de 2020

El almeriense que conquistó Tombuctú

Yuder Pachá

Cuevas de Almanzora (Almería) mediados del s. XVI – Marrakech (Marruecos) 1605

Muchos creían, en el s. XVI, que el oro procedía de Tombuctú, ciudad de la región de Gao, en Mali, a pocos kms del delta del río Níger, punto de encuentro de numerosas caravanas y ciudad floreciente del Imperio Songhay.

El morisco almeriense Yuder Pachá había sido capturado en su juventud tras una incursión de los turcos por el valle de Almanzora y fue llevado como prisionero al palacio del sultán Abd al-Malik de Marrakech. Poco a poco fue subiendo puestos en el escalafón palaciego, hasta que llegó al poder un nuevo sultán, Ahmad al-Mansur, con una idea en la cabeza: crear un imperio en el África occidental.

Pachá gozaba de la confianza de al-Mansur, había sido nombrado cadí de Marrakech. Al llegar informaciones de que el reino de Songhay estaba sufriendo revueltas y conflictos internos, al-Mansur decidió que era el momento propicio para enviar una expedición y conquistar la evocadora urbe en busca del oro imaginado para financiar su sueño imperial.

Pachá se puso al frente de una fuerza de 5.000 guerreros, entre lanceros, arcabuceros y auxiliares, dotados de todo tipo de pertrechos a lomos de 8.000 camellos. Corría el año 1590. Frente a él, el desierto del Sáhara.

Los songhay enterados de esa campaña, confiaron en que esa inmensa franja de tierra desolada y calurosa disuadiría al ejército de llegar a las puertas de su ciudad. Pero Pachá tenía bien controlados los emplazamientos de los estratégicos pozos de agua. En cuatro meses se plantaron ante las murallas de Tombuctú. Pero allí no había oro, ni riqueza alguna. Es más, en comparación con Fez o Marrakech, Tombuctú se presentaba como una pequeña población de paso. 



El oro se encontraba más al sur, en las minas del País de los Negros. Pachá mandó lo poco que había (algo de oro y unos cuantos esclavos) a su señor y este pensó que lo había traicionado.  Tras nuevos y fracasados intentos de conseguir oro, el sultán comprendió que Pachá tenía razón y que la expedición había sido un fracaso. 

El almeriense se trasladó a vivir a Fez, y cuando al-Mansur murió, su sucesor, un hombre muy desconfiado, decidió decapitar a Pachá.

Por su parte, Tombuctú entró en una imparable decadencia.


Para saber más: La gesta africana de Yuder Pachá. Manuel Villar Raso. El legado andalusí. Granada, 2003