El
papa Benedicto VIII lamenta que "incluso los clérigos que
pertenecen a la servidumbre de la Iglesia -si es que se les puede
llamar clérigos-, como quiera que se ven privados
por las leyes del derecho a tener mujer, engendran hijos de mujeres
libres y evitan a las esclavas de las iglesias con el único
propósito fraudulento de que los hijos engendrados de la mujer libre
también puedan ser libres, de alguna manera. ¡Oh, cielos y tierra!
- se lamenta el Papa- éstos son quienes se alzan contra la Iglesia.
la Iglesia no tiene peores enemigos. Nadie está más dispuesto a
perseguir a la Iglesia y a Cristo. Mientras los hijos de los siervos
conserven su libertad, como falazmente pretenden, la Iglesia perderá
ambas cosas, los siervos y los bienes. Así es como la Iglesia,
antaño tan rica, se ha empobrecido."
Exactamente
en esto consiste el problema. NO hay peor enemigo del papa que quien
reduce su patrimonio. Pues el patrimonio garantiza el poder, el
poder, dominio feudal, y el domino feudal lo es todo.
Visto
esto, el Vicario de Cristo en la tierra, dispone: "todos los
hijos e hijas de clérigos, hayan sido engendrados por una esclava o
por una mujer libre, por la esposa o por la concubina -pues en
ninguno de estos casos está permitido, ni lo estuvo (?), ni lo
estará- serán esclavos de la Iglesia por toda la eternidad".
Gran
sínodo de Pavía, siglo XI
Esta
ley sería aplicada en Alemania, agravada, por el emperador Enrique
II (sínodo de Goslar, 1019), quien las elevará a rango de leyes
imperiales. De manera que los jueces
que declararan libres a los hijos de sacerdotes serían privados de
su patrimonio
y desterrados de por vida, las madres de esos hijos serían azotadas
en el mercado y también desterradas, los notarios que levantaran un
acta de libre nacimiento o un documento similar perderían su mano
derecha.
El
emperador Enrique II todavía es venerado en Bamberg como santo
A
comienzos del siglo VII tuvo lugar el Concilio Trullano al que
asistieron más de doscientos obispos. Aquí fue donde por primera
vez se arremetió contra las relaciones sexuales de los obispos
dentro del matrimonio, aunque las autoriza en el caso de los
subdiáconos, diáconos y sacerdotes, siempre que se hubieran casado
antes de adquirir la dignidad subdiaconal.
El
famoso canon dice así: "Tras advertir que en la Iglesia Romana
la costumbres es que quienes adquieren la dignidad diaconal o
sacerdotal prometan que no pretenden mantener trato matrimonial con
sus esposas, ordenamos, según la antigua ley del cuidado y
disposición apostólicos, que los matrimonios legales de los santos
hombres deben mantenerse en lo sucesivo, y que de ninguna manera
disuelvan la unión con sus mujeres, y que de ninguna manera evitan
la cohabitación cuando sea conveniente".
Hubo
hijos de sacerdotes que se convirtieron en papas hasta el siglo X:
Bonifacio I, Félix III, Agapito I, Teodoro I, Adriano II, Martín II
y Bonifacio VII entre otros. Varios de ellos fueron canonizados:
San Bonifacio I, San Silverio y San Diosdado. Y hasta hubo papas que
fueron hijos de papas, como Silverio, el hijo del papa Hormisdas, o
Juan XI, el hijo de Sergio III.
Pero.....
Roma
quería gobernar; para ello necesitaba instrumentos ciegos, esclavos
sin voluntad, y a éstos los encontró en un clero célibe que no
estaba ligado por ningún lazo familiar a la patria y al soberano,
cuyo principal -y único- deber consistía en la obediencia
incondicional a Roma.
Se
comenzó por defender la "pureza" del celibato; basándose
en la antigua y extendida creencia de que el éxito del ritual
dependía de la castidad del sacerdote. Para justificar esta idea, se
recordaban la exigencias del Antiguo Testamento (tomadas del
paganismo) que había desterrado toda clase de sexualidad del ámbito
del Templo; una obsesión purificadora que el Nuevo Testamento ignora
por completo. En cualquier caso, en Oriente, donde por lo general
sólo había oficios los domingos, miércoles y viernes, la Iglesia
sólo exigía la abstinencia del sacerdote en esos días; en cambio,
en Occidente, donde la misa tenía lugar a diario -la costumbre se
inició en Roma- se insistía en la continencia absoluta en la
vida matrimonial. Esta renuncia casi sobrehumana aumentaría el
prestigio del religioso ante el pueblo, le proporcionaría
credibilidad y respetabilidad, le convertiría en una especie de
ídolo, en una figura por encima de los mortales, líder y padre a la
vez, a quien la gente miraría con admiración, dejándose gobernar
por él.
Esto,
claro, indujo a los clérigos más al libertinaje que a la castidad.
El ser humano es así, señora. Un motivo político-financiero entró
pronto en escena: como es natural, los religiosos solteros les
resultaban más baratos a los obispos que los que tenían mujer e
hijos. El motivo económico aparece en innumerables leyes y decretos
sinodales hasta nuestros días. Los primeros gobernantes cristianos
no discriminaron ni a los religiosos casados ni a sus familias. Pero
en el año 528 el emperador Justiniano dispuso que quien tuviera
hijos (¡y no quien estuviera casado!) no podría llegar a ser
obispo.
Sólo
dos años después, Justiniano arremetió también contra quienes se casaban tras ser ordenados "y engendraban hijos de mujer".
Declaró nulos todos los matrimonios celebrados tras la ordenación
sacerdotal y a toda su descendencia nacida o por nacer, ilegítima,
infame y sin derecho a sucesión.
A
mediados del s. VI, el papa Pelagio I consagró obispo de Siracusa a
un padre de familia, estableciendo, sin embargo, que sus hijos no
podrían heredar ningún "bien eclesiástico".
Demos un salto de un milenio.....
Durante
el Concilio de Trento (1545-1563) el emperador alemán Fernando I y
los reyes de Francia y Bohemia reclamaron la autorización del
matrimonio de los clérigos, los prelados se opusieron decididamente.
"¿el matrimonio de los sacerdotes? ¿no habéis reflexionado
que, desde ese momento, ya no dependería del Papa sino de su
príncipe, hacia el que mostrarían su satisfacción en todos los
sentidos, en perjuicio de la Iglesia y por amor a sus mujeres e
hijos?" apostrofó el cardenal de Capri al Papa.