martes, 27 de noviembre de 2012

El parto de las mujeres


La televisión ha hecho mucho daño. Hoy unas compañeras del trabajo estaban hablando del episodio de ayer lunes de Isabel, la serie de la Primera sobre la Reina Católica. Una de ellas (embarazada de 6 meses) dijo que le gustaría vivir en aquella época, “en la Edad Media, con Los Pilares de la tierra”. Cuando le dije que aquella época era un sitio horrible para las mujeres, y más si estaban embarazadas, no me creyó. En un rato libre me puse a buscar información sobre partos.
En una época en que la mortalidad infantil era altísima, sin olvidarnos de los "problemas de mujeres", como las fiebres puerperales, tenemos que tener presente la necesidad perentoria que sentían las clases dominantes por un heredero viable. Me fui a un caso extremo, pero muy importante para la Historia de España, el final de la dinastía de los Austria. Empezamos con la familia de Felipe IV

Doña Isabel de Borbón, con la que casó a la temprana edad de diez años, ella tenía apenas 17 años cuando quedó embarazada por primera vez.

1.- Dio a luz una niña el 14 de agosto de 1621: la infanta Margarita María, que vivió sólo unas horas.
2.- Quedó embarazada de nuevo muy pronto, para alumbrar, el 23 de noviembre de 1623, a  Margarita María Micaela, que no llegó a vivir un mes.
3.- El 25 de noviembre de 1625, nació la infanta María Eugenia. Fallecería, sin llegar a cumplir los tres años, el 21 de julio de 1627.
4.- El 3 de noviembre de 1626, antes de que pasase un año desde el parto anterior, doña Isabel tuvo un aborto, se sabe que fue de una niña.
5.- Antes del año, el 30 de octubre de 1627, nació otra infanta, bautizada con los nombres de Isabel María Teresa. Falleció a las 24 horas.
6.- Al fin, el 17 de octubre de 1629, nacía el ansiado varón: el príncipe Baltasar Carlos, tan reiterada y amorosamente retratado por Velázquez. Habría de fallecer, de viruelas, en Zaragoza, el 9 de octubre de 1646.

Quizá el nacimiento del príncipe mitigara el deseo de procrear de la real pareja, pues el siguiente parto de doña Isabel no tuvo lugar hasta el 16 de enero de 1635,
7.- Nació la infanta María Antonia Jacinta, que habría de vivir poco menos de tres años, pues falleció el 5 de diciembre de 1637.
8.- El 20 de septiembre de 1638 habría de nacer la infanta María Teresa, única que sobrevivió y dejó descendencia, casó con Luis XIV en 1660.


Doña Isabel tuvo, pues, siete partos y un aborto, para lograr sólo una hija, la que habría de trasmitir los derechos a la Corona española a Felipe de Anjou, su nieto, al morir sin descendencia Carlos II. 
Falleció doña Isabel el 6 de octubre de 1644, a los cuarenta años. Los especialistas no descartan que las infantas murieran por una debilidad congénita, quizá por línea materna heredada de Enrique IV. Los hijos bastardos de Felipe IV, de los que tuvo 8, mostraron buena salud y vitalidad. 



La segunda mujer de Felipe IV fue doña Mariana de Austria, sobrina del rey y prometida, que había sido, del príncipe Baltasar Carlos, muerto tres años antes de esa boda, celebrada por poderes en Viena el 8 de octubre de 1649. Cuando la real pareja se encontró en Navalcarnero, él era un viejo prematuro, artrítico, a los cuarenta y cuatro años, mientras que ella contaba sólo quince de edad.

Tuvo cinco embarazos en un plazo de quince años:

1.- Margarita (12 de julio de 1651 - 12 de marzo de 1673), Sería la esposa del emperador Leopoldo I (25 de abril de 1666). Muriendo pronto, a consecuencia del parto de su cuarta hija (Hizo vida marital desde diciembre de 1666 hasta marzo de 1673, o sea, 7 años).


2.-Nacería María Ambrosia de la Concepción el 7 de diciembre de 1655, sólo viviría 13 días.
3.- En agosto de 1656,nació una niña -quizá muerta- a la que ni se la auxilió con el agua de socorro. Si contamos los meses nos sale 8 meses, desde el aborto anterior
4.- Felipe Próspero nacido el 28 de noviembre de 1657, vivió hasta el primero del mismo mes de 1661, cuando aún no había cumplido los 4 años. Fue jurado príncipe de Asturias.


5.- Fernando Tomás Carlos (1658 - 1659).Menos de diez meses de vida
Y por último,
6.- Carlos(1661-1700), rey de España como Carlos II. Un niño que no fue capaz de andar hasta los cuatro años.


Los historiadores consideran probado que la sífilis actuara en esas calamidades. Ya que era conocida la promiscuidad del rey Felipe IV, un hombre que alternaba sus aventuras amorosas, con todo tipo de mujeres de alta y baja cuna, con épocas de profundo fervor religioso.

Aunque no se dice todas las imágenes son tomadas de la Wikipedia


miércoles, 14 de noviembre de 2012

El falso bloqueo de EEUU a Cuba


No suelo tratar temas de actualidad. Pero éste es el tema por antonomasia que les queda a los progres del mundo.

"188 países reiteran su rechazo al bloqueo de EEUU a Cuba"

Y claro, no he podido resistirme a la tontería, así que me he ido al Granma, el periódico de Cuba:

Portada de hoy, 14 de noviembre, del periódico cubano Granma, donde podemos ver la noticia de la votación contra el “bloqueo” de EE.UU.




Si nos fijamos, bajo el epígrafe “Cuba” podemos ver una noticia sobre la mayor feria comercial del último decenio: ¡participan 67 países!, con fecha 10 de noviembre. Supuestamente el bloqueo yanqui está en vigor.



Y si seguimos leyendo la noticia podemos ver:




¡¡La puñetera Feria lleva 30 años realizándose!!. ¡Joder, que torpe son los gusanos yanquis! incapaces de realizar un bloqueo a una isla de mierda a menos de 200 kms de sus costas.

No me extraña que el imperio capitalista haya sucumbido ante las bondades de la sociedad igualitaria comunista.

Iba a empezar esta entrada con algún periódico yanqui, pero recordé algo que me pasó en el año 2004 sobre este mismo tema. Mi amigo Pedro, que es un furibundo anti-yanqui me discutió sobre el terrible embargo que el imperialismo mantenía sobre el pobre pueblo cubano. Yo decía, y lo mantengo, que el mayor embargo lo impone la dictadura cubana sobre su población. Ya en aquel momento me entretuve en buscar información sobre la economía cubana, pues recordaba los años de las inversiones españolas en la isla. Inocente de mí, lo primero que hice fue buscar el periódico de Miami el Nuevo Herald, en sus páginas dedicadas a Cuba. Copié varias noticias de intercambios económicos entre empresas de EEUU y la isla y se las dí a mi amigo.

Éste, que es muy vehemente, me las devolvió sin apenas mirarlas, tachándolas de propaganda yanqui. Yo, ni corto ni perezoso, seguí buscando en la Red (os recuerdo que estamos en el año 2004, Internet no era muy rápida en España en aquella época), y llegué al entonces único periódico de Cuba, el Granma, que podéis leer por vuestra cuenta, es muy divertido comparar las partes de opinión, de la mejor ortodoxia, y comprobar cómo las noticias económicas dejan ver otra cosa diferente.

Mi amigo Pedro leyó las noticias que le llevé con sumo interés, había impreso primero las noticias sobre la votación correspondiente a ese año sobre el malvado bloqueo yanqui, seguidas de unas notas de opinión del Coma-andante (en aquellos años parecía que le quedaban pocos meses de vida). Y al final le metí, del mismo Granma, varias noticias de empresas farmacéuticas yanquis que le vendían al Gobierno cubano. En aquella época los yanquis eran casi los únicos que les vendían a los cubanos: a cambio de dinero contante y sonante. Pues la mayoría de países habían dejado de venderle a Cuba debido a la cantidad de deudas impagadas que arrastraban.

Mi amigo tuvo que tragarse su decepción y durante bastante tiempo dejó de darme la tabarra con el falso bloqueo a Cuba. Se dedicó a darme la tabarra con lo malo que es el PP y lo izquierdoso y buenrollista que es el PSOE. Aunque, gracias a Dios, también se ha curado de esa estupidez. Viva el 15-M.

Han pasado muchos años y apenas sigo la "controversia" anual con el bloqueo, pero este año me han hecho gracia la cantidad de medios españoles que han hablado del tema. Es broma, apenas ha salido como noticia de relleno en algunos telediarios, o como noticia de relleno en periódicos de internet. Ya no leo nada en papel, así que no se si ha salido algo a la calle.

Cualquier persona interesada en saber más dispone de esta maravillosa herramienta que es Internet para informarse a fondo de casi cualquier tema. Yo comprendo que estos temas políticos sacan lo "mejorcito" de cada uno, pero nada como la lectura tranquila y la digestión reposada de lo leído para poder hablar con propiedad.

Hasta el año que viene sin falta.

lunes, 12 de noviembre de 2012

Los combates de Cárdenas


En el puerto de Cárdenas, al norte de la isla de Cuba, tuvieron lugar los primeros cañonazos españoles del 98, y los más encarnizados combates entre buques españoles y norteamericanos.
En este puerto se encontraban las lanchas cañoneras “Alerta” y “Ligera” en misión de vigilancia y descubierta, y el remolcador “Antonio López” artillado con un cañón Nordenfelt de 37 mm de fuego rápido. La cañonera “Ligera”, construida en Cádiz, era una embarcación pequeña de 20 m de eslora y 11 nudos de velocidad, que había llegado para relevar a la “Alerta” en sus misiones de vigilancia, mientras entraba en puerto para reparar pequeñas averías.
Cañonera Ligera
El 25 de abril la “Ligera” se encontró con el torpedero americano “Foote”, al mando del teniente Rodgers, 142 t y 25 nudos de velocidad, armado con tres cañones de 37 mm de tiro rápido y tres tubos lanzatorpedos. Empezaron las escaramuzas: la “Ligera” aproó hacia el torpedero enemigo abriendo fuego con su cañón de proa. Con tan buena fortuna que alcanzó de lleno al “Foote”, perforándole el casco a la altura de una de sus máquinas, quedando el buque escorado a estribor e inútil para seguir el combate, dándose a la huida. Al comandante, teniente de navío Antonio Pérez, y su dotación se les recompensó con la Cruz de María Cristina.


El día 11 de mayo, estando las tres embarcaciones españolas atracadas en el puerto de Contreras, buques americanos intentaron primero bloquear el puerto y, a continuación, pasar a la acción de combate. Para ello contaban con el torpedero “WInslow”, idéntico al “Foote”; el cúter “Hudson”, armado con piezas de 37 mm y el cañonero “Wilmington” de 1392 t. 15 nudos de velocidad, ocho cañones de 100 mm y cuatro de 57 mm; y el “Machias” otro cañonero de similares características a éste. Estos dos últimos buques tenían parte del casco y de la artillería principal blindada.

La escuadrilla americana decidió atacar a los buques españoles, ordenando al “Winslow”, por su menor calada, entrar en la bahía, reconocer y avisar de los movimientos de los buques españoles. A continuación seguiría el “Hudson”, quedando los cañoneros “Wilmington” y “Machias”, por su mayor tonelaje, a la espera de los acontecimientos.
Las lanchas españolas abandonaron el puerto buscando refugio en el litoral de la bahía de Cárdenas, quedando el remolcador “Antonio López”, por su mayor calado, atracado en el muelle.
USS Winslow en 1893

Sobre las 13.45 se destacó el “Winslow” con orden de atacar el remolcador, entablándose pronto fuego de artillería entre ambos buques. La precisión en sus disparaos y la buena fortuna del remolcador hicieron que alcanzara en repetidas ocasiones al “Winslow”, causándole destrozos y averías en ambas máquinas y gobierno que le hicieron abandonar el combate, resultando heridos en el lance su comandante y parte de la dotación. El “Hudson” recibe la orden de ir en su auxilio intentando darle remolque para sacarle de la trampa en que se había metido. Este maniobra le fue propicia al “Antonio López”, que siguió disparando sobre ambos buques produciéndoles graves averías y numerosos heridos, entre ellos el segundo comandante, alférez de navío Bagley, que murió en el combate.

USS Hudson

Por parte española no se produjo ninguna baja mortal, sólo algunos heridos. El remolcador recibió impactos que causaron pequeñas averías, reparadas en poco tiempo. Su comandante, teniente de navío Montes, nacido en Santiago de Cuba, fue recompensado con la Gran Cruz Laureada de San Fernando.
Los hechos demostraron que la victoria fue completa: los buques americanos se retiraron, no volviendo a atacar Cárdenas durante toda la guerra.

En todas las publicaciones estadounidenses este combate es descrito como una batalla contra poderosas baterías ocultas. A pesar de que el comandante de artillería Severo Gómez Núñez niega su existencia en su libro "La Guerra Hispano-Americana" de 1899, un año después escritores ingleses y franceses continúan dando por buena la versión estadounidense.

domingo, 7 de octubre de 2012

LA DERROTA DE NELSON, EL MANCO DE TENERIFE

El 25 de julio de 1797 se produjo un hecho glorioso en las armas españolas en el que se enfrentaron dos insignes militares: el contralmirante Nelson, de la Royal Navy, y el teniente general del Ejército español don Antonio Gutiérrez.
Horacio Nelson nació en el año 1758. Ingresó como guardiamarina a los 12 años. Intervino en varias acciones de guerra. Su carrera fue fulgurante, a los 20 años ya era capitán de navío y comandante de la fragata Hinchimbrook. Tomó parte en un desembarco en Córcega, donde perdió un ojo. En el año 1797 ascendió por antigüedad al empleo de contralmirante.
Don Antonio Gutiérrez nació en el año 1734, y su figura es muy representativa de los militares del s. XVIII. Intervino en la última campaña de Italia del reinado de Felipe V. De teniente coronel mandó la fuerza que derrotó a los ingleses en las Malvinas. Llevó a cabo la operación de castigo sobre Argel, siendo coronel, en represalia por el ataque a Melilla, resultando herido. Ostentando el empleo de general de brigada venció por segunda vez a los británicos, a las órdenes del duque de Crillón, en 1782, en la recuperación de Menorca. Desempeñó los destinos de comandante militar de Menorca y gobernador militar de Mahón. En 1791 ascendió al empleo de teniente general, tomando el mando militar del archipiélago canario.

En agosto de 1796 Francia y España firmaron el Tratado de San Ildefonso, que a juicio de Inglaterra alteraba el equilibrio europeo, por lo que se dedicó a provocar a España, apresando los buques españoles surtos en puertos británicos. España declaró la guerra a la Gran Bretaña en octubre de ese mismo año.
La escuadra del almirante Jervis bloqueó Cádiz con el objeto de destruir a los buques españoles estacionados allí. El almirante Mazarredo defendió la ciudad y bahía brillantemente, organizando una flotilla de lanchas cañoneras que obligó a los británicos a retirarse a mayor distancia de la costa. El bloqueo duró varios meses, lo que dio lugar a una desmoralización de las dotaciones británicas por la dureza de la vida a bordo, las incomodidades propias de los buques en aquellos tiempos, la falta de actividad durante días que parecían interminables. Todo ello llevó a que algunas dotaciones se amotinaran.

Al estar bloqueado el puerto de Cádiz, los buques procedentes de ultramar descargaban sus valiosas mercancías en los puertos canarios, especialmente en la plaza fortificada de Santa Cruz de Tenerife. El almirante Jervis, como buen pirata inglés, decidió apresarlos para conseguir un botín que satisficiese la tradicional rapacidad de las dotaciones británicas. Comenzó enviando dos fragatas, que merodearon alrededor de la isla y que apresaron audazmente una fragata de la Real Compañía de Filipinas en abril de 1797. Varias fragatas realizaron exploraciones de la zona; apresaron una corbeta francesa, La Mutine. Llegaron a entrar en el puerto de Santa Cruz bajo bandera blanca con el pretexto de canjear prisioneros.
El almirante Jervis decidió emprender el ataque a Santa Cruz de Tenerife mediante un asalto anfibio en toda regla. Distinto a una mera operación de castigo, como los ingleses han tratado de difundir en un intento de disminuir la importancia de su descalabro, como siempre ha sido norma en las fuerzas armadas británicas en sus enfrentamientos con España.
Jervis destacó a una escuadra bajo el mando del contralmirante Nelson, compuesta por tres navío de línea, Theseus, Culloden y Zealous; tres fragatas, Seahorse, Terpsichore y Emerald; la balandra Fox y la bombarda Rayo. Esta fuerza naval dejó las aguas de Cádiz el 15 de julio de 1797 en dirección a Tenerife. El ataque tenía un triple objetivo: conseguir presas valiosas, romper la monotonía producida en el bloqueo de Cádiz y conquistar Tenerife mediante el asalto anfibio.
Tenemos constancia escrita del plan de ataque del contralmirante Nelson, entre otras cosas se planteaba una operación anfibia con el objetivo de ocupar la ciudad de Santa Cruz y, más tarde, embarcar los cargamentos que se consiguiesen en los buques y almacenes españoles.

La fuerza de desembarco se componía de 200 hombres por cada navío de línea, 100 hombres por cada una de las tres fragatas, completada con 80 artilleros, es decir, unos 1.000 hombres.
Por su parte, recibida en las Canarias la noticia de la declaración de guerra el teniente general Gutiérrez se aprestó con gran actividad a la defensa, preparándose para una larga resistencia. Reforzó las fortificaciones artilleras, antiguos fuertes con artillería regular, exceptuando la emplazada en los castillos de Paso Alto, de San Miguel y de San Andrés, con campos de tiro exclusivamente marítimos, por lo que un ataque desde tierra dificultaría en extremo su defensa. La guarnición de Tenerife contaba con las fuerzas siguientes:
- El batallón de Canarias, unidad de élite.
- Cinco regimientos provinciales de milicias, incompletos.
- Banderas de enganche o partidas de reclutamiento de los regimientos fijos de Cuba y La Habana.
- Cuatro compañías de artilleros en Santa Cruz, una en el puerto de la Orotava, otra en Garachico y medias compañías en La Candelaria y en el valle de San Andrés.
- Santa Cruz de Tenerife disponía de 375 artilleros milicianos que dotaban 84 cañones y 7 morteros.

La maniobra de la fuerza de desembarco británica comprendía dos fases. En la primera se desembarcaría a unas dos millas al nordeste del muelle de Santa Cruz, en la playa del Valle Seco, para en una maniobra de envolvimiento, tomar desde atrás, el castillo de Paso Alto; y desde aquí intimar a la rendición mediante carta al general Gutiérrez.
En la segunda fase, en el caso de que la rendición del castillo no produjera la rendición de la ciudad, se dirigirían al muelle para, desde allí, ocupar Santa Cruz.

La Escuadra de Nelson fue avistada en la noche del 21 al 22 de julio, se perdió la sorpresa estratégica, no así la sorpresa táctica, puesto que se desconocía el lugar del desembarco. Las fragatas inglesas, cargadas con las tropas a desembarcar, se situaron a unas tres millas de la costa. Las condiciones de mar y viento les impedían acercarse a la costa. Los tres navíos de línea se mantenían alejados. Comenzó el desembarco con 23 botes hacia el barranco del Bufadero y otros 16 hacia el centro de la ciudad. La arrogancia británica superaba a su prudencia. Las adversas condiciones meteorológicas y la temprana alerta hicieron que se abortase el desembarco ante el temor del desperdigamiento de las lanchas de desembarco. A las diez de la mañana, los botes remolcaron a las tres fragatas cerca de tierra, comenzando el desembarco de unos 1.000 hombres, que pusieron pie a tierra en la playa del Valle Seco soportando el fuego artillero del castillo de Paso Alto. Cuando los infantes de marina británicos alcanzaron una colina cercana fueron enfilados por el fuego cruzado de los defensores, unos 165 hombres de las unidades más escogidas de la guarnición. Los británicos fueron parados en seco, el intento de tomar Paso Alto por la retaguardia había fracasado.
Al mismo tiempo, el general Gutiérrez había ordenado al jefe del batallón de Canarias que fuese a La Laguna para reunir a los milicianos y, con ellos, dirigirse con velocidad hacia el Valle Seco con intención de ocupar los pasos de penetración y alturas que abrían el camino del interior de la isla. Consiguieron su objetivo el mismo día 22.
Todo el día 23 se intercambió fuego de fusil y de cañón. Los ingleses se encontraron con muchas dificultades, no parece que tuviesen un conocimiento adecuado de los alrededores de Santa Cruz para intentar una progresión hacia el interior e incluso para desembarcar con éxito. El contralmirante Nelson observó que el desembarco había fracasado, ordenó la retirada, y la fuerza, amparada por la oscuridad de la noche del 23 al 24, comenzó su retorno hacia la playa y su reembarco en las fragatas. Las tres fragatas levaron anclas y navegaron hacia La Candelaria, era una maniobra de diversión. El general Gutiérrez no se dejó engañar, estaba convencido que el próximo asalto consistiría en un ataque frontal sobre la ciudad desde el muelle y , por tanto, cambió el despliegue de sus fuerzas del siguiente modo: estableció su puesto de mando en el castillo de San Cristóbal; en el castillo de Paso Alto quedó un retén de sólo 30 hombres; concentró la fuerza, reforzada con todos los milicianos restantes, en Santa Cruz; ordenó la alerta a todos los castillos, torres y baterías; designó el batallón de Canarias como reserva, para acudir a donde fuese necesario.
Nelson, el marino genial, y hasta el momento invicto, se enfrentaba con una situación insólita que tenía que resolver para salvar el honor de la Royal Navy. Convocó a los comandantes y les comunicó su decisión de conquistar Santa Cruz a toda costa mediante un asalto frontal desde el muelle. Llegó desde Cádiz la fragata Leander para reforzar la escuadra.
A las seis de la tarde del día 24, fondearon a dos millas al nordeste del muelle de Santa Cruz. Una hora más tarde comenzó el duelo artillero con el castillo de Paso Alto. Entre las nueve y las doce de la noche se produjo el embarco de la fuerza en las lanchas de desembarco, unos 700 hombres en seis grupos de lanchas, 180 a bordo de la balandra Fox y 80 en una pequeña goleta canaria apresada días antes.
A las cero horas del día 25 comenzó la fase de movimiento buque-costa. Los comandantes de los buques mandaban personalmente los grupos correspondientes. La noche era cerrada, con visibilidad escasa y fuerte marejada. La navegación transcurría sigilosamente, los hombres en silencio, y los remos forrados con lonas para evitar hacer ruido al entrar en el agua.
Nelson decidió mandar personalmente la fuerza de desembarco, lo que resulta un tanto extraño desde un punto de vista funcional e incluso orgánico. Los objetivos eran el muelle y el castillo de San Cristóbal. Debían desembarcar agrupados en el muelle, tomar el castillo de San Cristóbal, desplegar en orden de batalla en la plaza de la Pila (actualmente plaza de La Candelaria), desde allí intimidar a la población y esperar a su reacción.
La fragata española San José, a 500 metros del muelle, dio la alarma y casi simultáneamente la dio también el castillo de Paso Alto. Inmediatamente todas las baterías abrieron fuego con toda clase de proyectiles y metralla, hundiendo a la balandra Fox, que perdió 97 hombres y tuvo numerosos heridos, produciendo un verdadero infierno como dirían los supervivientes más tarde.
La resaca y la marejada dispersaron hacia el sudoeste a la fuerza atacante. Solamente tres de los seis grupos alcanzaron el muelle, de estos sólo cinco lanchas consiguieron desembarcar todos sus hombres, el resto encallaron entre los castillos de San Cristóbal y de San Telmo, siendo hostigadas por el fuego de fusil de los milicianos.
Nelson, que iba en el cuarto bote, justo en el momento de desembarcar recibió un impacto en el brazo derecho y tuvo que ser evacuado a su buque insignia, donde un cirujano francés a la vista de la gravedad se lo amputó.
El resto de la fuerza, los tres grupos restantes, consiguió desembarcar más al sudoeste, lejos de su objetivo. Después de una marcha forzada, atacaron el castillo de San Cristóbal por la retaguardia. No lo consiguieron. Estaba al mando el capitán de navío Troubridge quién, con una arrogancia típicamente británica, envió un mensaje al general Gutiérrez para que se rindiese. A continuación se dirigió a la plaza de la Pila, recogiendo a todos los hombres que habían desembarcado de modo disperso. Se le unió el grueso de los desembarcados llegando desde el barranco de los Santos hasta la plaza de Santo Domingo. Los defensores cercaron a los ingleses, que tuvieron que refugiarse en el convento de Santo Domingo.
El batallón de Canarias, previa orden, ocupó el muelle con el fin de cortar la retirada y también para impedir la llegada de refuerzos procedentes de los buques. El regimiento de La Laguna recibió la orden de dirigirse también al muelle en dos columnas, una por la retaguardia de la plaza de Santo Domingo, para evitar la progresión del enemigo hacia el interior, y la otra siguiendo la línea de costa. Tanto las órdenes como los movimientos de los defensores fueron acertados y ejecutados con rapidez y eficacia.
Troubridge, de nuevo, a pesar de su desesperada situación, tuvo la ridícula ocurrencia de exigir la rendición, a la que el general Gutiérrez replicó con dignidad y contundencia. El combate bajaba de intensidad, todos estaban a la espera de acontecimientos.
Nelson intentó en la madrugada reforzar el ataque enviando 15 botes hacia el muelle. Las baterías costeras abrieron fuego sobre ellos, hundiendo a tres; los doce restantes viraron de bordo y se dirigieron a sus buques.
La situación era insostenible para los atacantes, con el grueso de sus fuerzas cercadas en el convento de Santo Domingo, el resto fijadas en el muelle y sin posibilidad alguna de recibir refuerzos.
Finalmente, Troubridge se rindió a la evidencia y envió a parlamentar al comandante Hood para conseguir una derrota honrosa. Este Hood llegó con aires de superioridad e intentando intimidar a los oficiales españoles con ínfulas de superioridad. Fue despedido con cajas destempladas; tuvo que agachar la cerviz y pedir humildemente ser presentado al general Gutiérrez. Los ingleses firmaron su rendición a las siete de la mañana del día 25. 
La lucha había durado cinco intensas horas.
El general Gutiérrez, demostrando una caballerosidad ejemplar, concedió magnánimas condiciones: Los británicos volverían a sus buques con todas las armas, se devolverían los prisioneros y se comprometerían a que ningún buque bajo bandera británica atacaría las islas del archipiélago canario (como si los ingleses respetaran la palabra dada).
A las 7 de la mañana, sin tener conocimiento de lo que se estaba tratando en tierra, el Theseus y el Emerald se acercaron al valle de San Andrés, se produjo un duelo artillero que causó leves daños en ambos buques.
Los ingleses salieron del convento de Santo Domingo dirigiéndose a la plaza de la Pila, formados y con las banderas desplegadas y a tambor batiente bajo la vigilancia de las fuerzas defensoras. El reembarco se hizo con dificultad por haber sido destruidas la mayor parte de las lanchas británicas, teniendo que recurrir a algunos botes y a dos bergantines españoles.
Troubridge desembarcó al día siguiente con bandera blanca para recoger a los heridos, llevando una carta de Nelson para el general Gutiérrez agradeciendo su caballerosidad con los atacantes, puesto que había ordenado la hospitalización de los heridos y había proporcionado abundantes raciones de pan y de vino. El general invitó a los comandantes de los buques a su mesa intercambiando regalos: Nelson envió un queso y una barrica de cerveza y el general correspondió con dos botellones de vino y una carta en la que se expresaba de manera análoga.
En la tarde del día 26 los buques rindieron honores fúnebres, con 25 cañonazos y arriado de sus banderas, en memoria del capitán de fragata Bowen, comandante del Terpsichore, muerto en el combate del día anterior.
La escuadra británica abandonó las aguas de Santa Cruz en las primeras horas de la tarde, dejando como recuerdo de su derrota la bandera del Emerald, un cañón de campaña y numerosas armas de fuego y blancas que se conservan en el Museo Militar de Santa Cruz, junto con el cañon “Tigre” al que la tradición local atribuye el impacto sufrido por Nelson, hecho imposible de demostrar.
La fragata Emerald entregó en Cádiz, a las autoridades españolas, por orden de Nelson el parte de la victoria española
Las bajas inglesas se cifraron en 177 ahogados, 51 muertos por armas, 128 heridos y 5 desaparecidos. Las bajas españolas fueron 32 muertos y 40 heridos.

Conclusiones

1.- El ataque fue tan audaz como mal concebido
2.- El ataque se realizó con intrepidez y arrojo por parte inglesa
3.- La confianza del almirante Nelson en sí mismo y la minusvaloración del enemigo contribuyeron a su derrota.
4.- El fracasado ataque anfibio se debió en gran parte a la heroicidad, a la rapidez en la movilización del pueblo tinerfeño y a la brillante defensa de las fuerzas españolas, constituyendo un hecho glorioso de nuestras armas, conducidas por un insigne militar.
5.- La victoria conseguida por el teniente general Gutiérrez no es suficientemente conocida ni valorada: seguramente esto será debido a la rapidez y a la facilidad con que se consiguió.
6.-   Esta era la tercera victoria del teniente general Gutiérrez sobre los ingleses.
7.-  Esta fue la única derrota de Horacio Nelson

lunes, 24 de septiembre de 2012

Los dientes de la emperatriz


He tenido el honor de ser presentada a muchas princesas de sangre, y debo reconocer que jamás ninguna me ha impresionado tanto como Josefina. Es la elegancia y la majestad. Nunca una reina ha sabido estar mejor en un trono, sin haberlo aprendido. ¡Lástima que la emperatriz haya perdido los dientes!”
Duquesa de Abrantes, 1808

Los dientes de la emperatriz. Es un tema que me viene a la mente cada vez que veo en la tele una serie histórica y cualquiera de los personajes principales y no tan principales, exhibe una dentadura perfecta. Y recordé estos datos que entresaqué de la novela Yo, el Rey de J. A. Vallejo-Nágera del año 1985

La emperatriz Josefina tenía unos pocos dientes negros y carcomidos tras unos labios perfectos. Son una especie de embajadores que traen cartas credenciales de la muerte. En las calaveras siempre impresionan los dientes, tanto los que restan como los que faltan
Hace pocos años se consideraba hermosa toda mujer que no tuviera desfigurado el rostro por las cicatrices de la viruela. El feliz descubrimiento de la vacuna ha disminuido tanto este azote de la humanidad, que en la nueva generación es una rareza. Los admiradores de las mujeres podemos disfrutarlas con un cutis de seda, que en la juventud de Napoleón era un preciado privilegio. Hoy, en 1808, encontramos bella a toda joven con la dentadura completa.
Es evidente que Josefina no olvida un momento su dentadura. Usa el abanico para tapar la boca, en un gesto que logra sea agraciado, destacando la belleza de los ojos en línea horizontal sobre la curva del abanico que se ilumina. Los hombres miramos con predilección cuatro centros del encanto femenino: los ojos, la boca, el escote y las manos. La emperatriz Josefina  con hábil acentuación del anzuelo de los otros tres intenta que olvidemos el cuarto, al que también cuida esforzadamente. Casi todas las personas desdentadas curvan hacia dentro los labios. La emperatriz con la boca cerrada consigue mantener el contorno de sus labios perfectos. Repite el milagro de mantenerlo durante la sonrisa, pero Josefina tiene, como una de sus mayores gracias, un carácter jovial y está inclinada a reír alegremente. Éste es el momento peligroso, que suele resolver con el abanico…..casi siempre. Cuando no lo consigue, el horror, como un látigo envenenado, nos azota el espíritu a los espectadores.
La dentadura de la emperatriz no atormenta sólo su vanidad, sufre dolores agudos, que atenúa con opio. En su neceser de viaje hay dos cajitas circulares de oro: una para el opio en granos, otra lo contiene disuelto en tintura de láudano.
Antes de las comidas, otra situación dramática: suele retirarse a frotar las encías con el polvo y la tintura de láudano. Dicen que el sopor que a veces la obliga a recogerse en su aposento tras el yantar, se debe a esa necesidad de alivio de sus sufrimientos. Durante la comida los disimula con entereza, nadie nota el dolor ni las dificultades para masticar. Jamás realiza esos movimientos con la lengua entre los dientes y la mejilla con que tantas personas vulgares tratan de menguar sus molestias. También ha logrado maestría en el control del movimiento de los labios al hablar. Nadie que no esté prevenido notará su miseria dental. Y todos podemos disfrutar sin menoscabo en la complacencia de su conversación encantadora, del tono dulce, insinuante, acariciador de esta persona de bondad y gracias excepcionales.

Se cuenta que la emperatriz, al conocer a Maria Luisa, esposa del desdichado Carlos IV, quedó sorprendida por los bellos dientes de esta. Al preguntarle cómo había conseguido mantener todos sus dientes a lo largo de su vida, la cachazuda esposa del Borbón le contestó que se los habían hecho unos orfebres de Medina de Rioseco.

miércoles, 18 de julio de 2012

El rescate de las Malvinas


La Paz de París puso fin a la guerra de los Siete Años en 1763, en virtud de ella los británicos obtuvieron el Canadá –a costa de Francia- y la Florida –a costa de España-. Para vencer la resistencia de Carlos III a entregar la Florida, en compensación Francia tuvo que ceder a España la Luisiana, de menor valor estratégico que la península arrebatada, pero susceptible de oponer un frente al avance inglés hacia el virreinato mexicano. La Paz de París proclamó la victoria militar británica, pero pocos años después se presentaría a Francia y, en menor medida, a España una ocasión de revancha con motivo de la Revolución americana de las Trece colonias. 
Pero antes de esto se daría la vuelta al mundo que dio el navegante francés Bougainville (diciembre de 1766-marzo de 1769) costeada con dinero español. ¿Por qué pagamos a los franceses?. 


El coronel Bougainville volvió de la colonia francesa del Canadá con sus profundos sentimientos patrióticos intactos; quería compensar a su país de las pérdidas sufridas. La expansión colonial francesa ya no era viable en el continente americano, en el que sólo se le otorgaba el derecho de pesca del bacalao en las costas de Terranova, con base en la isla de San Pedro y Miquelón. Amén de unas pocas islas en las Antillas. Por lo que, para una expansión ultramarina de nuevo cuño, Bougainville pensó en las islas que comúnmente se llamaban Malouines, inspirado por el hecho de la incursiones pesqueras de los balleneros del puerto de Saint-Maló, con cuyo gentilicio secularizado las habían bautizado. 
Estas islas habían sido descubiertas en 1520 por una nave española, y por su estratégica situación, desde la que se domina el estrecho de Magallanes, fueron visitadas más de una vez por marinos españoles; de hecho, España las consideraba tradicionalmente incluidas dentro de sus dominios de América, aunque faltase un registro con un nombre propio. 
Desde fines del s. XVI, las Malvinas comenzaron a ser visitadas por los navegantes ingleses y holandeses, e incluso belgas, que hacían la ruta de las Molucas, los cuales les dieron diversos nombres efímeros. En 1690 el capitán John Strong exploró minuciosamente el archipiélago y se cercioró de que las dos islas principales estaban separadas por un estrecho, al que llamó de Falkland en honor de su protector, lord Falkland, cuyo nombre se extendió luego a todo el grupo en la cartografía inglesa. 
En 1764, Bougainville organizó a sus expensas y con ayuda de los armadores de Saint-Maló la expedición francesa de conquista de las Malvinas, al este de las cuales dejó fundada una colonia. El gobierno español, en ejercicio de sus derechos, protestó contra esta ocupación y obtuvo de Luis XV (1 de abril de 1767) la orden de devolución, pero recibiendo de la corona española una indemnización de 603.000 libras que se destinaron a organizar el viaje francés de circunnavegación en busca de nuevas tierras de expansión. El mismo fundador francés de la colonia fue “invitado” a organizar la devolución tras su conquista, se concertó un encuentro en el Río de la Plata con el capitán de fragata Felipe Ruiz Puente. 
Mientras tanto, el comodoro inglés Byron había establecido en la isla occidental de Port Egmont, con la intención de lograr el dominio de todo el archipiélago. Así lo comunicaron al destacamento español al que Bougainville había hecho recientemente entrega de la plaza, y lo intimaron a abandonarla.
Al saberse esto en Madrid, se dieron instrucciones al capitán general de Buenos Aires, don Francisco de Bucareli, para que mandara un contingente de tropas que desalojase a los invasores. La orden fue ejecutada por una expedición naval mandada por Madariaga el 10 de junio de 1770. La acción española provocó una fuerte tensión entre las Cortes de Madrid y Londres que puso  a ambas naciones al borde de la guerra. España comprobó que, en caso de guerra, no contaría con la colaboración francesa. España tuvo que aceptar en 1771 la presencia inglesa por la fuerza de los hechos, pero sin renunciar al derecho que le asistía sobre ellas. A los tres años de esta ocupación, los ingleses se desentendieron de aquella poco rentable colonia. 
Desde entonces y hasta 1811, España mantuvo un contingente en la isla oriental, a la que llamó isla de la Soledad, un bello nombre que podría restaurar Argentina al recuperarlas como heredera de los derechos de España. Desde 1820 las islas pasaron a la nueva república de Argentina; estuvieron bajo su control hasta 1833, en que el gobierno inglés se apoderó de nuevo de ellas para, en 1851, establecer la actual colonia.

miércoles, 11 de julio de 2012

La brujería en la Edad Media


Desde mediados del siglo XV hasta finales del siglo XVIII, Europa padeció el horror de la caza de brujas, un rapto de locura colectiva propiciado por las mentes enfermas de las autoridades eclesiásticas que dictaban las normas morales de aquella sociedad. Esta persecución fue muy sangrienta en el norte de Europa y mucho menos en los países mediterráneos, herederos de la cultura romana, entre ellos España. El número de víctimas inmoladas en este holocausto quizá superó las cuatrocientas mil, la mitad de las cuales correspondería a la eficiente Alemania. Casi todas ellas fueron mujeres, algunas incluso niñas, y la acusación más común que las llevó a la hoguera fue que mantenían relaciones sexuales con el diablo.
La brujería es la pervivencia de una antigua religión ctónica y matriarcal que se remonta al Neolítico. Formas evolucionadas de esta religión fueron, en la antigüedad, los ritos mistéricos, particularmente los dionisíacos. Esta religión cree en la palingenesia mística, en el renacimiento o reencarnación y en la capacidad del hombre para influir sobre su propio destino mediante un ejercicio de autosugestión que pone en juego su propia energía espiritual. Su expresión ceremonial más común consiste en polarizar la fuerza mental que emana de toda la comunidad creyente hasta alcanzar una especie de éxtasis colectivo. De este modo, el individuo se siente arrebatado, funde su alma con la divinidad y trasciende sus limitaciones cuando la divinidad absorbe su alma. En distintos lugares y épocas tal estado de enajenación se ha conseguido por medio de la oración y el ayuno, o mediante ingestión de drogas alcaloides. Esta era la verdadera función de los famosos ungüentos de brujas, muchos de los cuales contenían belladona, acónito, atropina, beleño o bufotenina (sustancia alucinógena contenida en la piel del sapo). A esta lista habría que añadir el cornezuelo de centeno, micelio del hongo Claviceps purpurea cuyos alcaloides tienen el mismo efecto que las drogas antes citadas.
Todos producen delirio y sensación de vuelo y algunos, además, placer sexual.
En los primeros siglos medievales, la Iglesia toleró en el medio campesino la precaria existencia de una especie de culto a cierta nebulosa diosa Diana que en realidad no llegó a tener estatus de religión. La autoridad eclesiástica no ignoraba la existencia de brujos, pero los consideraba inofensivos charlatanes que vivían de engañar los senderos, y no sólo los dejaban en paz, sino que en ocasiones utilizaban sus servicios. San Isidoro, en el siglo VI, clasificaba a los brujos en magos, nigromantes, hidromantes, adivinos, encantadores, ariolos, arúspices, augures, pitones, astrólogos, genetlíacos, horóscopos, sortilegios y salisatres. Todavía no los asociaban a lo diabólico ni habían sexuado al diablo, aunque San Agustín, indagando si los ángeles podrían tener comercio carnal con mujeres, había llegado a la conclusión de que poder podían, pero solamente a un ángel caído se le ocurriría perpetrar acto tan sucio. Ya se iba preparando el terreno para que otras mentes calenturientas de célibes forzosos descubrieran que mil legiones de menudos y lujuriosos diablos habían convertido la tierra en un gigantesco lupanar.
Todavía en el siglo X, el Canon episcopi despreciaba los vuelos de brujas y los consideraba embustera ilusión de espíritus simples.
Mientras tanto, la diosa Diana había ido cediendo su puesto al diablo. Santo Tomás, la gran autoridad de la Iglesia, admitió la existencia del diablo y comenzó a cavilar sobre sus trapacerías.
Se divulgó que los demonios pueden cohabitar con mujeres dormidas y tienen la facultad de adoptar, a voluntad, ajenas apariencias (por ejemplo, una monja declaró que un íncubo que tuvo trato carnal con ella se le había presentado encarnado en obispo Sylvanus. La comunidad aceptó la explicación, qué remedio). Copiamos ahora del tratado muy sutil y bien fundado de fray Martín de Castañega, siglo XVIII:
Estos diablos se llaman íncubos cuando tomando cuerpo y oficio de varónparticipan con las mujeres, y súcubos se dice cuando por el contrario, tomandocuerpo y oficio de mujer, participan con los hombres. En los cuales actos ningúndeleite recibe el demonio.
Ahora bien, si son criaturas de aire, ¿cómo es que ocasionan preñeces? Es que los íncubos se hacen potentes con acopio del semen de los mortales.
La jerarquía eclesiástica comenzó a inquietarse por el sesgo que tomaban los acontecimientos: la brujería estaba aglutinando a una serie de colectivos oprimidos, los siervos y las mujeres. No olvidemos que las mujeres son «el instrumento más eficaz que el demonio ha tenido y tiene para engañar a los hombres», advertía el padre F. Gerónimo Planes en 1634.
Entonces, los poderes fácticos, Iglesia y Estado se combinaron para perseguir la brujería considerándola lo que no había sido nunca: un culto al diablo. El primer paso lo había dado el papa Juan XXII en 1326. Medio siglo después, el inquisidor aragonés Nicolau Eymeric acusaba a las brujas de herejía, pues rendían culto de latría o dulía al diablo. Celosos teólogos escudriñaron la Biblia en busca de las raíces malvadas de la brujería. Como no las hallaron, no tuvieron inconveniente en traducir por «bruja» la palabra kaskagh, de Exodo XXII,18, cuyo verdadero significado es «envenenadora». Redactaron también la ficha policial del diablo, una fabulación de origen persa, especie de divinidad paralela, que en la Biblia es un dios, un emperador o un príncipe, siempre una entidad angélica y bella, y lo pusieron de cabrón aprovechando que el macho cabrío, debido a su desorbitada actividad sexual, simbolizaba la lujuria (véase Levítico, 16, 20-22). Así, inventaron una imagen panfletaria del diablo y lo retrataron triste, iracundo, negro, feo, «de cabeza ceñida por una corona de cuernecillos más dos grandes como de cabrón en el colodrillo, otro grande en medio de la frente, con el cual iluminaba el prado más que la luna pero menos que el sol».
Jovencitas histéricas y monjas reprimidas daban en llamar la atención con fantasías de que el diablo visitaba sus cálidos lechos insomnes, cuando el perfume del azahar invade la noche y pone inéditos hervores en la sangre. Además, ¿qué mejor excusa para un embarazo culpable?
Sólo así se explica que los casos de posesión diabólica se redujeran drásticamente en cuanto el papa Inocencio VIII, autor de la encíclica Summa desiderantes, declaró en 1484 que «muchas personas se entregan a demonios súcubos e íncubos» y que tal copulación constituía delito de herejía.
Pero ya la terrible maquinaria estaba en marcha y su inercia la impulsaba. Retorcidas mentes de clérigos sexualmente frustrados y quizá celosos de sus feligreses comenzaron a lucubrar sobre la lujuria del diablo y le inventaron una historia sexual. La bruja poseída por el diablo podía ser reo de hoguera: había que detectar la mala hierba allá donde estuviera y arrojarla al fuego purificador para que no inficionara al pueblo de Dios. El catecismo de los perseguidores de brujas sería —como ya hemos comentado— el célebre tratado Malleus maleftcarum, obra de Sprenger y Kramer, dos sádicos dominicos alemanes que sin duda hubieran hecho una brillante carrera a las órdenes de Hitler de haber nacido unos siglos después. En este libro se describen treinta y cinco formas distintas de torturar a una bruja.

Tanto esta entrada como la anterior están tomadas de Historia secreta del sexo en España de J. Eslava Galán

lunes, 9 de julio de 2012

El matrimonio en la Edad Media

En un principio el matrimonio no constituyó sacramento. Era una institución civil, un contrato privado entre los contrayentes que tenía por objeto la perpetuación del linaje, si se trataba de nobles, o la simple mutua ayuda. La esposa era una propiedad del marido. Consecuentemente, si otro hombre accedía a ella, fuera por violación, fuera por adulterio, el delito perpetrado era, además, enajenación indebida. 
La Iglesia no intervino en el contrato matrimonial hasta muy avanzado el siglo XII. Incluso en ciertos casos, el matrimonio continuó siendo un acto exclusivamente civil hasta el final de la Edad Media. Solamente a partir del concilio de Trento se impuso la obligación de que fuese público, ante sacerdote, y de que quedase registrado en la parroquia. Iglesia y Estado se aliaron para imponer tal mudanza. De este modo controlaban mejor a sus feligreses y súbditos.
El concubinato estaba estrechamente relacionado con el matrimonio. También podía acordarse mediante contrato legal, como el que suscribieron en 1238 Jaime I de Aragón y la condesa Aurembiaiz de Urgel, sobre los hijos que pudieran tener sin estar casados. 
El Título XIV, ley III de las Partidas, admite que "las personas ilustres pueden tener barragana, pero siempe que ésta no sea sierva ni tenga oficio vil". La concubina gozaba de un estatuto judicial y social como esposa de segunda categoría. La Iglesia toleraba estas situaciones y hacía la vista gorda, aunque a veces, cuando eran demasiado notorias, intentaba corregirlas. 
En la IV Partida se regula el matrimonio: la mujer puede casarse a los doce años, el hombre a los catorce. No obstante, el comprensivo legislador admitía que también pueden unirse antes de esa edad "si fuessen ya guisados para poderse ayuntar carnalmente. Ca la sabiduria, o el poder, que han para esto fazer, cumple la mengua de la hedad". 
La potencia del marido y la virginidad de la esposa se demostraban exhibiendo ante testigos la "sábana pregonera" manchada de sangre tras la noche de bodas. A falta de este requisito se suponía que el matrimonio no era válido por defecto de alguna de las partes. 
Solamente la muerte disolvía el vínculo matrimonial. El divorcio, admitido por el Fuero Juzgo de los godos, estaba prohibido en las Partidas. No obstante, en ciertos casos, el matrimonio podía ser anulado. Por ejemplo, si se demostraba la impotencia del marido, o cuando la mujer era tan cerrada que no había manera de consumar el acto carnal. También era motivo de anulación que el desproporcionado tamaño del pene del marido pusiera en peligro la vida de la esposa. Delicado extremo que habían de decidir los jueces tasando y midiendo los respectivos miembros. 
El moralista Pedro de Cuéllar (1325) incluye a la violación entre los delitos contra la propiedad y razona que, aunque en caso de extrema necesidad uno puede usar los bienes ajenos, no es moralmente lícito usar de la mujer de otro, por muy necesitado de desahogo que se encuentre uno, ya que "quanto al negocio carnal no es cosa común, que la mujer debe ser una de uno" 
El Fuero Real concedía al marido burlado la facultad de perdonar a los culpables o de ejecutarlos, pero no podía castigar a uno de ellos y perdonar al otro. Eso tan español de todos moros o todos cristianos. En este caso particular somos mejores que los talibán. 
En los Fueros de Castilla se recoge el caso de una caballero de Ciudad Rodrigo que sorprendió a su mujer en flagrante delito de adulterio y echando mano de su rival "castrole de pixa et de coiones". Este marido fue condenado a muerte no por desgraciar al burlador, sino por perdonar a la mujer. El Fuero no nos cuenta que pasó con la mujer. Hasta tal nivel de indiferencia llegaba el interés por las mujeres, legalmente hablando claro. 
La homosexualidad femenina se toleró en la Edad Media por razones doctrinales, puesto que su práctica no entrañaba derramamiento de semen. La masculina, en cambio, fue severamente reprimida. 
"Si dos omes yacen en pecado sodomítico debem morir los dos, el que lo face y el que lo consiente. Esa misma pena debe auer todo ome o muger que yace con bestia, pero ademas deben matar al animal para borrar el recuerdo del fecho" Titulo XXI, ley II. 
El otro gran delito de índole sexual era el aborto que, junto con el infanticidio, estuvo muy divulgado como medio de controlar el crecimiento de la familia. El Fuero Juzgo condenaba a muerte tanto al que preparaba hierbas abortivas como al que incitaba a usarlas. La mujer que abortaba era esclavizada o recibía doscientos azotes si ya se trataba de una sierva; el infanticidio se castigaba con la muerte y otras veces con la ceguera. 

miércoles, 27 de junio de 2012

La demostración naval de Agadir



Una mañana de diciembre de 1957, con mar llana y expectante inquietud, varios prismáticos contemplaban desde el Canarias lo que acaecía en la ciudad marroquí de Agadir, mientras nuestros barcos, con los cañones apuntados y cargados, desfilaban frente a ella. 
La situación en nuestro territorio de Ifni a primeros de diciembre de dicho año no era tranquilizadora. Las bandas del llamado Ejército de Liberación lo habían invadido la noche del 23 de noviembre y aunque no habían conseguido su objetivo, que era la toma de Sidi Ifni, se luchaba para liberar los puestos que habían quedado cercados en el interior. Si se producía un levantamiento general de la población indígena de nuestro enclave, muy trabajada por la propaganda del Istiqlal, la situación de nuestras tropas podía ser desesperada. Además, nuestro servicio de información evaluaba como probable un nuevo ataque desde Añadir en dirección sur y otro desde el río Draa, en dirección norte. Además, tanto en Egliemin como en Tantan se habían detectado concentraciones importantes de “incontrolados”, sin que fuesen contenidos por parte del gobierno marroquí. 
Para hacer frente a esta situación, la aviación recibió orden de bombardear Tantan (fue cancelada poco después). Unas cuantas bombas lanzadas en una posición perdida en el desierto no podían ser resolutivas, y por ello el Gobierno decidió recurrir a la Armada, para advertir a Mohamed V que no podía continuar aplicando su equívoca política de apoyo encubierto, y a veces descarado, a quienes habían invadido el Sahara y atacado Ifni, territorio de plena soberanía española, después de haber abandonado las Fuerzas Reales Marroquíes la custodia de los pasos fronterizos. Se cursó la orden de una demostración naval en Agadir en la mañana del 6 de diciembre de 1957. 
El mensaje cifrado decía: “Disponga V. E. que Mendez Nuñez, Canarias, J.L. Díez, Gravina, Escaño y A. Miranda, al mando del contralmirante jefe de la 3ª División de la Flota, hagan lo antes posible demostración naval sobre Agadir, donde a corta distancia de la costa permanecerán hasta nueva orden con artillería cubierta, apuntando tierra para hacer fuego recibida orden expresa ministro de Marina. Sidi-Ifni será punto concentración amanecida sábado siete”. 
El Canarias se hallaba en Santa Cruz de Tenerife, adonde había llegado el pasado 30 de noviembre desembarcando tropas de refuerzo enviadas de la Península. 
  • Inciso personal: Entre ellos se encontraba mi padre, Vicente García Camacho, un cabo de infantería que se había presentado voluntario para incorporarse a los Regulares pues la vida en la Península “le aburría”; cumpliría 19 años a mediados de diciembre en pleno desierto escuchando las historias de las tropas indígenas bajo su mando. Hombres que veinte años antes habían estado haciendo la guerra a las órdenes de Franco. Pasó muchas noches sin poder dormir después de oír las atrocidades que los moros consideraban normales en tiempo de guerra contra los infieles. 
Se recibió otro mensaje de Madrid, se fijaba para las 10.00 del 7 el inicio de la demostración y se concretaba que se harían dos pasadas frente a Agadir. Al estar las naves en distintos fondeaderos se fijó como un punto de reunión a 15 millas al 200º de Agadir. Hasta las 09.15 no estuvieron todos los buques avistados por el Mendez Nuñez donde ondeaba la enseña del Contralmirante Meléndez. Se ordenó línea de fila en el siguiente orden: Méndez, Canarias, Díez, Gravina, Escaño y Miranda. La formación quedó establecida a 10.20, aproándose acto seguido a Agadir. 
A las 11.03 se inició la primera pasada hacia el norte a 8 nudos, en paralelo a la costa, en zafarrancho de combate y con los cañones apuntando a tierra por estribor. A 11.35 se invirtió el rumbo por el contramarcha, pasando a 0,4 millas de la punta de poniente del puerto de Agadir con los cañones apuntando a la ciudad por la banda de babor. A las 12.28 se tocó retirada y a las 17.37 se dislocó la fuerza, dirigiéndose cada navío a su puerto de atraque. 
Como no se le fijó la distancia a que tenía que pasar de Agadir el almirante Meléndez, motu proprio, decidió acercarse a 700 metros de la luz de la punta del muelle de poniente del puerto de Agadir. Durante la demostración se avistaron varios aviones que, de ser hostiles, hubieran supuesto un riesgo para la formación naval y comprometido el cumplimiento de la misión. Se reconocieron el hotel Gautier y el edificio SATAS , que entonces eran los más conspicuos de Agadir, así como la refinería con sus depósitos de combustible hacia los que apuntaron amenazadoramente las torres del Canarias. El autor de estas líneas, testigo presencial de esta demostración desde el puente de Estado Mayor del crucero Canarias, donde estaba destinado como jefe de comunicaciones, recuerda como en diversos puntos de la ciudad empezaron a izarse banderas. Eran los pabellones nacionales de diferentes países: mostrados por quienes pretendían poner de manifiesto la presunta propiedad no marroquí de determinados edificios. 
Según se supo a posteriori, en un cable-radio sorprendido se decía que las autoridades de Agadir informaron a Rabat que una formación naval de unos diecisiete buques cargados de hombres y material se encontraban frente a Agadir pareciendo señalar un intento de desembarco. Las fuerzas armadas reales fueron enviadas para impedirlo. 
Excepto el Canarias, que todavía permanecería en activo diecisiete años, éste fue el último servicio que prestaron unos magníficos barcos, ya desahuciados por su vejez y poco valor militar, que durante una treintena de años habían figurado en la Lista Oficial de Buques de la Armada en tiempos tan agitados como los de la guerra civil, segunda guerra mundial y los difíciles años que la siguieron. 
El Canarias camino del desguace en 1977
La demostración naval de Agadir ha sido calificada como la operación de presión más resolutiva de nuestra historia militar contemporánea, en un ambiente de crisis al borde de una progresiva escalada que conducía, sin desearlo, a un enfrentamiento directo con Marruecos. Nadie podía imaginar que estos vetustos barcos, próximos a convertirse en chatarra, pudieran, con su presencia y amenaza de empleo de la fuerza, prestar tan gran servicio, evitando a España verse en el dilema de soportar una vejatoria humillación o enfrentarse con un país “amigo y vecino” en un conflicto que hubiera tenido mala prensa en la opinión internacional. 

Ricardo Álvarez-Maldonado. Vicealmirante. 1998