domingo, 26 de diciembre de 2010

La Hacienda en la Guerra Civil.

Zona Republicana

El 18 de julio de 1936 se inició una guerra civil que dividió España en dos bandos que emplearon todas las fuerzas que tenían a su alcance para dominar al contrario. El ingente esfuerzo bélico realizado por cada uno de ellos, a lo largo de casi tres años, hubo de financiarse por los Ministerios de Hacienda rivales con una serie de recursos diferentes a los que eran habituales en tiempos de paz. Como veremos, los sistemas de financiación fueron muy similares en ambos territorios: la venta de oro y materias primas, el endeudamiento, la emisión de billetes y el aumento de la presión fiscal.

En un primer momento, la República española sostuvo la guerra mediante el oro depositado en la sede central del Banco de España en Madrid. De esta forma, mediante un decreto del Consejo de Ministros se autorizó su incautación, ya que en aquella época el banco emisor era una sociedad privada, iniciándose su venta en Moscú y París a partir de agosto de 1936.

El avance de las tropas de Franco sobre Madrid y el peligro que se cernía sobre la capital en noviembre de ese mismo año originó que el ministro de Hacienda, Negrín, decidiera enviar el oro que permanecía en el Banco de España a Cartagena y, posteriormente, a Rusia. La existencia de estos depósitos en el extranjero hizo posible que la República contase con las divisas imprescindibles para la adquisición de aprovisionamientos, tanto en la Unión Soviética como en otros países.

Las autoridades republicanas se dieron cuenta, en los meses iniciales de 1937, de que el oro no iba a durar mucho tiempo e intentaron financiarse mediante préstamos de otros países, pero, paradójicamente, el Gobierno de Madrid tuvo mayores dificultades que los sublevados para obtener empréstitos internacionales. Por todo ello, Juan Negrín acudió a una emisión masiva de billetes que fue la causa de una gigantesca inflación. A su vez, esta situación provocó que los particulares retuvieran las monedas metálicas, porque tenían el valor intrínseco del metal, y que se produjese una gran carencia de moneda fraccionaria. Esta difícil coyuntura se complicó aun más cuando muchos ayuntamientos, sindicatos y comercios se arrogaron la competencia de emitir moneda, inundando la zona republicana con varios miles de diferentes modelos de billetes.

Negrín, que había ascendido a la Jefatura del Gobierno manteniendo la cartera de Hacienda, hizo lo posible para poner orden en la caótica situación, prohibiendo la moneda no emitida por el Estado y acuñando monedas fraccionarias de cobre, hierro, papel y cartón. Estas últimas monedas eran simples cartones redondos en los que se pegaban sellos de correos de 5 y 25 céntimos.

Otro sistema de financiación fue el intento de obtener recursos de los particulares. De esta forma, se trató de atraer crédito de los ciudadanos, mediante el intercambio de sus capitales por deuda pública. Además, el Gobierno decretó la obligatoriedad, desde octubre de 1936, de entregar las joyas, el oro, la plata y las divisas extranjeras al Banco de España, declarándose delito la tenencia por los particulares de pequeñas cantidades de monedas de plata.

Desde el punto de vista de la recaudación tributaria, los ingresos originados por los impuestos directos habían caído estrepitosamente a raíz de la situación bélica. Para intentar incrementar estos recursos se recargaron los tipos de los impuestos indirectos y se creó, mediante un decreto ley de septiembre de 1937, la "Contribución sobre los Beneficios Extraordinarios de Guerra", cuya recaudación fue casi inexistente.

La desorganización administrativa, la continua pérdida de territorios y la gran inflación produjo que los instrumentos recaudatorios del Ministerio de Hacienda desaparecieran en el año 1938 y que, hasta el fin de la guerra, la zona republicana permaneciera sumida en la penuria económica y en la anarquía fiscal.  

Zona Nacional

En la zona dominada por las tropas nacionales no existían, en julio de 1936, importantes cantidades de oro en las sucursales del Banco de España, por tal motivo, el Gobierno de Burgos no pudo acudir al mismo sistema de financiación que sus rivales republicanos, es decir, a la venta de oro en el extranjero. Para superar esta situación se organizó una campaña patriótica, la Suscripción Nacional, mediante la cual se pedía a los particulares que entregaran voluntariamente los metales preciosos y joyas que poseyeran. Los insuficientes resultados de esta campaña originaron que, algunos meses más tarde, se reforzase la generosidad de los ciudadanos con la imposición legal de depositar el oro, las alhajas y el dinero metálico en el Tesoro Público.

De naturaleza similar fue la medida, instrumentada en agosto de 1936, según la cual se establecía un descuento obligatorio en los sueldos de los funcionarios y los pensionistas con el importe de uno o dos días de haber, en función de que los sueldos o pensiones fueran mayores o menores de 4.000 pesetas anuales.

Como todos estos recursos eran escasos para sostener el esfuerzo bélico, las autoridades nacionales hubieron de acudir a pedir préstamos en el extranjero. En principio, podría parecer que un gobierno como el de Burgos, de incierto futuro, hubiera tenido difícil este método de financiación. Sin embargo, las circunstancias políticas permitieron que recibiera importantes préstamos desde Alemania e Italia. Otro crédito, no menos importante, fue el obtenido de alguna compañía americana de combustibles que suministró petróleo al ejército sublevado admitiendo su pago aplazado.

Estos créditos y las compras de armas y suministros en el extranjero fueron compensados, en buena medida, mediante exportaciones de materias primas españolas. Sin duda, las más destacadas fueron las ventas de minerales a Alemania, Italia e Inglaterra, especialmente de wolframio. En el caso de Alemania, se crearon compañías mercantiles hispano-alemanas que organizaban tanto la venta de suministros a la España nacional como las exportaciones de productos a Alemania. Dentro de estas compañías es posible citar a Hisma-Rowak y la agrupación de compañías mineras Montana.

El Gobierno de Franco hubo de acudir, también, a la emisión de billetes y monedas, aunque en mucha menor medida que la República. Así, el 21 de noviembre de 1936 la nueva sede central del Banco de España en Burgos inició esta actividad, habiéndose declarado previamente ilegales los billetes expedidos en la zona republicana con posterioridad al 18 de julio y obligándose al estampillado de los emitidos antes de esa fecha, para que fueran válidos como medio de pago. Por lo que se refiere a la acuñación de moneda, únicamente se emitió una moneda de 25 céntimos en abril de 1938.

En cuanto a los recursos tradicionales de la Hacienda, se puede afirmar que siguieron cobrándose los impuestos existentes en el momento del inicio de la guerra, recargándose los tipos de aquellos que gravaban los consumos. Sin embargo, la recaudación se resintió del descenso de la actividad económica. Para compensar esta disminución, el ministro Andrés Amado creó, en enero de 1937, un Subsidio para los Combatientes con la finalidad de favorecer a las familias de los soldados. Se trataba de un impuesto indirecto que gravaba, con un tipo del diez por ciento, determinados consumos considerados superfluos: tabacos, entradas en espectáculos públicos, perfumes, alhajas, tabacos, etc.

Al igual que en la zona republicana, se estableció una Contribución excepcional sobre beneficios extraordinarios obtenidos durante la guerra en los últimos meses de la contienda. Este tributo gravaba las personas naturales y jurídicas que realizasen negocios industriales y mercantiles y que lograran beneficios extraordinarios. Estos últimos se definían como los que excediesen del promedio obtenido en el trienio previo al estallido de la guerra. Sin embargo, los elevados tipos impositivos de esta figura originaron un gran fraude y el consiguiente fracaso recaudatorio.

sábado, 25 de diciembre de 2010

Una bonita leyenda medieval: Lady Godiva

Hemos oído muchas veces contar la historia de Lady Godiva , en la que se entremezclan algunos elementos históricos con los más hermosos trazos de una leyenda medieval.

Se puede decir que fue la primera mujer de la historia que intervino de forma conocida - y harto peculiar - en la regulación y recaudación de impuestos.

Sea leyenda o historia, lo que parece indubitado es que aquella noble sajona sí existió en el siglo XI, tal y como queda constatado en las crónicas de Florence de Worcester.

Su nombre, Godiva, parece que se remonta, en su origen en idioma sajon, a Godgifu ó Godgyfu quiere decir Gift of God («regalo de Dios»);

Según cabe deducir de los datos disponibles, Lady Godiva vivió en la Inglaterra de Eduardo el Confesor, (1042-1066), rey de Inglaterra . Fue la esposa de Leofríc, conde de Chester y de Mercia y señor de Conventry, con quien se había casado hacia el año 1040.

El conde y señor fue afortunado en las guerras y obtuvo recompensas del Rey. Acumuló una gran fortuna que supo hacer crecer hasta el punto de convertir a Coventry en una de las ciudades inglesas mas prosperas en el comercio de lanas y textiles.

Según las crónicas, el conde Leofric fue un buen administrador dispuesto, incluso a colaborar a embellecer sus territorios con construcciones religiosas. De hecho, está demostrado que financió la construcción del Monasterio Benedictino de Coventry, sobre el que, unos cincuenta años más tarde de su construcción, se levantó la primera catedral de la zona: el Priorato de Santa Maria, en donde está enterrada Lady Godiva

Sin embargo, parece que también queda demostrado que el Conde para obtener recursos con los que hacer frente a este tipo de gastos y otros no tan artísticos, iba incrementando la presión recaudatoria de los impuestos sobre sus siervos

El pueblo de Coventry se ahogaba bajo los impuestos. Las súplicas para reducirlos fueron ignoradas por el conde de Mercia, encargado de reclamarlos en nombre del Rey. Ante los peticiones del pueblo, la respuesta fue una nueva subida en dichos impuestos.
De acuerdo con el cronista del siglo XIII Roger de Wendower, que relató la historia de Lady Godiva dos siglos después de que aconteciera, Godiva rogó a su cónyuge que disminuyera los impuestos que abrumaban a los habitantes de Coventry.
Según la versión de este cronista medieval, parece que, en vez de desanimarse por la negativa inicial de su marido, Godiva siguió insistiendo en el tema, hasta que el conde, con el objetivo de deshacerse de la absurda petición de su insistente esposa, accedió, pero con la condición de que Godiva atravesase desnuda las calles de la ciudad.

Era una condición que le pareció suficientemente imposible de cumplir, por lo pensó que esta descabellada apuesta le liberaría de negar a su esposa lo que con tanta perseverancia le rogaba.

Sin embargo, Godiva, en un gesto que resulta inconcebible en el marco histórico en el que se desarrolla, parece que aceptó el reto y cumplió la condición.

Llegados a este punto de la leyenda, existen distintas versiones sobre como discurrió el paseo a caballo. Unos afirman que, los habitantes de Conventry, impresionados por la solidaridad y el sacrifico de su señora, se juramentaron para encerrarse en sus casas y cerrar las ventanas con el objetivo de que el pudor de la dama no se viera ofendido.

Otros, narran que fue el propio Conde, viendo la resolución de su esposa a cumplir lo prometido, quien dio esa orden a todos los habitantes de Conventry , bajo seria amenaza de severo castigo.

Sea como fuere, el caso es que Lady Godiva cabalgó desnuda - cubierta tan solo por su larga cabellera - por el mercado de la villa vacía, sin ser observada por nadie ( a excepción hecha de un sastre fisgón, cuya figura pasó al folklore popular como Peeping Tom).

El conde de Mercia no tuvo más remedio que acceder a las peticiones de su esposa.

Hasta aquí la leyenda, ahora la cruda realidad: hay que advertir que según las primeras referencias escritas relativas a esta dama y los resultados de algunos estudios llevadas a cabo por profesores de Historia Medieval, la bella Lady Godiva nunca hizo el famoso paseo a caballo, y menos desnuda, por el pueblo.

Según el Harvard Magazine 2003, el profesor Daniel Donoghue concluye en su tesis:" que doscientos años después que fallece lady Godiva los monjes Benedictinos añadieron una pieza narrativa en las historias latinas" y nace la leyenda de Lady Godiva, sin fundamentos, y con intenciones reservadas.

Aunque sea una leyenda creada por la imaginación de los monjes Benedictinos, hay que reconocer su belleza y el enaltecimiento de los valores de compasión y sacrificio, valentía y decisión de una mujer ante la injusticia, que utiliza el sentido de pertenencia que sobre si misma tiene su esposo para forzarle a actuar a favor de quienes lo necesitan...

Quedaba algún tiempo para que aparecieran Las "cartas" que restringían los poderes fiscales. La primera fue suscrita por Juan sin Tierra y no es otra que la Carta Magna, firmada el 15 de junio de 1215, en la que se consagraba el principio "no taxation without representation" (no habrá impuestos sin que los voten los representantes).

No parece necesario recordar que Juan sin Tierra se vio forzado a firmar cuando, después de incrementar el tributo a la tierra (tallage) y el que permitía evitar el servicio militar a favor del rey (scutage), fue derrotado por los barones en Runnymede, en las afueras de Londres.

viernes, 24 de diciembre de 2010

El futuro de España

Tengo la edad suficiente como para recordar cosas que otros quisieran olvidar.

En los años negros de la corrupción y los GAL era Portavoz del Gobierno de Felipe Gonzalez un tal Alfredo Pérez Rubalcaba.

Tengo grabado en la memoria muchas de esas ocasiones en que salía ante los medios de comunicación y soltaba por esa boquita de oro: No, no se nada de casos de corrupción. No, no se nada de cargos socialistas que acepten sobornos. Roldán es una persona excelente y el mejor jefe que puede tener la Guardia Civil. El Mundo miente cuando acusa a este gobierno de organizar los GAL.

Muchos años después, no ha desaparecido en las catacumbas de la vergüenza sino que sigue ahí. Actualmente desempeña los siguientes cargos:

Es vicepresidente del Gobierno, ministro del Interior y portavoz del gabinete, a la vez que controla todos los servicios de información del Estado, incluido el CNI (Centro Nacional de Inteligencia) algunos de cuyos agentes le han acompañado en este viaje dominical, sino que preside la Comisión de subsecretarios que prepara la reunión del Consejo de Ministros, la comisión delegada de Asuntos Económicos y la Comisión de Política Territorial.

Su poder además se extiende al Ministerio de la Presidencia, cuyo titular Ramón Jáuregui, no sólo depende de él, sino que su nombre salió de su agenda así como el nombre del nuevo ministro de Trabajo Valeriano Gómez, un economista asesor de la Unión General de Trabajadores (UGT) que, hasta su dimisión en 2006, fue secretario general de Empleo.

Que miedo me da la clase política de mi país.

P.D: Hoy llevo un día muy especial, esto del solsticio de invierno me tiene la sangre alterada

Una pequeña anécdota de propina

El fusilamiento de Pablo Iglesias

Ese Pablo Iglesias http://es.wikipedia.org/wiki/Pablo_Iglesias, no.

Este otro.

Nacido en 1792, fue militar profesional, liberal convencido y miembro destacado de la tertulia y sociedad patriótica que se reunía en el café madrileño “La Fontana de Oro” durante el Trienio Liberal (1821-1823) y al que Galdós dedicó su excelente novela homónima.

En la jornada del 7 de julio de 1822, tuvo lugar el intento de la Guardia Real por acabar con la joven democracia y devolver al Rey Fernando VII el poder absoluto, Iglesias participó activamente como capitán de los Cazadores Voluntarios de Madrid en la represión del alzamiento conservador.

Dos años después, tras la restauración absolutista, Pablo Iglesias participó en una conspiración liberal.

Se puso al mando de unos soldados acantonados en La Línea de Contravalación ante Gibraltar y desembarcó en Almería para proclamar nuevamente la Constitución de Cádiz.

Fracasó y fue fusilado en Madrid en 1825.

El Impuesto sobre el Toque de Campanas

Aunque en los tiempos en los que andamos no es bueno dar ideas sobre la creación de nuevos impuestos, tampoco está de más referirse a uno, de vida efímera, que se estableció en muchos pueblos y ciudades en tiempos de la segunda República, el llamado Impuesto sobre el toque de las campanas.

En realidad, tratándose de un arbitrio municipal y siendo muy diversas las localidades en las que se implantó, tuvo distintas variantes, entre otras: "Impuesto sobre el toque de campanas y entierros de lujo", en Belmez (Córdoba); "Impuestos sobre el toque de campanas y sobre los cánticos rituales en los entierros católicos", en Ronda (Málaga); "Arbitrio sobre el toque de campanas de las iglesias", en Huelva; "Arbitrio sobre el ruido y toque de campanas", en Cádiz, o "Impuesto sobre el toque de campanas, entierros con cruz alzada y salir revestido el cura y otros", en Casas Bajas (Valencia).

Con sólo leer sus nombres ya se imagina por donde va el hecho imponible, pero hay que adelantar que la creación de arbitrios más o menos extravagantes, tratando de corregir determinadas actitudes o hábitos de vida (los llamados impuestos no fiscales, cuyo fin no era estrictamente recaudatorio), fue algo consustancial a las primeras décadas del siglo XX, conforme nuevas ideas sociales llegaban de otros países.

Un buen ejemplo es el "Arbitrio sobre las faldas y melenas cortas", creado para los presupuestos del año 1.927 por el alcalde de Almendralejo (Badajoz), que se aplicaría a aquellas mujeres que, siguiendo las tendencias de la "Belle Époque", osaran cortarse el pelo "a lo garçon" o subir sus faldas más de la cuenta. Y no debió parecer mal la ocurrencia, pues según informaba el diario ABC, "la citada autoridad ha recibido más de dos mil cartas de la Península y extranjero felicitándole, y entre ellas la de un prelado".

En cuanto al impuesto sobre las campanas, fue creado tras la aprobación de la constitución republicana, que al declarar el laicismo del Estado hizo pensar a alcaldes y concejales de todo el país que tal exacción entraba dentro del ideario y los fines de la República, estableciendo las muchas variantes ya referidas, según las costumbres más o menos cristianas del vecindario o la inquina que las autoridades locales tuvieran contra el cura de turno, algo que si en las grandes ciudades no tenía tanta importancia, en pueblos y ciudades pequeñas fue origen de numerosos altercados que, inevitablemente, acababan en manos del Delegado de Hacienda de la provincia, pues era él quien al final tendría que decidir sobre la legalidad o no del arbitrio.

Como proceso tipo podríamos seguir el del Ayuntamiento de Belmez, que el 12 de noviembre de 1932 aprobó una Ordenanza municipal creando el impuesto, con una cuota de quinientas pesetas anuales por el toque de las campanas de la iglesia (como referencia, valga decir que el jornal medio de un bracero en esta localidad era de 4,5 pesetas). Veinte días después se aprobó el presupuesto municipal para el siguiente año y se ordenó su cobro al recaudador de arbitrios, lo que abría la posibilidad a que tanto el cura como cualquier vecino lo recurriera ante la Administración de Rentas Públicas de la provincia de Córdoba. Durante los meses siguientes no cesaron los incidentes y trifulcas entre concejales con motivo de tal impuesto, hasta que el 8 de marzo de 1933 el Delegado de Hacienda estimó la reclamación, anuló la ordenanza y mandó rectificar los presupuestos del ejercicio.
Hay que añadir que el conflicto no terminó ahí, pues meses después este Ayuntamiento acordó aplicar el llamado "Recargo de Soltería" a los religiosos en el Impuesto de cédulas personales, un recargo de entre el 25 y el 60% de la cuota, del que hasta entonces habían estado exentos por cuanto que, por su condición, curas y monjas habían de ser forzosamente solteros.

Fue en esos meses de finales de 1932 y principios de 1933 cuando se intensificó la creación de este arbitrio. Écija y Dos Hermanas, en Sevilla; Nerva, en Huelva; Marbella y Ronda, en Málaga, y El Ferrol, en La Coruña, fueron algunos de los muchos municipios que lo aprobaron, y todos acabaron en manos del respectivo Delegado Provincial. En Nerva, ante los incidentes que se produjeron, el cura pidió auxilio al Gobernador Civil, manifestando éste que nada tenía que decir en el asunto, por ser cosa de Hacienda; y, según informaba la prensa de la época, en El Ferrrol, "el vecindario confía en que no prosperará el impuesto, teniendo en cuenta el espíritu de justicia del Delegado de Hacienda".

Cierto es que todas las partes tuvieron que hilar muy fino, tanto en la creación del impuesto, como en el recurso y en la resolución del Delegado. Sigamos el caso de Dos Hermanas, donde el impuesto se motivó en que las campanas "interrumpen con su pesada monotonía los trabajos de meditación y estudio en todos aquellos que requieren una meditación especial, al mismo tiempo que molestan y perjudican el natural reposo que requieren los enfermos".

El recurso, planteado por el cura de la iglesia parroquial de Santa María Magdalena, por sí y en representación de sus feligreses, se basaba en la falta de competencia del Ayuntamiento ("Disminuir o impedir el toque de campanas, medio único para convocar a los actos del culto, es estorbar o impedir el mismo culto, fin que a todas luces cae fuera de la potestad del municipio"); incongruencia entre el fin que se persigue y el medio adoptado ("El fin es evitar las molestias del toque de las campanas, pero ni estas tocan a horas inoportunas ni jamás este vecindario, cristiano en su casi totalidad, se ha quejado porque le moleste el ruido de las mismas... ¿se suprime la molestia supuesta con imponer un arbitrio, o sólo se consigue añadirle un nuevo gravamen para el vecindario?"), y la lesión de intereses económicos ("Los vecinos de este pueblo son, en último caso, los perjudicados, pues sobre ellos, y especialmente sobre las clases humildes, ha de gravitar el impuesto").
Y en su fallo, el Delegado de Hacienda de Sevilla anulaba el impuesto, considerando que el Ayuntamiento, al regular derechos inherentes al culto invadía atribuciones que no eran de su competencia, puesto que los toques de campanas responden a ritos o ceremonias del culto; y que el arbitrio no guardaba congruencia entre el fin perseguido y los medios, pues el toque de campanas no afecta a la sanidad o higiene ni produce ningún peligro para el vecindario, sino algunas pequeñas molestias que toda vida de relación lleva aparejada.

Casi todos los fallos incidían en esto, la incompetencia de los ayuntamientos y la molestia para los vecinos, por lo que no fueron muchos más los ayuntamientos que se atrevieron a aprobar arbitrios de este tipo a partir de 1933 y, cuando se planteaban, los mismos alcaldes los desestimaban, como el de Mula (Murcia), diciendo que toda su vida había oído tocar las campanas sin que le molestaran en ningún momento.

No obstante, una Orden Ministerial de marzo de 1933 permitía la creación del impuesto siempre que al implantarse se tuviera en cuenta el carácter de generalidad (que se estableciera para todo tipo de ruidos y campanas, no sólo las de las iglesias católicas), y se cumplieran una serie de requisitos, entre ellos la aprobación de una memoria explicando tales arbitrios, los fines perseguidos y las razones que los motivaran, rechazándose los que tuvieran por principal objeto conseguir un ingreso fiscal.

Con ese apoyo legal, algunos grandes ayuntamientos volvieron a intentarlo en 1934 y, más avezados en cuestiones legales y formales, consiguieron la aprobación de los respectivos Delegados provinciales. Tales fueron los casos de Alicante y Cádiz, por lo que los recursos de alzada llegaron hasta el Ministro de Hacienda, que fue quien, finalmente, decidió la ilegalidad de los arbitrios.

Como aviso a navegantes, por si a algún ayuntamiento se le ocurría implantarlo, el Boletín Oficial del Obispado de Córdoba publicó la Resolución del Ministerio de Hacienda que anulaba el arbitrio del Ayuntamiento de Cádiz. El fundamento para su ilegalidad resultaba un tanto insólito, pues se basaba ni más ni menos que en las limitaciones al culto y las incautaciones del patrimonio eclesiástico que establecía la Ley de Confesiones y Congregaciones Religiosas aprobada en junio de 1933.
Lo primero porque, a pesar de las restricciones, se permitía ejercer libremente el culto dentro de los templos, y la Constitución debía garantizar este ejercicio, siendo una natural práctica religiosa el llamamiento a los fieles por medio de las campanas. Y lo segundo porque, aunque fueron incautados, la propia Ley autorizaba a la Iglesia Católica a conservar, administrar y utilizar los bienes "según su naturaleza y destino", y el de las campanas no puede ser otro que el de producir sonidos.

Y por si lo que se gravaba no era el sonido que producían, sino las campanas en sí mismas, consideraba la resolución que también estaban exentas de tributación, porque al establecerse que eran bienes nacionales, debían gozar de la exención que a favor del Estado establecía el entonces vigente Estatuto Municipal.

Quedan por ver algunas de las tarifas aprobadas: En Fuente de Cantos (Badajoz), se estableció un gravamen de 10 pesetas por cada cinco minutos de toque; en Marbella, los entierros católicos se gravaron entre 25 y 75 pesetas; en El Ferrol, las iglesias parroquiales pagarían 200 pesetas anuales y 100 las capillas, y en Linares (Jaén), se llegó a proponer un impuesto de tres mil (sí, tres mil) pesetas por minuto.

Más explícita fue la tarifa establecida en Casas Bajas, donde el alcalde dirigió un oficio al cura en el que acordaba "imponer impuesto" (textual), con las siguientes cuotas:
25 pesetas para el toque de misa de primera, el de oración, el toque de mediodía, el toque de Ánimas, el Catecismo y el Rosario.
50 pesetas el toque para misa mayor.
100 pesetas para el volteo de campanas y para toques imprevistos.
En cuanto al toque de los entierros, la cuota sería de 200 pesetas para el entierro de primera clase, 100 si el entierro era de segunda y 50 para los de tercera.
Establecía, por último, un caso de exención, al decir que "si el toque es para incendio, entonces no paga nada".

jueves, 23 de diciembre de 2010

Las oposiciones las inventaron los chinos

El Sistema de Examen Imperial

En esta época en que China, su cultura y sobre todo sus productos están tan presentes en todo el mundo, quizás no venga mal recordar una aportación china mucho más antigua, de hace ya casi 1500 años, pero que sigue estando de plena actualidad. Se trata, ni más ni menos, del sistema de oposiciones para seleccionar a los funcionarios públicos.

Su origen está en que el Imperio Chino, casi desde sus orígenes, se esforzó por conseguir un poder absoluto para el Emperador que no estuviera amenazado por una nobleza hereditaria. Se trataba de asegurar una burocracia fiel que gobernara toda China y su enorme población. Esto planteaba un problema: ¿Quien iba a desempeñar los cargos públicos que en otros países tradicionalmente han sido ocupados por la aristocracia?. La solución más racional estaba en buscar a las personas más preparadas para ello. De esta forma, ya en torno al año 606, con la dinastía Sui, comienzan a celebrarse pruebas selectivas para reclutar funcionarios: se trata de los exámenes imperiales, que adquieren pleno desarrollo varios siglos más tarde, en torno al año 1000.

Hay que tener en cuenta que existían diferentes tipos de exámenes. Los de rango inferior no servían para acceder a la condición de funcionario, sino que en caso de superarlos se adquiría el título de licenciado -la antigua China desconoció el sistema de Universidades que daban títulos académicos- que daba un gran prestigio social y ventajas administrativas, como la exención de ciertos trabajos forzosos y obligaciones de tipo colectivo (reparar caminos, alojar soldados, etc).

Una vez que se teñía el título del licenciado, cualquier hombre, cualquiera que fuese su clase social, podía participar en una sucesión de exámenes, cada cual más complejo que el anterior, que le conducirían al mandarinato. La idea principal era la de una completa igualdad entre los opositores, sin ninguna limitación para participar salvo para ciertas profesiones consideradas indignas. Ahora bien, como era previsible, los participantes que provenían de familias mas acomodadas habrían tenido unas posibilidades de dedicarse al estudio y preparación de los exámenes muy superior al de una familia campesina. Pero el principio era el de igualdad de oportunidades. La participación femenina ni se planteaba.

El aspirante debía comenzar por superar el examen de distrito, que tenía lugar dos de cada tres años (dos años con examen, el tercero sin examen) en toda China, y que se celebraba en la capital de su distrito. De superarlo, se debía trasladar a la capital de la prefectura, donde competía con el resto de los opositores de la prefectura. El siguiente escalón era el examen de provincia, que se desarrollaba ya en la capital de provincia. De superarlo, se obtenía el título de maestro y ya se podía acceder a empleos públicos de bajo rango en la propia provincia. Pero si el aspirante quería promocionarse, debía a continuación dirigirse a Pequín para realizar el mucho más exigente examen de la capital, que otorgaba el título de doctor y el acceso a los cargos directivos. Finalmente, sólo los mejores de entre los que habían aprobado podían participar en el examen de palacio, desarrollado en la Ciudad Prohibida y corregido, al menos en teoría, por el Emperador en persona. Quienes los superaban eran los candidatos lógicos para ser llamados a ocupar los altos cargos de la Administración civil.

Lo cierto es que la competencia para superar los exámenes era tremenda, y de hecho se afirma que sólo uno de cada cien candidatos obtenía el título de licenciado y sólo uno de cada tres mil licenciados obtenía el título de doctor. También es verdad que para convertirse en doctor existían cuotas provinciales, de modo que se aseguraran funcionarios de todas las provincias ya que, también entonces, existían provincias en las que por el número de aspirantes y su mejor preparación, de no tomarse medidas al respecto, hubieran acaparado la función pública.

Con esta competitividad, no era raro que el opositor estuviese estudiando años y años. Se sabe de un caso de un opositor que obtuvo el título de doctor al décimo séptimo intento.

¿Y en qué consistían los exámenes? Pues aunque dependían del nivel, básicamente se trataba de hacer redacciones sobre obras clásicas de la literatura china, temas históricos o incluso redacción de poemas, siendo básico el conocimiento del mayor número posible de caracteres de los numerosísimos ideogramas chinos. Cada examen podía durar hasta tres días, con varios ejercicios consecutivos. Las formas eran importante: una simple mancha de tinta resultaba fatal.

La importancia del asunto hacía que existiese toda una rama organizativa dedicada a esta selección. En cada capital de provincia había recintos de examen especiales, funcionarios de la corte se trasladaban por todo el Imperio para supervisar que a nivel provincial no existiesen irregularidades y auditaban las calificaciones, el ejército custodiaba las pruebas, etc. En especial, se procuraba la limpieza del proceso, se registraba a los opositores y debían realizar el examen en celdas individuales de la que no podía salir en los tres días que duraban. Cualquier intento de copiar o dejar copiar se castigaba duramente e inhabilitaba para volver a presentarse, y en caso de soborno a los examinadores la pena era de muerte.

Como era de esperar, no faltaron las críticas a este sistema de exámenes. La mayoría serían muy actuales: que eran excesivamente memorísticos, que no formaban especialistas en materias concretas, que la igualdad entre los opositores era discutible, etc. Tampoco faltaron escándalos por irregularidades. También, como no, existieron en ciertos momentos, coincidiendo con los cambios de emperador o de dinastía, exámenes "extraordinarios" que permitieron acceder a cargos públicos con "turnos" restringidos y con atajos para llegar la cúspide administrativa, con gran descontento de los ya funcionarios.

Resulta curioso que el sistema imperial de exámenes se eliminara en 1905 porque, de acuerdo con la opinión de los nuevos líderes chinos y de sus nuevos expertos occidentales, resultaban arcaicos y poco modernos.

Es inevitable preguntarse si, cuando en el siglo XIX en Europa comenzaron a establecerse sistemas de mérito para acceder a la condición de funcionario, existió o no una influencia de los exámenes imperiales chinos. Parece ser que algo hay. A mediados del XIX una comisión de funcionarios coloniales ingleses de la India visitó China, donde coincidieron con el desarrollo de los exámenes, que les inspiró en parte cuando elevaron una propuesta para mejorar la Administración de la India Británica, de donde paso a la propia Administración inglesa. En cualquier caso, la idea de la igualdad en el acceso a la función pública la tuvieron y la pusieron en práctica los chinos siglos antes del primer europeo al que se le ocurrió algo parecido.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

El diezmo

La palabra diezmo proviene de la latina decimus (de decem, diez) y significaba un impuesto o tributo del 10 % del valor de rentas o producciones que se debía satisfacer a la Corona y/o a la Iglesia

Así, el diezmo civil era el derecho que tenía el rey de España a percibir el 1O% del valor de todas los mercaderías objeto de tráfico comercial. Si las mercancías entraban en el territorio real por puerto el tributo se llamaba diezmo de la mar; si lo hacía por tierra, diezmos de puerto seco; si bien cabe destacar que estos diezmos no se exigía allá donde estuviera establecido el almojarifazgo ( tributo que se pagaba por las mercaderías que salían del reino, por las que entraban en él, o por las que iban en tránsito de un reino a otro de España).

Por otra parte, el diezmo eclesiástico, consistía en un tributo que había que entregar a la Iglesia y solía ser la décima parte de la producción, tanto agrícola como ganadera.

Los diezmos, también se clasificaban en prediales y los personales.

Los diezmos prediales se referían a predios, heredades, tierras y su objeto de gravamen comprendía no solo el valor de todo lo que la tierra producía sino también el valor de los animales que se alimentaban de los productos agrícolas.

Los diezmos personales eran los tributos que se devengaban tanto por razón del cargo, condición, profesión o status a persona como por la obtención del producto derivado del ejercicio de la industria o trabajo personal.

El diezmo como tributo ya se cita en la misma Biblia . En la Ley Mosaica, enunciada en el Antiguo Testamento se dice : "...no serás perezoso en pagar tus diezmos y primicias..." y, en el Evangelio de San Lucas, el evangelista dice "...El fariseo, puesto en pie, oraba en su interior de esta manera: ¡Oh Dios! Yo te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano; ayuno dos veces a la semana, pago los diezmos de todo lo que poseo...".

El diezmo se empezó a extender como tributo en la Edad Media. A partir del siglo XI, una serie de textos canónicos empezaron a acreditar la teoría de que, en la Ciudad de Dios, los cristianos tenían la obligación de pagar tributo a la Iglesia. En aquel entonces, no era infrecuente la fundación de iglesias o monasterios por parte de reyes o señores feudales, quienes las dotaban con una parte de los productos de las tierras circundantes.

Y cuando hablamos de dinero, pasa lo que tiene que pasar: desavenencias y conflictos entre el poder civil y el eclesiástico. El primero pasó a no querer compartir con el segundo los beneficios que graciosamente se le había concedido. Lógicamente, la Iglesia, por su parte, reclamó una y otra vez lo que era suyo, porque no deseaba en modo alguno ceder de los derechos adquiridos.

En lo que respecta a España la polémica finalizó con la Bula promulgada por el Papa Honorio III en el año 1219 por la que concedió al rey de Castilla y León, Fernando III el Santo, las "tercias del diezmo". El Papa Alejandro VI confirmó en favor de los Reyes Católicos este derecho, que pasó a conocerse como las Tercias Reales.

Mas adelante, "...para hacer la guerra al Turco y al Hereje", el Papa Pío V, concedió a Felipe II el diezmo del escusado es decir la totalidad del diezmo pagado, llegó a ocupar el tercer lugar en importancia por la cantidad del tributo.

Años más tarde, ya en el final de su pontificado, Pío V otorgó al Reino de España el diezmo completo por el que permitía cobrar a la Corona española el importe del diezmo completo.

sábado, 11 de diciembre de 2010

El primer negro en Norteamérica

Alvar Nuñez Cabeza de Vaca y Estebanico el Negro

Con cargo de tesorero y alguacil mayor, Cabeza de Vaca partió en 1527 de España en la expedición capitaneada por Pánfilo de Narváez con destino a las costas de Florida. Seiscientos hombres y cinco naves componían la empresa, cuya intención era poblar las tierras de la desembocadura del río de Las Palmas. Tras poner pie en el continente y mantener duros enfrentamientos con los naturales, el grupo se aventuró hacia el interior atravesando pantanos, ciénagas y espesuras boscosas casi infranqueables. Al no hallar un lugar idóneo en el que asentarse iniciaron el regreso a las naves que habían dejado ancladas en la bahía de Tampa. Pero ya no estaban, habían desaparecido.

Con cueros de caballo construyeron unas rudimentarias y frágiles embarcaciones con las que intentaron llegar al golfo de México, pero una tormenta descomunal empujó las naves artesanales hacia la costa y las hizo naufragar.

En este momento comienza una de las mayores epopeyas americanas, la que protagonizaron hasta 1536, cuatro hombres: el propio Cabeza de Vaca, Andrés Dorantes de Carranza, Gonzalo de Acosta, y el negro Estebanico (el primero de esa raza que vieron los indígenas del norte de América). Permanecieron durante 9 años en compañía de distintos grupos, en calidad a veces de cautivos, otras de amigos y algunas de aliados o curanderos, puesto que Cabeza de Vaca, que tenía vagos conocimientos de medicina ganó fama como sanador y también como taumaturgo hacedor de milagros, ya que envolvía sus prácticas curativas con rituales basados en la invocación a la Virgen María, la práctica de signos de la cruz sobre el enfermo o el soplo de algún tipo de “mágico” aire.



Así anduvieron a lo largo de casi 20.000 km vagando sin rumbo por Texas, por las áridas mesetas de Chihuaha y Sonora o remontando el río Grande hasta El Paso. Por fin, una patrulla española que merodeaba a la caza de esclavos fugitivos los localizó en las cercanías de San Miguel de Culiacán, en la costa mexicana del océano Pacífico. Su aspecto era desastroso, pero estaban vivos.

El relato de aquella odisea quedó plasmado en el célebre libro “Naufragios y comentarios”, escrito por el propio Cabeza de Vaca, que llegó a impulsar con brío el interés de las autoridades por aquellos territorios del norte continental, donde se creía estaban las míticas Siete Ciudades de Cíbola.

El negro Estebanico reincidió en sus viajes. Esta vez, como guía conocedor del territorio, acompañó a la expedición de fray Marcos de Niza en la búsqueda de las míticas Siete Ciudades de Cíbola. Partieron de Sinaloa en abril de ese mismo año de 1536, y recorrieron los actuales estados de norteamericanos de Arizona, Nuevo México, Colorado, Texas, Oklahoma y Kansas. Por fin, en junio de 1539, llegaron a las proximidades de una aldea de los indios Zuñí, en Nuevo México, donde suponían que se hallaba una de las ciudades de Cíbola. Allí encontró la muerte el negro Estebanico, al sobrepasarse con las mujeres indígenas, revolucionadas por el color de su piel. Otras crónicas dicen que las mujeres lo ocultaron de los españoles y vivió largos años casado con cuatro o cinco de ellas.

sábado, 27 de noviembre de 2010

Planetas extrasolares

Esta entrada va dedicada a Pedro García, por su afición al espacio y por nuestro deseo de que suba más fotos a Flickr

Existen innumerables soles;
hay innumerables tierras que giran alrededor de estos soles,
de manera similar a la que nuestros siete planetas giran alrededor de nuestro sol. [...]
Hay seres vivientes que habitan estos mundos.
Giordano Bruno, De l’infinito, universo e mondi, 1584.




Estatua a Giordano Bruno en Campo de' Fiori, Roma, el lugar donde la Inquisición lo quemó vivo y con la lengua aherrojada el 17 de febrero de 1600 por inmoralidad, enseñanzas erróneas, blasfemia, brujería y herejía. Entre estas "enseñanzas erróneas" se contaba el heliocentrismo y el principio de la pluralidad de los mundos.

En el momento en que escribo este post según PlanetQuest de la NASA hay 500 planetas extrasolares. El número de mundos detectados alrededor de otros soles crece sin parar. Hay planetas por todas partes: al menos el 10%, probablemente el 25% y hasta el 100% de las estrellas del tipo de nuestro Sol podrían tenerlos girando a su alrededor. Cada día es más cierta la segunda afirmación del cosmólogo napolitano quemado vivo hace cuatro siglos por la Inquisición bajo acusación de inmoralidad, enseñanzas erróneas, blasfemia, brujería y herejía. Ni más ni menos.

Bruno no fue el primero de los humanos en defender la pluralidad de los mundos habitados. Que se recuerde, este honor recae en los atomistas griegos, esencialmente materialistas filosóficos:  Leucipo, Demócrito o Epicuro acariciaron el concepto. Sin embargo Platón y Aristóteles se oponían y afirmaban que la Tierra tenía que ser única, con la humanidad (y sobre todo unas ciertas clases de la humanidad) en la cúspide de la creación.

Por motivos obvios, a los cristianos les gustaban mucho más las ideas de Platón y Aristóteles que las de los ateos atomistas. Así que cuando la Cristiandad se impuso en Occidente, lo hizo bebiendo de una cosmología clásica geocéntrica y creacionista donde la Tierra constituía un caso único y nuclear en el cosmos: el lugar elegido por Dios. La idea de que este no fuera más que un mundo cualquiera con una vida cualquiera en un rincón perdido del cosmos era –y es– difícil de conciliar con una teología salvífica antropomórfica: el Hombre creado a imagen y semejanza de Dios, el Dios encarnado en Hombre, la verticalidad del poder y de la revelación y todo ese rollo.

No resulta, pues, de extrañar que los cristianos en general y los católicos en particular se tomaran cada pensamiento discrepante como un ataque frontal a su fe y a su poder. Pese a ello, al menos Nicolás de Cusa planteó ya algunas discrepancias notables al respecto (hacia 1450).

La pluralidad de los mundos habitados aparece, aunque de pasada, en la literatura islámica medieval. Algunos de los maravillosos Cuentos de las mil y una noches incluyen elementos que hoy en día llamaríamos de ciencia ficción; entre ellos, Las aventuras de Bulukiya relata un viaje por diversos planetas habitados.

Pero Bruno sí fue el primero que planteó el asunto en términos modernos, protocientíficos. Con su muerte y la inclusión de todas sus obras en el Índice de Libros Prohibidos, aún tuvo que transcurrir casi otro siglo antes de que la idea empezara a generalizarse en el pensamiento occidental.

Ocurriría en 1686, con las Conversaciones sobre la pluralidad de los mundos de Fontenelle, y más decisivamente a partir del triunfo de la Ilustración en el siglo XVIII. Locke, Herschel y hasta los padres fundadores de los Estados Unidos Adams y Franklin exploraron provechosamente la cuestión.

Al llegar el siglo XX, ya sabíamos de sobras que las estrellas del cielo son soles como el nuestro, mayormente distribuidos en grandes galaxias, y sospechábamos con fuerza que debía haber muchos más mundos alrededor de esos otros soles. Pero no teníamos ninguna prueba fehaciente al respecto.

Y ya sabeis que en ciencia son muy puñeteros con eso de las pruebas fehacientes.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Pequeña entrada para un gran viaje

El faraón de la XXVI dinastía conocido como Necao (610-595 a. C.) ha pasado a la Historia por ser el promotor de la primera circunnavegación del continente africano.

Este príncipe saita reconquistó Siria y Palestina para el Imperio egipcio pero fue vencido por Nabucodonosor en Karkhemish. Dirigió sus esfuerzos, entonces, hacia la política naval. Primero inició la construcción de un canal para unir el Mar Rojo con el Nilo.

Durante las obras murieron 120.000 egipcios y no llegaron a finalizarse, ya que un oráculo anunció que estaban trabajando para el bárbaro.

Tras abandonar la construcción del canal, Necao se dedicó a potenciar su marina, creando dos flotas, una en el Mediterráneo y otra en el mar Rojo. No dudó en contratar técnicos fenicios y egeos para la construcción de las trirremes. Decidió encomendar la tarea de rodear el África a unos marineros fencios.

“ Partieron los fenicios del mar Eritreo (mar Rojo) e iban navegando por el mar del Sur; cuando venía el otoño hacía tierra, sembraban en cualquier punto de Libia en que se hallaran navegando y aguardaban la siega. Recogida la cosecha se hacía a la mar; de suerte que pasados dos años, el tercero doblaron la columnas de Herakles y llegaron a Egipto. Contaban algo increíble: que navegando hacia el sur llevaban el sol a su izquierda y, de pronto, un día lo tuvieron a la derecha, así hasta que llegaron a las columnas de Herakles donde volvió a estar a su frente.”

Esto lo escribió Heródoto en sus libros de Historia. Este periplo se tuvo por apócrifo durante cientos de años, justamente por la frase que más demuestra su veracidad: el haber tenido el sol a la derecha, es decir, al Norte, confirma su navegación por el hemisferio Sur.

domingo, 21 de noviembre de 2010

En la bahía de Chesapeake

Entre Florida, explorada por Ponce de León en 1512, y la península de Terranova se extendía inhóspita y apenas tocada por los europeos la costa atlántica de lo que hoy son los EEUU. En 1523, el acomodado oidor toledano Lucas Vázquez de Ayllón logró obtener en España una capitulación con licencia para proseguir con el descubrimiento de esas tierras en el remoto norte.

Desde Santo Domingo envió dos carabelas de tanteo al mando de Pedro de Quexos, quien ya había navegado en 1520 por aquella región que los indígenas llamaban Chicora. A vuelta traían esclavos y algo de oro, y Vázquez de Ayllón se preparó para una gran expedición de conquista y colonización en la actual Virginia.

Partió de Puerto Plata con cinco naves y 500 hombres, mujeres y frailes en 1526, después de dilapidar su fortuna en el flete de las naves y en pertrechos. Su idea era recorrer Chicora y el resto de las tierras situadas al norte hasta llegar a Terranova, donde suponía debía existir un paso hacia el Pacífico y la Especiería, y por el camino ir tomando posesión de aquellos supuestos paraísos. Nada más lejos de la realidad.



En la desembocadura del río, que llamaron Jordán, junto al actual Cabo del Miedo, perdieron una nave y descubrieron que las tierras prometidas no aparecían. Siguieron hacia el norte y al llegar al actual estado de Carolina del Norte, cerca de la bahía de Chesapeake, fundaron la ciudad de San Miguel de Guadalupe. Pero el emplazamiento, primero realizado por los europeos en aquel territorio, cien años antes de la llegada del Mayflower, estaba siendo edificado sobre terrenos pantanosos, rodeado de ciénagas y de nativos en pie de guerra.

Además, llegó el invierno y con él un frio helador que acabó incluso con la vida de Vázquez de Ayllón en 1529. Los supervivientes decidieron regresar a La Española. Llegaron sólo 150 de los 500 que partieron tres largos años atrás.

El cadáver de Ayllón fue arrojado al mar en el viaje de vuelta.

martes, 16 de noviembre de 2010

Un descubrimiento por casualidad

Este fin de semana ha muerto Berlanga, el director de cine y antiguo miembro de la División 250 en el frente del Este. He recordado a otro Berlanga, que también fue muy conocido y respetado. Hoy en día, prácticamente nadie se acuerda de él aunque sí agradecemos lo que le hizo entrar en la Historia de los descubrimientos.



El acceso español al océano Pacífico se realizó por dos puntos. La primera vez Vasco Núñez de Balboa (1513), lo hizo en el istmo centroamericano; carecía de elementos de juicio para hacer una valoración de lo que él llamó “Mar del Sur” por hallarlo en esa dirección. En segundo lugar se efectuó el contacto con el Pacífico por el sur mediante la expedición Magallanes-Elcano que, ésta sí, pudo apreciar la magnitud y, con terror, el vacío oceánico. Se comenzó a buscar islas-escalas, al estilo de Azores, Cabo Verde, Canarias o Madera, a la vez que seguía el avance tierra adentro por el continente sudamericano.

En estos momentos se estaba produciendo la conquista del Perú, mientras se estaba luchando contra los indígenas, las distintas facciones hispanas: los Pizarro por un lado y Almagro por el otro; habían estado en paz. Pero cuando se alzaron victoriosos sobre el peligro común, las desavenencias volvieron a aflorar. La ventaja legal estaba de parte de Pizarro, pero Almagro no se resignaba, mandó un mensaje al Emperador Carlos. Este le concedería el mandato sobre Nueva Toledo, al sur de las actuales posesiones. El problema estribaba en la lentitud de las comunicaciones entre la metrópoli y los nuevos territorios. Cuando llegó la autorización de la Corona: “descubrir y poblar en un ámbito de 200 leguas al sur de Nueva Castilla”; el Cuzco entraba justo en la frontera que desde Madrid habían trazado. El conflicto estaba servido.

Aquí entra en juego nuestro protagonista principal.

La Corona, previsora, había tomado una primera provisión mediadora más entre los contendientes que entre su obra. Había elegido a un prestigioso fraile: fray Tomás de Berlanga, obispo de Castilla del Oro (Panamá). Había llamado la atención del Emperador Carlos con anterioridad por una misiva que envió desde su sede en Castilla del Oro, que constituye un informe detallado del estado del reino con precisos apuntes de interés geográfico e histórico. Partió por mar desde su sede en Panamá hacia el Perú para mediar entre los dos antiguos amigos y al momento actual acérrimos enemigos, así nuestro protagonista entrará en la Historia de los Descubrimientos.

Su embarcación partió el 23 de febrero de 1535, Durante siete días tuvieron muy buena brisa. Después tuvieron seis días de clama chicha. Fueron empujados por la fuertes corrientes y el 10 de marzo vieron una isla. Hoy sabemos que es la contracorriente ecuatorial apoyada por los alisios. Avistaron otra isla cercana y tardaron tres días en pasar de una a otra. Pensando que estaban cerca de la costa del Perú no hicieron aguada y se dieron a la vela. Hoy sabemos que la distancia entre el archipiélago de las Galápagos y el continente es de unos 1.000 kms en línea recta. Estuvieron navegando once días, y se quedaron sin agua. Sin poder arrumbar a su destino, sabemos que la corriente de Humboldt los dirigía en dirección contraria a sus intereses. En este momento tomó la decisión que le consagraría en la Historia de la Navegación. Hizo virar el barco del otro bordo, navegando ocho días y vieron tierra. Acababa de descubrir el mecanismo que en el océano Atlántico los portugueses habían denominado “la volta de Guiné.”

Esto, aún siendo muy importante para la navegación de la época, no sería suficiente para que el fraile Berlanga fuese recordado en nuestros días. Pero fray Tomás era un hombre con un espíritu observador. Nos dejó una descripción muy ajustada de las islas que había encontrado, que en nuestros días aún asombra. De su carta al Emperador Carlos cuando arribó al Perú podemos leer:

“ E salidos a tierra no hallaron sino lobos marinos e tortugas e galápagos tan grandes que llevaban cada uno un hombre encima, e muchas iguanas....Vimos otra isla mayor y de grandes sierras, creyendo que tendría ríos e frutas, fuimos a ella.... Salimos todos los pasajeros en tierra e unos hicieron un pozo, e otros en buscar agua por la isla; del pozo salió el agua más amarga que la del mar; en la tierra no pudieron descubrir agua en dos días. Con las necesidades que la gente tenía echaron mano de una hoja de unos cardos que estaban como zumosas aunque no muy sabrosas comenzaron a comer dellas e esprimirlas para sacar de ellas agua e sacada parecía lavadizas de legía.”

Después de mucho buscar encontraron un poco del líquido elemento, pero no antes de perder dos hombres y diez caballerías por deshidratación. En esta segunda isla también encontraron lobos marinos, iguanas, galápagos, pingüinos, etc., y piedras duras, otras de gran tamaño, lo que hizo exclamar al obispo “parece que algún tiempo llovió piedras. No pienso que haya donde se pueda sembrar una fanega de maíz.”

En su carta el obispo deja traslucir que fue su tripulación quien acordó realizar esa escala técnica en el camino al Cuzco, como si quisiera disculpar su tardanza ante el Emperador.

Podemos afirmar que se trata de un hallazgo fortuito e involuntario, pero también afortunado, por cuanto supuso ganar un archipiélago, apasionante para el hombre del s. XX, y descubrir el mecanismo eólico y de circulación en la hidrosfera para regresar al continente americano.

En strictu sensu el obispo Berlanga no fue un descubridor, ya que se dirigía a otro lugar y todos sus sentidos estaban enfocados al punto de destino no a lo que se encontrase durante el camino. Además, carecía de intención y de interés inmediato por el descubrimiento que surgió ante sí. Ni siquiera puso en práctica la más mínima medida para ejercer o dar la sensación de “toma de posesión” tan común y habitual en el Nuevo Mundo en aquella época. Más aún, no se tomó la molestia ni de poner nombre a las islas o a determinados accidentes geográficos.

Puede apreciarse en Berlanga un embrión de científico y explorador, desde el punto de vista intelectual. Conoció someramente algunos aspectos biológicos, climáticos, ambientales pero no dio el paso de actuar en forma analítica ni minuciosa que hubiera dado a su figura talla universal.

Como Berlanga no tenía una misión de descubrimiento ni de exploración la carta al Emperador Carlos pasó desapercibida a los cosmógrafos de la Casa de Contratación, por lo que no quedó recogida en las descripciones de los descubrimientos. La literatura histórica ha canonizado al famoso Ortelius como primer cartógrafo que incluye el archipiélago en su mapa de 1570, ya resulta enormemente difícil corregir el error.

Como anécdota, y porque aquí no pueden faltar los perros, diremos que el pirata Henry Morgan arribó a estas islas hacia 1675 para reparar su barco. Uno que dejó un amplio informe, muy interesante, sería William Dampier en mayo de 1684.

Durante toda la época colonial el archipiélago se mantuvo deshabitado, no fue hasta la época republicana que Ecuador se decidió por una toma de posesión efectiva, el 12 de febrero de 1831. El archipiélago sería un lugar apenas visitado durante todo el siglo XIX, sin olvidarnos del viaje del Beagle en 1835, donde iba un joven naturista llamado Charles Darwin.

En 1852 el Reino Unido y más tarde, en 1858, los Estados Unidos, intentaron comprar el archipiélago por su interés geoestratégico. Intentos que se repitieron a principios del s. XX, con la apertura del Canal de Panamá podía servir como depósitos de carbón para aprovisionamiento de las escuadras. Recordemos, por lo que nos toca de cerca, que los EEUU entraron en negociaciones con la Corona de España para comprar una pequeña isla deshabitada frente a las costa de Marruecos, llamada Perejil, con ese mismo fin.

En total , un cúmulo de gentes de variada catadura y de diversos intereses que fueron dando nombre a islas y accidentes geográficos, produciendo una duplicidad, cuando no una multiplicidad de topónimos para designar un mismo punto. Hasta que, en la conmemoración del IV Centenario del Descubrimiento, el Congreso de la República del Ecuador aprobó un proyecto del Ministerio de Instrucción Pública, por el que todas las islas cambiaban los nombres que habían ido imponiéndose en la cartografía por una toponimia hispana, así tenemos: San Cristóbal, Santa María, Isabela, Fernandina, San Salvador, Santa Cruz, Santa Fe, Pinta, Pinzón, Marchena, La Rábida, Española, Genoveva, Núñez.

Y el archipiélago de las Galápagos pasó a llamarse Archipiélago de Colón. Aunque este último nombre sólo lo usan los cartógrafos.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Momias

Algunos tenemos guardada una carpeta con recortes, textos o imágenes que, en su momento, nos parecieron interesantes. Los que estamos viviendo la transición de la oficina de papel a la oficina de bits también tenemos archivos perdidos por esos discos duros, CD´s e incluso ¡disquetes!.

Limpiando un pequeño archivador de discos de 5 1/4 que usaba como cajón de sastre han aparecido un montón de ficheros de textos con más de 5, y más de 7 años de antigüedad.

Iré mirando lo que contienen y probablemente ya no me interesen tanto como en su momento, pero que le vamos a hacer, nos hacemos viejos.

Este es un texto que no se de donde lo saqué, y sigue siendo interesante.

Las momias egipcias

Los egipcios tenían una compleja concepción de la muerte que se mantuvo invariable desde los inicios de su civilización hasta la época greco-romana. Orientaron sus creencias de ultratumba hacia el triunfo sobre la muerte. Para ello intentaron que el fin de la vida terrena se convirtiera en una etapa de transición a la vida eterna.

La momificación de los cadáveres derivaba de la necesidad de conservar el cuerpo para asegurar la supervivencia del “ka”, el doble divino de cada ser humano. Existe otra división del alma, llamada “ba”, que representa la parte capaz de mantener el contracto entre ese mundo y el más allá. El “ba” que se representa como un pájaro con cabeza humana, permanece junto a la momia en la oscuridad de la noche, pero durante día sala al aire libre. El “ka” debe mantenerse en estado reconocible para que cada noche el “ba” lo identifique.

En el Periodo Predinástico (antes del 3.000 a.C.) las manipulaciones del cadáver eran mínimas, las condiciones del sustrato arenoso y la sequedad del clima favorecieron la conservación natural de estos cuerpos. Durante la III Dinastía (hacia el 2.700 a. C.) se conocen algunos indicios de la práctica de la momificación. Poco a poco, el proceso ganó en complejidad hasta que se alcanzó la perfección.

El proceso de un buen embalsamamiento podía prolongarse más de 150 días, requiriendo un periodo mínimo de setenta días. P. A. Leca fue capaz de establecer la secuencia y orden de las operaciones: ablación del cerebro, extracción de las vísceras y tratamiento de las mismas tras un lavado cuidadoso del cadáver, deshidratación del cuerpo y nuevo lavado, rellenado del cráneo y cavidades torácica y abdominal, unción y masaje, colocación de una placa metálica en la incisión del costado, aplicación de resinas calientes y finalmente, el vendaje, que podía requerir hasta quince días.

La operación de mayor importancia es la desecación del cuerpo, que se hacía con natrón en seco (sodio carbonatado que se encontraba como una sal natural en el desierto egipcio). Habitualmente las vísceras, después de limpias y embalsamadas, se depositaban en cuatro vasos llamados canopos, ya que era precisa su conservación para garantizar su “funcionamiento” en la otra vida. Las cavidades se rellenaban con natrón. Una vez desecado el cadáver se realizaba una segunda limpieza y podía rellenarse el cuerpo con paja, resina, etc, para que se mantuviera rígido. Los ojos, inutilizados por el patrón, se sustituían por bolas de tejido a las que se les pintaba la pupila y el iris, o bien por pequeñas piedras o cantos redondeados. Antes de empezar el vendaje se cerraban los orificios y se colocaban los brazos; normalmente los de los hombres estirados y cruzados a la altura del pubis y los de las mujeres estirados y pegados al cuerpo. Durante la XVIII dinastía (hacia el 1550 a. C.) se hizo frecuente cruzar los brazos a la altura del pecho, postura ésta que ha trascendido como la propia de las momias egipcias.

El vendaje final se realizaba siempre con lino. Primero se envolvía el cuerpo en un gran paño a modo de sudario; después se realizaba un cuidadoso vendaje disponiendo multitud de pequeñas joyas y amuletos bajo las tiras de lino. A medida que se iba cubriendo el cuerpo de vendas se derramaba resina para consolidar la cubierta. El remate final consistía en la realización de una máscara para perpetuar las facciones: de oro en quienes podían permitírselo o pintada sobre madera, generando una tradición retomada en época romana por los retratos de El Fayum.

Finalmente el cuerpo se introducía en el sarcófago y estaba dispuesto para ser depositado en la tumba.

lunes, 8 de noviembre de 2010

El robo de Gibraltar

El día 1 de agosto de 1704 se presentó ante la plaza fuerte de Gibraltar una flota aliada británica y austriaca con 61 buques de guerra, armados con 4.102 cañones y 25.585 hombres. ¡Muchos elementos de ataque para una plaza, fuerte por sus condiciones geográficas, pero que estaba defendida tan sólo por 100 hombres, con un centenar de cañones, de los cuales muchos estaban en mal estado y los otros tampoco podían servir de mucho por falta de artilleros y municiones!. Recordemos que normalmente un cañón tiene una dotación de cinco hombres.

El gobernador de la plaza, general de artillería D. Diego de Salinas, había pedido con urgencia los refuerzos necesarios para luchar contra la formidable escuadra que se aproximaba, pero el Marqués de Villadarias, capitán general de Andalucía, decidió que no había nada que temer.

Ese día 1 de agosto por la tarde, ya habían desembarcado en el istmo más de 3.000 hombres que acamparon en la línea de huertos que unen la Roca con el resto de la Península, cortando toda comunicación por tierra.

El general Salinas y el alcalde de la ciudad habían alistado a los vecinos que quisieran defenderla, con lo que llegaron a reunir a unos 470 hombres, aunque su espíritu de lucha era muy elevado el general Salinas comprendió que la resistencia era en vano.

A la mañana siguiente el Príncipe de Darmstadt envió una carta personal del Archiduque Carlos, firmada como Rey Carlos III de España, dirigida a las autoridades de Gibraltar donde les pedía que le aclamaran como legítimo Rey de España y dieran facilidades de aprovisionamiento al Almirante Rooke de paso hacia otros servicios de la Reina de Inglaterra.

Esta misiva iba acompañada de otra del Príncipe de Darmstadt para el alcalde de la ciudad, enseñando los dientes de acero de las armas si no se avenían a proclamar al Archiduque Carlos como legítimo Rey de España.

Para mala suerte del archiduque, aquellos hombres de Gibraltar habían jurado a Felipe V como heredero de Carlos II y no querían saber otra cosa; además comprendieron que ambas cartas, a pesar de la cortesía habitual en la época, no eran más que una orden de entregarse, y a ellas contestó el Cabildo con esta sencilla carta llena de honor y entereza:

Excmo Sr., habiendo recibido esta ciudad la carta de V. Exc. Su fecha de hoy, dice en respuesta: Tiene jurado por Rey y Señor natural al Señor D. Felipe V; y que como sus fieles y leales vasallos sacrificaran sus vidas en su defensa, así esta ciudad como sus habitantes, mediante lo qual no le queda más que decir sobre lo que contiene la inclusa, que es cuanto se ofrece, y deseo que nuestro Sr guarde a V. Exc los muchos años que pueda. Gibraltar y agosto primero de mil setecientos cuatro.

Al recibir esta emocionante carta, el Príncipe de Darmstadt debió quedar muy enojado y en cierto sentido bastante sorprendido, pues que un puñado de personas de todas las clases sociales ante aquella imponente fuerza no dudaban en afirmar sus convicciones y estaban dispuestos a luchar por ellas, debió dejarle desconcertado. Decidió tomarse algún tiempo para reflexionar, aquella noche debió ser muy amarga para los gibraltareños pues debían creer que los invasores atacarían en cualquier momento. Los vecinos, aunque asustados, sin género de dudas, no decidieron entregarse voluntariamente.

En ese impasse se dieron tres pequeños sucesos, que por parecer de poca monta no son relatados por los historiadores: primero saltó el viento, aunque no muy fuerte, fue lo suficiente para poner en cuidado a la escuadra sobre si aumentaría la fuerza del levante en los próximos días e impediría la operación.

El segundo fue que el general Salinas encontró el modo de hacer llegar las noticias y las cartas recibidas a Villadarias y pedirle refuerzos, si todavía era posible; gracias a lo cual podemos conocer hoy día el contenido de las cartas.

El tercer suceso fue que dos grande barcos de transporte cargados de tropas españolas que formaban parte de los atacantes fueron enviados fuera de la bahía de Algeciras para fondear al este de la Roca, donde la estructura de la costa no permite que los barcos grandes se arrimen a ella para desembarcar gente, tal vez por temor a que estos españoles hiciesen causa común con los sitiados. Esto fue ordenado por el almirante inglés, por lo que podemos suponer que los ingleses ya traían la idea de ocupar Gibraltar para su exclusivo beneficio.

En la mañana del día 3, a primera hora, el Príncipe envió a Gibraltar una misiva conminatoria dando media hora para la rendición incondicional. Los gibraltareños no se dignaron contestar a esta fulminante amenaza. En la tarde de aquel sábado, como todavía había viento y los buques bastante tenían con mantenerse, no hubo más que un ligero cañoneo contra los fuertes de la ciudad.

Al amanecer del domingo 4 de agosto, el viento había amainado, y se ordenó que la escuadra, desplegada en línea frente a la ciudad, abriera fuego contra ella; unos treinta barcos empezaron a cañonearla sin piedad, respondiendo la plaza con 4 cañones, cuyas balas no llegaban a los barcos. Cuando se vio que las fortificaciones del lado del muelle parecían estar destruidas por aquel fuego abrumador, se ordenó el desembarco de las fuerzas, frente a la resistencia de los defensores, la mitad de ellos paisanos y mal armados, que, por fin, ante la avalancha enemiga se retiraron volando antes una mina que habían colocado bajo una de las torres del muelle, con cuya explosión hundieron siete lanchas enemigas repletas de soldados.

El cañoneo había seguido, después de derruir las murallas, martilleando en la ciudad, que quedó practicamente destruida; por lo que, viendo la imposibilidad de defenderse apenas 400 personas contra tal fuerza enemiga, se izó bandera de Capitulación, que fue rápidamente aceptada por el Príncipe de Darmstadt. Hay que reconocer que las cláusulas de capitulación fueron benignas y perfectamente honorables, permitiéndose a los militares portar sus armas cuando se fueran y a los civiles sus efectos personales, incluso caballos o carros.

La única prohibición formal era para los súbditos franceses, los cuales sería considerados prisioneros de guerra. Podrían quedarse los vecinos que lo quisieran hacer, cuyos bienes y personas serían respetados siempre que se declararan leales súbditos del Archiduque.

Apenas una docena de personas se quedaron en la ciudad, el resto se marchó por tierra en un éxodo impresionante, confundidos los heridos con los ancianos, las mujeres y los niños. Algunos llegaron hasta el pequeño pueblo de Algeciras al otro lado de la bahía, pero la mayoría sólo llegó hasta la cercana ermita de San Roque donde acamparon, creando la ciudad que lleva el nombre de este santo peregrino y donde se guardan casi todos los archivos con los documentos de la Ciudad de Gibraltar, esperando la hora de devolverlos a la misma.

El Príncipe de Darmstadt sentía un vivo aprecio por los españoles, y creía que sus aliados eran de fiar. Esa mañana del domingo se llevaría la peor desilusión de su vida.

Los aliados bajaron a tierra para tomar posesión de la plaza, el Príncipe mandó izar en lo alto de la Puerta de Tierra, el lugar de honor de la muralla, el estandarte imperial del Archiduque, mientras que un heraldo clamaba por tres veces: Gibraltar por el Rey de España, Carlos III.

Esta ceremonia era contemplada en perfecta formación por parte de las tropas invasoras, también por el pequeño grupo de paisanos que habían decidido quedarse en la ciudad, así como por los escasos oficiales y soldados españoles supervivientes de la guarnición de la misma, que por la cláusula IV de la Capitulación no podrían salir de Gibraltar hasta tres días más tarde.

En el momento que el viento hacía ondear el estandarte imperial, el almirante inglés Rooke hizo un gesto imperioso al capitán Hicks, Este, junto con seis marineros británicos y un pífano y un tambor, subió hasta lo alto de la Puerta de Tierra arrancando de su lugar el estandarte imperial y permaneciendo con la bandera británica en sus manos; acto seguido subió hasta allí el almirante Rooke, cuando estuvo arriba cogió de manos del capitán la bandera inglesa y la tremoló por tres veces, mientras decía en voz alta y fuerte que tomaba posesión de Gibraltar en nombre de la Reina Ana de Inglaterra, ordenando a Hicks que pusiera una guardia de honor ante la bandera.

¡Que ironía, un inglés hablando de honor!

La situación del Príncipe de Darmstad no pudo ser ni más violenta ni más desairada y hasta ridícula. Comprendía que su actuación en defensa de los intereses de un rey a quién en ese momento ya no le interesaba lo más mínimo lo que estaba pasando en España, pues el emperador austriaco había muerto, y él era el más que probable heredero, ese desgraciado país que por su culpa estaban pasando a sangre y fuego, no era más que una sangrienta burla, y el resultado una injuria para el pueblo que era tratado de aquella manera, con el falso pretexto de venir en su ayuda.

lunes, 25 de octubre de 2010

La Armada española y la guerra de la independencia de las Trece colonias

Es un tema especialmente atractivo la cooperación prestada por España a los sublevados contra Inglaterra en su lucha por la independencia, siendo un aspecto muy importante, y poco conocido, la participación de la Armada española.

El 3 de abril de 1779 el gobierno español hacía llegar al de Gran Bretaña un documento que constituía un verdadero ultimátum. La Corte de Madrid partía del convencimiento de que la Corte de Versalles, vigente el Tercer Pacto de Familia, había de respaldarla si llegaba el caso. Lo cierto sería, sin embargo, que a España tocaría la carga más pesada en el mar y que la ayuda francesa llegaría casi siempre a destiempo.

El 12 de abril se firmó un acuerdo secreto por el que ambas Cortes se ponían de acuerdo para entrar en guerra con la Gran Bretaña si ésta no aceptaba las explicaciones y medios de pacificación propuestos por el Rey Católico. El 4 de mayo el gobierno inglés comunicó que las proposiciones españolas eran inadmisibles ya que entrañaban la independencia de las trece colonias.

La primera maniobra de los aliados contra la Gran Bretaña fue un intento de desembarco en las costas de Falmouth y Cornualles. Había 40.000 soldados franceses en Dunkerque prestos para embarcar y cruzar el Canal. Pero se intentó tarde y un fuerte temporal impidió que los franceses no pudieron embarcar.

La armada española, al dar por finalizada la campaña de ese año, se dirigió a sitiar Gibraltar, aunque sin el éxito apetecido; después, este núcleo de la escuadra ancló en Cádiz el 30 de diciembre de 1779.

El resto de la armada que había recalado en Brest junto a los franceses recibieron la orden de interceptar un convoy que llegaba desde el norte de América. Después de varias semanas en el mar jugando al gato y el ratón, el convoy consiguió arribar a puertos ingleses.

Al año siguiente, partió una flota desde las costas españolas: seis navíos y dos fragatas. Transportaban un tren de artillería de campaña y ocho mil hombres de infantería, además de dos regimientos para Puerto Rico y La Habana. Su misión era hostigar a los ingleses en el Caribe para que no pudieran mandar tropas hacia el norte del nuevo continente. Los ingleses, al mando del almirante Rodney, intentaron interceptar a los españoles antes de que se unieran a los franceses en la Martinica; pero fueron burlados por “el feliz ardid” realizado por el insigne marino D. José Solano. Después de dedicar unos días a la curo de los enfermos y la reorganización de la expedición, se dirigieron a La Habana, donde fondearon; desde allí se envió a Guatemala y Méjico, bajo escolta, los buques a ellos destinados. Todos arribaron sin novedad, por lo que la misión confiada a Solano concluyó con toda felicidad y sin estorbos ingleses.

Estos movimientos de la flota hispana por el Caribe motivó que los ingleses tuvieran que aliviar la presión sobre los coloniales sublevados. Esta contribución fue justamente valorada por Carlos III, quien concedió a Solano los títulos de Marqués del Socorro y Vizconde del Feliz Ardid.

Ya estacionado en La Habana, pudo Solano ponerse a las órdenes del gobernador de Luisiana, D. Bernardo de Gálvez y colaborar con él en la toma de Pensacola, la más espectacular victoria española en colaboración con los rebeldes.

El 16 de octubre de 1780 zarpó la flota desde La Habana, compuesta por once navíos de guerra y 51 embarcaciones con 169 oficiales y 3.822 hombres. Un terrible huracán desperdigó a la flota por todo el Seno mejicano. Las naves volvieron a La Habana para reagruparse. El día 11 de marzo de 1781, un nuevo intento hizo que los buques de Gálvez se encontraran a la entrada de la bahía de Pensacola, después de haber tomado la isla de Santa Rosa. Aquí se produjo uno de esos momentos cumbres de la Historia de España: las defensas artilleras de los ingleses eran imponentes, el responsable de la armada española, el almirante D. José Calvo, creía que sería una locura intentar avanzar pues los barcos españoles no podrían desarrollar todo su potencial de fuego mientras pasaban bajo las defensas exteriores. Entonces el gobernador D. Bernardo de Galvez ordenó a su bergantín personal izar su enseña y embocar hacia la bahía. Fue digno de ver, un pequeño bergantín con todo el trapo arriba y flameando la enseña personal del Gobernador de Luisiana metiéndose en la boca del perro inglés. Los distintos capitanes de los navíos, al ver esa muestra de valor personal, desobedecieron los frenéticos intentos del almirante por retenerlos, levaron anclas y se introdujeron en la bahía bastante por detrás del bergantín del Gobernador. Ninguno de los barcos fue alcanzado en su avance. Se pudo desembarcar a la tropa para asediar Pensacola.
El rey D. Carlos III concedería a D. Bernardo de Gálvez el motto: “Yo Solo” que hasta la actualidad campea en el escudo de los Gálvez.

Gálvez siguió recibiendo refuerzos, pudo contar con 7.000 hombres de tierra. Tras casi un mes de estudiar la situación y de construcción de las oportunas trincheras, un proyectil español acertó el 8 de mayo con el polvorín del fuerte del Sombrero, originando una potente explosión. Gálvez que estaba de gira por las trincheras aprovechó la situación ordenando un ataque por las brechas abiertas. A las tres de la tarde, el general Campbell izó la bandera blanca de rendición

La caída de Pensacola supuso un grave contratiempo para la causa inglesa en Norteamérica y ocasionó una gran satisfacción y alivio a los fatigados ejércitos de Washington.

Cuando terminada la guerra de Independencia se realizó el desfile de la victoria, a la derecha del General George Washington iba el héroe D. Bernardo de Gálvez.


Para saber más:
http://www.uco.es/~l52caarf/frame.html
http://www.asociacionbernardodegalvez.es/index.php

martes, 19 de octubre de 2010

Toledo, el lado oscuro

Se dice que Toledo, crisol de culturas y centro de la intelectualidad europea durante siglos, tuvo dos escuelas, la de Traductores y la de Nigromancia. Sobre esta segunda los datos son demasiado parcos.

Para los ilustrados, las artes mágicas no eran sino la conjunción de la vanidad de unos pocos con la ignorancia de muchos, no habiéndose probado la existencia de algo que tuviera que ver con esta artes, aunque fuera remotamente, la práctica de la magia era un sambenito con el que España en general, y Toledo en particular, había tenido que cargar.

La leyenda de Toledo como lugar destacado en la transmisión de dichas artes habría sido una consecuencia de la fama alcanzada por la Escuela de Traductores, cuyas enseñanzas estaban mal vistas por buena parte del clero y del pueblo llano. La Escuela de Nigromancia sería el imaginado lado oscuro y esotérico de la actividad científica de la de Traductores, a la que árabes, judíos y cristianos acudían para empaparse de los saberes de la Antigüedad; la interpretación heterodoxa y mágica de las enseñanzas científicas que en ella se impartían.

Las primeras referencias literarias acerca de la difusión de la nigromancia desde la ciudad del Tajo no sólo fueron tardías, sino que coincidieron en buena medida con esta espléndida época en la que, especialmente bajo el reinado de Alfonso X el Sabio, la ciudad se convirtió en la meta de la intelectualidad europea. Dichas referencias no fueron escritas en la Península sino más allá de los Pirineos, siendo sobre todo religiosos cistercienses los artífices de las mismas, reticentes ante los avances científicos e interesados en desacreditar las enseñanzas que se impartían junto al Tajo.

Por tanto, más que una realidad la magia toledana fue originariamente el fruto de una literatura tendenciosa y difamatoria. Incluso en los “Hechos de los obispos de Halberstad”, obra de comienzos del s. XIII que recoge la primera referencia conocida en este sentido, se mantiene que le papa Gregorio VII aprendió magia cerca de Toledo, algo inverosímil, si tenemos en cuenta que el personaje nunca estuvo en la Península ibérica.

Antes que él, en la obra de Guillermo de Malmesbury “Gesta Regum Anglorum”, del s. XII, se recoge que el sabio francés Gerberto de Aurillac, considerado un esotérico, había aprendido magia en Barcelona y Córdoba, alcanzando el papado bajo el nombre de Silvestre II gracias a un pacto con el diablo.

Sería con obras posteriores como “El conde Lucanor” de don Juan Manuel, en el que se cita a un supuesto don Ylán, gran maestre en ciencias ocultas cuya mansión se ubicaba bajo las aguas del Tajo, las que magnificaron y difundieron el componente mágico atribuido a Toledo.

Por su proximidad al inframundo, las cuevas, sótanos y subterráneos en general se convirtieron en los lugares más apropiados para los nigromantes. La cueva más famosa en Toledo era la llamada “Cueva de Hércules”, aquella en que el diablo asentó sus reales para enseñar a moros y judíos.

La cueva siguió siendo muy famosa, tanto que en 1546 el cardenal Silíceo promovió su exploración. Varios hombres entraron en ella con antorchas, después de estar todo el día explorándola salieron al exterior, según diversas versiones, con los rostros demacrados o, en el peor de los casos, enfermaron y murieron rápidamente.

Más tarde, el famoso e infamado Marqués de Sade recogería en un cuento “Rodrigo o la torre encantada”, versión libre de una de las principales leyendas sobre la pérdida de España; la historia de la cueva, bajo la iglesia de San Ginés donde había una puerta con mil cerraduras puestas por los distintos reyes de España. El rey Rodrigo hace abrir la puerta, después de recorrer múltiples estancias; e incluso pasar por el infierno, llega ante un lienzo con guerreros árabes pintados junto con una leyenda que dice: “Cuando este paño fuere extendido y aparecieran estas figuras, hombres que andarán así vestidos, conquistarán España y serán de ella señores.”

lunes, 18 de octubre de 2010

Los primeros turistas en España

En las postrimerías del segundo milenio a.C., los mercaderes asentados en la franja costera del Líbano deciden ampliar sus redes mercantiles y se hacen a la mar hacia occidente a la conquista no ya de países para fundar un imperio, sino de nuevos mercados. De las navegaciones de tirios y sidonios, a los que los griegos conocían con el nombre de phoinikes (fenicios), así como de las que posteriormente llevaron a cabo los griegos, tenemos numerosos testimonios en la literatura griega.

Prescindiendo de las interpretaciones de los poemas homéricos, en los que el mito se confunde con la realidad, tal vez la principal fuente sea Estrabón, quién en el libro III de su Geografía, dedicado a Iberia, se refiere con frecuencia a las fundaciones y comercio de los fenicios en España. Estrabón dedica íntegro el capitulo quinto de este libro a narrar la fundación de Cádiz por los fenicios.

Las hazañas de los fenicios no nos han llegado por relatos de sus gentes; no hay cronistas de la época que narren sus gestas. Su objetivo fue el comercio; no existe otro pueblo en la antigüedad que haya tenido la audacia marinera de los fenicios. Los fenicios abrieron el camino hacia el Mediterráneo occidental con un comercio marítimo activo, no sólo con sus famosos tejidos purpurados, sino que dieron a conocer el vidrio, crearon una poderosa industria metalúrgica, tallaron el marfil y fueron excelentes orfebres. No nos dejaron escritos sus hechos, pero sí nos legaron un alfabeto (al que los griegos añadieron las vocales), con el que los hombres de la actualidad pueden contar su historia.

La expansión fenicia hacia occidente comienza hacia el siglo XII a.C. Destruida la talasocracia minoica y perdida la hegemonía de Mecenas, los fenicios pusieron proa a occidente y, tras atravesar las Columnas de Hércules, fundaron Gañir hacia 1.100 a.C, al tercer intento, los dos anteriores fueron Sexi (Almuñecar) y Onoba (Huelva). En Ibiza se establecieron hacia 654 a.C.. La ocupación de Ibiza es altamente significativa para el control del mar y de las rutas comerciales a los puertos españoles, ya que la posesión de Cádiz, Ibiza, suroeste de Cerdeña y oeste de Sicilia, constituía una infranqueable barrera protectora de las aguas limítrofes de la costa africana.

Los fenicios en general, y los marinos de Tiro y Sidón en particular, eran poco proclives a escribir acerca de sus naves y ocultaban celosamente las rutas por las que navegaban. Sabemos que los fenicios encontraron en España grandes riquezas metalíferas, especialmente oro, plata, cobre y hierro. Diodoro Sículo nos dice: “desconociéndose el uso de la plata entre los nativos, los fenicios llevándola a la Hélade (Grecia), a Asia y a todas las demás naciones, obtuvieron grandes riquezas. A tal avidez de ganancias llegaron los traficantes que, cuando una vez ya cargados los barcos había aún gran exceso de plata, cortaban el plomo en las anclas y tomaban la plata a cambio del uso del plomo”. Se dice que fue tanta la plata llevada desde España, que en los mercados de Oriente la relación oro-plata bajó de ½ a 1/13.

Para los fenicios tuvo tanta importancia el estaño como la plata. Los tirios y sidonios habían tenido conocimiento no sólo de las riquezas estanníferas de España, sino de su obtención a través del comercio con las Casitérides, o islas del Estaño, con las que comerciaban los primitivos españoles, ya que el objetivo de los fenicios era conseguir el monopolio del estaño.

Otro lugar importante en el comercio hispano-fenicio lo ocupó la pesca y las salazones. El atún y las especies afines eran capturados por los pescadores en toda la costa del sur y sureste peninsular, y tenían una gran aceptación entre los fenicios, y mucho más importante fue la exportación de las salazones, especialmente el famosísimo “garum”. Existían industrias de salazón en Cádiz, Bailón (Bolonia, cerca de Tarifa), Carteia, Malaka, Sexi, Abdera y Cartagena. El “garum” se hacía a base de los intestinos, gargantas, fauces y demás restos del atún, la murena o el esturión. Todo junto se dejaba en salmuera y al sol durante dos meses. Luego se usaba como salsa para acompañar las carnes y legumbres.

Siglos más tarde fueron los griegos quienes navegaron hacia España, y nuevamente es Estrabón quien nos da noticia de sus viajes, los rodios fundaron la ciudad de Rosas. De Heródoto nos llegan noticias de los barcos que usaban los focenses: No navegaban en naves redondas (buques mercantes), sino en pentekontoroi (naves de guerra de cincuenta remos).
Los primeros navegantes griegos llegaron a España entre los años 700 y 650 a.C., eran los caldicios de Calceis, en las isla de Eubea, la mayor del Egeo; los rodios, de la isla de Rhodas, y los focenses, de Focea, una ciudad costera de Asia Menor. Venían atraídos por el renombre de las riquezas metalúrgicas de la Península. A mediados del siglo VII a. C. se produce una revolución en el mundo comercial, sujeto hasta entonces al trueque: la aparición de la moneda, inventada por los griegos. Es en este hecho donde podemos encontrar una explicación de la presencia griega en el mundo tartésico, concretamente en Huelva, que por su riqueza minera era un gran núcleo comercial del mundo tartésico. Los últimos trabajos arqueológicos fijan la fecha de la llegada de los primeros griegos a España hacía el 630 a. C.

jueves, 14 de octubre de 2010

Historias del dia a dia

Uno de los objetos más utilizados de manera cotidiana en los últimos cien años ha sido la humilde cerilla.

Hasta épocas recientes, el fuego se lograba al golpear un eslabón de hierro contra un pedernal, lo que producía la chispa que prendía la yesca, pero a principios del s. XIX comenzaron a buscarse alternativas para este sistema.

En 1812 se probó una pajita impregnada de azufre y cubierta con una cabeza compuesta de clorato potásico y azúcar. Para que esta rudimentaria cerilla prendiera, era necesario que entrase en contacto con un concentrado de ácido sulfúrico contenido en una botellita de amianto.

Como casi todo en el mundo de la ciencia, la casualidad hizo que en 1826 el farmacéutico inglés John Walter, mientras experimentaba con la fabricación de explosivos, observase que una gota se había quedado solidificada en el extremo de un palito de remover. Para eliminarla, la frotó enérgicamente contra el suelo de piedra y, repentinamente, ardió: había nacido la cerilla de fricción.

Sin mucho éxito intentó comercializar una mezcla compuesta por sulfuro de antimonio, clorato de potasio, goma y almidón, acompañada de un pedazo de papel de lija doblado. No lo patentó y sí lo hizo Samuel Jones, quien comenzó a comercializarlas con el nombre de Lucifers. Este nombre comercial en los países anglosajones se convirtió en un sinónimo de cerilla

El siguiente paso consistió en sustituir el sulfuro de antimonio, que olía realmente mal, por fósforo blanco, se hizo en 1830. A pesar de que el fósforo blanco es altamente tóxico para el ser humano.

A partir de 1844, dos químicos suecos desarrollaron los fósforos de seguridad, incluyendo el fósforo rojo en lugar del blanco, ya que aquel no es tóxico aunque sí prohibitivamente caro. Al año siguiente se consiguió la sintetización del fósforo rojo amorfo lo que permitió, diez años después, comenzar la producción masiva de estas cerillas, las cuales recibieron un premio en la Exposición Universal de París de 1855.

Faltaba un paso más, la superficie de frotación, en 1898 dos químicos franceses sintetizaron el sesquisulfuro de fósforo, lo que permitió desarrollar unas cerillas que no prendía de manera espontánea, que no eran venenosas y que al frotarlas contra una superficie rugosa entraban en combustión. Nuestros actuales fósforos.

domingo, 10 de octubre de 2010

Pánfilo de Narvaez

En 1519 Hernán Cortés había dejado de acatar las órdenes del gobernador de Cuba Diego Velázquez y actuaba por su cuenta. Velázquez decidió entonces enviar una expedición de castigo contra el general y eligió para ello a uno de sus más fieles colaboradores, Pánfilo de Narváez, que había participado en la conquista de Jamaica y con gran mérito en la de Cuba. Con diecinueve naves y más de mil hombres se dirigió hacia México, pero Hernán Cortéz puesto sobre aviso, lo enfrentó, lo capturó y lo tuvo preso dos años en Veracruz.

Al ser puesto en libertad, primero se dirigió a Cuba y más tarde siguió hasta España para quejarse ante el Emperador Carlos V del comportamiento de Cortés y, de paso, obtener una capitulación para la Florida. Designado como adelantado de aquel territorio organizó una expedición de cinco naves y seiscientos hombres que partió de Sanlúcar en 1527 y no llegó a su destino hasta un año después, debido a que una tormenta huracanada produjo serios daños a algunas embarcaciones. Al poco de tomar tierra, Narváez y sus trescientos compañeros fueron hostigados por los indígenas, pero lograron llegar a los montes Apalaches.


De vuelta al fondeadero donde había dejado los barcos, se encontraron con questos habían desaparecido y, dada la delicada situación de una tierra en la que no había oro pero sí nativos dispuestos a continuar una guerra cruel, Narváez decidió regresar a Cuba; para ello construyó unas rudimentarias barcas con las pieles de los caballos. Nuevamente los vientos enfurecidos los arrojaron hacia la costa. Pánfilo de Narváez murió tragado por las aguas en el año de 1528. Sólo sobrevivieron cuatro hombres, uno de ellos fue el primer negro en América del Norte, Estebanico; otro, también muy conocido, fue Alvar Nuñez Cabeza de Vaca.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Te llamarás “Pacífico”

En 1510, Vasco Núñez de Balboa había participado en la fundación de la primera ciudad española en la América continental: Santa María la Antigua del Darién. Había llegado hasta allí con la flota de Fernández de Enciso, encargado de buscar a Alonso de Ojeda y los suyos. Núñez de Balboa no podía participar en esta expedición por sus múltiples deudas en La Española, así que se coló como polizón. Fue descubierto en alta mar por el propio Fernández de Enciso quién estuvo a punto de abandonarlo en una isla desierta.

Cuando llegaron a tierra constataron que los rumores sobre etnias guerreras que usaban flechas envenenadas era totalmente cierto. Núñez de Balboa convenció a Fernández de Enciso de buscar hacia el norte donde poner pie a tierra firme. El primer alcalde fue el propio Enciso pero, por su excesivo reglamentarismo, fue sustituido por el propio Núñez de Balboa, quién ejerció el cargo desde 1510 hasta 1514. Más tarde el virrey Diego Colón lo nombró gobernador del Darién.

A esas alturas, convertido en experto explorador de la frontera caribeña, Balboa inició su penetración en el istmo panameño. En contacto con las etnias locales oyó hablar por primera vez de la existencia de un mar hacia el sur, quizás el ansiado paso, siempre esquivo, hacia Asia y la Especiería.

Mandó a Pedro de Valdivia a informar al virrey Colón de aquellas noticias y solicitarle efectivos para acometer la empresa, pero Valdivia naufragó y hubo de esperar hasta 1513, cuando 400 hombres arribaron a Santa María desde La Española.



Balboa partió en busca del mar del sur en septiembre de ese año, cruzando territorios de varias etnias diferentes y después de atravesar los ríos Chucunaque y las sabanas cercanas, divisó desde un alto el oceáno Pacífico, así llamado por lo calmado de sus aguas.

Hizo detenerse a quienes le acompañaban y se dirigió, solo, hacia la orilla de lo que luego se llamó golfo de San Miguel. Tras tomar posesión, volvieron por un camino distinto. En Santa María, fue informado de que Pedrarias Dávila había sido nombrado gobernador del Darién, Balboa fue nombrado adelantado del Mar del Sur, con la misión de explorar ese nuevo mar. Después de diversas penalidades, incluso fue encarcelado acusado de rebelión y conspiración, llegó a Isla Rica, cuyos tesoros ya habían sido recogidos.

Al volver al golfo de San Miguel, se enteró que el nuevo gobernador era Lope de Sosa, Balboa se apresuró a fundar una villa desde la que partiría, esta vez hacia las tierras ricas del Perú, de las que había oído hablar a caciques locales. Pedrarias, aún al cargo ante la incomparecencia de Sosa y enterado de estos planes, levantó un proceso legal contra Balboa, al que acusaron de traición al gobernador y al rey, de dar falsos informes, de haber actuado con mala intención, de maltrato a los indígenas y de haber preparado un plan para hacerse independiente en el mar del Sur, acusaciones falsas por las que fue condenado a muerte y ejecutado en enero de 1519. Tenía 44 años.

viernes, 1 de octubre de 2010

Una muerte terrible

En septiembre de 1185 el emperador bizantino Andrónico Comneno había sido víctima de un destino particularmente horripilante; al final del golpe palaciego que le arrebató el poder, fue atrapado por quienes apoyaban a Isaac Ángelo, encerrado en prisión y torturado de forma grotesca.

Sus captores le sacaron un ojo, le arrancaron los dientes y la barba y le cortaron la mano derecha. Luego, se le hizo desfilar por las calles de Constantinopla a espaldas de un camello sarnoso para que se enfrentara a la ferocidad y el rencor de la turba.

Algunos le arrojaron excrementos humanos y de animales, otros le tiraros piedras y una prostituta vació sobre su cabeza un tiesto repleto de su propia orina. Una vez en el foro, fue colgado cabeza abajo y le cortaron los genitales. Algunos de los que estaban entre la multitud le hundieron sus espadas en la boca y otros entre sus nalgas, antes de que, por fin, el depuesto emperador expirara.

Con seguridad una de las muertes más públicas y atroces de toda la Edad Media.

jueves, 30 de septiembre de 2010

La primera republicana

Lo cuenta Tito Livio en su Ab Urbe Condita. Sexto Tarquinio, hijo de Tarquinio el Soberbio soberano de Roma, se encapricha ciegamente de una aristócrata romana, casada por más señas, llamada Lucrecia.

Como correspondía a una digna matrona romana, ella se negó a ceder a los avances del Tarquinio, y éste la forzó. Ultrajada, Lucrecia opta por el suicidio, no sin antes reclamar venganza: el exterminio de su violador.

El padre y el esposo se ocuparon, junto con otros patricios, de que los Tarquinios fuesen los últimos reyes de Roma. El pueblo juró solemnemente que jamás aceptaría la autoridad de un rey, y a continuación se instituyó la República. Lucrecia quedó encumbrada como la "heroína de la castidad".

Se la consideró la primera republicana.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Camino a Trafalgar

El tratado firmado entre España y Francia el 19 de octubre de 1803 hizo a nuestra nación subsidiaria de la de Napoleón al facilitarle recursos de guerra y comprometió la neutralidad española, con lo que se justificó en cierto modo la actitud beligerante inglesa del año en curso. Esta contribución se vio incrementada al entrar en guerra. 1804, con la firma en París del Tratado Secreto, por este, nuestro país se comprometía a armar tres escuadras que estarían dispuestas en los primeros meses del 1805 en El Ferrol, Cádiz y Cartagena.

Los planes de guerra naval perseguían un interés exclusivamente francés y estaban basados en la consecución de un objetivo terrestre: situar los ejércitos napoleónicos en las islas Británicas mediante un desembarco. Nuestra subordinación era total, además de aportar 30 navíos aceptábamos la imposición de un almirante francés, Villeneuve.

Es aquí donde hay que buscar una parte del fracaso táctico de nuestra Marina, sin que sea un eximente. El error fundamental está en la estrategia marítima de Napoleón, al tratar de evitar el combate naval decisivo para obtener un dominio marítimo circunstancial, que facilitase el desembarco.

Su planteamiento estratégico se basaba en una maniobra de diversión en la que una escuadra franco-española se dirigiría a las Antillas con intención de atacar las posesiones inglesas, dividiendo así a las fuerzas navales británicas, posteriormente se intentaría obtener un dominio marítimo en la zona del Canal de la Mancha, concentrando en estas aguas grandes efectivos navales.

Según las órdenes de Napoleón, lo que interesaba era asegurar la posesión de las islas francesas de las Antillas y atacar a las inglesas que fueran susceptibles de conquista, mientras que se esperaba la unión de la escuadra de Rochefort con los españoles de El Ferrol al mando del general Grandallana y la división francesa surta en este puerto, para que juntas arrumbasen a Brest para romper el bloqueo inglés y con todas las fuerzas, reunidas bajo el mando de Villeneuve, recalasen en Boulogne donde recibirían órdenes directas del Emperador. Mientras, las armadas de Cádiz y Cartagena mantendrían a las otras flotas inglesas ocupadas en sus respectivos teatros de operaciones.

Pero el almirante francés era un pusilánime: el 8 de junio, en ruta a la isla Barbuda, las fragatas francesas descubrieron un convoy inglés al que se le dio caza, apresándose quince buques. Este convoy se había hecho a la mar desde la isla Antigua, rumbo a Inglaterra, al conocer la llegada de Nelson a las Antillas, en persecución de la escuadra aliada.

Esta noticia produjo un cambio radial en las operaciones: Villeneuve se dirigió a El Ferrol para evitar un posible encuentro con la escuadra de Nelson, con lo que no se efectuó el ataque a Barbuda, ni los que se pensaban llevar a cabo contra las posesiones enemigas en las Antillas.

La escuadra combinada con destinoa El Ferrol fue interceptada por la inglesa del almirante Calder, al noroeste del cabo Finisterre, el 22 de julio; se entabló combate en medio de una gran niebla y en él fueron rendidos y apresados dos navíos españoles. El resto de la escuadra arrumbó a Vigo, donde 3 navíos, dos españoles y uno francés, fueron excluidos con lo que quedaron sólo dos navíos, el Argonauta y el Terrible, para unirse al resto de la flota en El Ferrol el 2 de agosto, bajo el mando de Gravina.

La flota sale de El Ferrol y se dirige a Cádiz, olvidándose del plan inicial de romper el bloqueo inglés sobre Brest pues los navíos franceses de este puerto no hacen nada por enfrentarse a los ingleses. El Príncipe de la Paz ordenó a la flota de Cartagena que se dirigiera a Cádiz, con la idea de bloquear Gibraltar y propiciar un golpe de mano sobre dicha plaza para destruir un convoy inglés fondeado en su puerto. Pero, entre el bloqueo que sufría el puerto de Cádiz y que llegaron órdenes de Napoleón, la escuadra de Cartagena no se unió a la de Cádiz; sus órdenes serían realizar un crucero por el norte de África capturando todo navío inglés que pudiesen encontrar en su periplo.

La armada de Cartagena nunca recibió esta orden de operaciones ya que se decidió la salida de la escuadra combinada de Cádiz el día 19 de octubre de 1805, formada por 32 navíos, de los cuales 15 eran españoles, con rumbo al Mediterráneo.


Lo que pasó ante el cabo Trafalgar el 21 de octubre es ampliamente conocido.


Cuando el Emperador, iniciada la campaña en las Antillas y el Mediterráneo, comprende su error y la necesidad de batir decididamente a las fuerzas navales británicas, ya era tarde y tanto Finisterre, pequeña derrota táctica, como Trafalgar, gran derrota estratégica, salvan a Inglaterra de la invasión napoleónica.

La política general de España en este año de 1805, como en los precedentes, fue un devaneo continuo que convirtió a España en un juguete, no sólo de los grandes intereses de otras naciones, sino de personajes de tercer orden, de pequeñas intrigas y de la más inconcebible incapacidad de nuestros Gobiernos.

La Armada española moriría de abandono; con sus barcos hundidos, no precisamente en Trafalgar, donde sólo se perdieron diez, cinco en combate y cinco como consecuencia del temporal que siguió a éste, sino años más tarde en nuestros arsenales por falta de carena, decepcionados sus hombres por la incomprensión y el olvido de su propia nación